A partir de julio entró en vigencia el Certificado Covid Digital en todos los países que componen la Unión Europea. El “pasaporte covid” --como es coloquialmente conocido-- habilita el libre desplazamiento de los ciudadanos y sus familiares, así como los nacionales de otros países que se encuentren o residan legalmente en los Estados miembros de la UE. Para poder acceder a dicha credencial (en formato digital o papel, con código QR y gratuita), los individuos deben estar vacunados con el esquema completo, poseer una prueba negativa de covid, o bien, deben haberse recuperado de la enfermedad de manera reciente. ¿El objetivo? Homogeneizar la documentación entre los habitantes de la región para evitar que, al viajar de un país a otro, hagan cuarentenas y cumplan con aislamientos. De esta manera, el Viejo Continente busca un propósito subyacente: reactivar el turismo, un área clave para muchas de las economías ubicadas del otro lado del Atlántico.
Aunque a priori podría ser una iniciativa adecuada para este momento de la pandemia --en vacaciones y con buena parte de los países con campañas de inmunización avanzadas en ese continente-- es criticada en varios sentidos. Por un parte, desde la perspectiva epidemiológica: el hecho de estar vacunado no asegura que el individuo que ingresa a un país no esté contagiado y, por lo tanto, puede infectar a otras personas. De esta manera, la sensación de estar totalmente a salvo podría producir un relajamiento en los cuidados y, como resultado, la propagación viral, a contramano de lo que se espera, continuar extendiéndose.
"El hecho de estar vacunado disminuye las chances de contagio pero no las impide. Para ser objetivos, esa situación depende del tipo de vacuna: Pfizer, Moderna y Sputnik V, además de proteger muy bien contra la infección severa y la muerte por covid, también previenen mejor la chance de transmitir el virus. Si se desarrolla una buena respuesta inmune en el tracto aéreo superior, la chance de propagarlo baja", explica Jorge Geffner, doctor en Bioquímica e Investigador Superior del Conicet. "De este modo, si bien con todas las vacunas baja la posibilidad, de ninguna manera la vacuna asegura que no te puedas infectar y que no vas a infectar a otra persona. Todo individuo vacunado puede transmitir el Sars CoV-2 si ha tenido un contacto estrecho", completa su razonamiento.
Desde el punto de vista de Geffner, de hecho, ninguno de los tres requisitos (haber tenido la enfermedad, estar vacunado o presentar una prueba PCR para acreditar que no se tiene el virus) asegura nada. "Incluso hay trabajos publicados de manera reciente que demuestran que si bien las personas previamente infectadas no se pescan nuevamente una infección severa, sí transmiten la infección. Todas las formas de inmunidad, ya sea por contagio o por vacuna, son parciales", subraya.
A las dudas que plantea el pasaporte covid desde un punto de vista epidemiológico, se suman otras incertidumbres de corte geopolítico. ¿Por qué? Porque solo podrán solicitar el pasaporte aquellos individuos que se inocularon las vacunas autorizadas por la Unión Europea.
Más inequidad
Hasta el momento, la Comisión Europea --tras las evaluaciones de la Agencia Europea de Medicamentos-- autorizó para su uso de emergencia las fórmulas de Pfizer/BioNTech, Moderna, AstraZeneca y Johnson&Johnson. Eventualmente, los Estados miembros podrán decidir si aceptan a los inmunizados con otras tecnologías, pero ello corresponde una decisión que las autoridades sanitarias de cada nación tienen que tomar de forma individual. En efecto, aquellos ciudadanos inmunizados con Sputnik V, Sinopharm, SinoVac y Covishield, de momento, no están en condiciones de tramitar el certificado.
El conflicto aquí reside en que no todos los países tuvieron acceso a las mismas plataformas vacunales. De esta manera, a una forma de inequidad (la imposibilidad de ser inoculado) se suma otra forma de inequidad (la chance de viajar a cualquier país del mundo). Habrá personas que podrán circular y habrá otras que no podrán hacerlo. Para Bernabé Malacalza, doctor en Ciencias Sociales (Flacso) e Investigador del Conicet, se combinan criterios geopolíticos y de seguridad regional que están siendo puestos en juego al momento de la creación de un instrumento como este. "Los geopolíticos tienen que ver con la decisión de restringir el acceso a ciudadanos que recibieron vacunas rusas y chinas, mientras se habilita a quienes recibieron vacunas occidentales. En un escenario de geopolítica de vacunas, donde las tecnologías sirven como instrumentos de poder y proyección internacional de las potencias productoras, significa tomar partido de un bando y a la vez relegar a otro bando", plantea. Y continúa: "Esta orientación geopolítica es una continuidad respecto de la política de exterior común de la UE: un claro alineamiento a EE.UU. en la disputa con China y un acorralamiento diplomático a Rusia".
Los criterios de seguridad tienen que ver con lo que, desde su punto de vista, se denomina el proceso de "securitización de la salud global": la definición de una pandemia como una amenaza a la seguridad europea, ante la que deben tomarse medidas de carácter extraordinario. "En este caso, se trata de un 'muro no visible' cuya función implícita es apuntar de alguna manera a detener cualquier flujo de pasajeros y migrantes provenientes de países en desarrollo que pretenda instalarse en Europa. Se trata de una medida de discriminación encubierta", advierte Malacalza. Luego agrega: "La securitización de los asuntos de salud global es un síntoma de la crisis del multilateralismo, o de la incapacidad de las instituciones multilaterales de establecer criterios universales, equitativos y no discriminatorios en el movimiento de personas. Este tipo de medidas contradicen el espíritu de la Carta de Naciones Unidas y la declaración universal de derechos humanos".
Al respecto, Ignacio Maglio, abogado y miembro del Consejo Directivo de la Red Bioética de Unesco, concentra su mirada en el riesgo de discriminación que podría presentar el pasaporte. "Podría promover una suerte de división entre ciudadanos de primer mundo y de segundo mundo. El 10 por ciento de los países más poderosos acapara el 75 de la producción mundial de estas tecnologías; formamos parte de una desigualdad que aterra. Una condición básica y previa para aceptar la moralidad del pasaporte es acreditar la igualdad en el acceso a las vacunas de las personas de todo el mundo", dice el especialista del Hospital Muñiz, Fundación Huésped y Sanatorio Finochietto. "Hasta el 2022, en África habrá personas que no recibirán ni la primera dosis de la vacuna. De manera que son individuos que se constituirán como parias mundiales porque con ese criterio no podrán viajar a ningún lado. Recién cuando se asegure el acceso de todos, será adecuado pensar en un pasaporte. Mientras tanto, me parece que no tiene mucho sentido".
¿Alentar el turismo?
Un instrumento similar al pasaporte covid que ya se emplea en la Unión Europea está debatiéndose en Latinoamérica, con el objetivo de promover el turismo seguro en la región. "Todas las medidas que apunten a solicitar credenciales de vacunación para poder acceder a diferentes espacios o prácticas tienen relación con una meta subyacente: que la ciudadanía se vacune. En naciones como Francia o Estados Unidos se les están pudriendo las vacunas en las heladeras y no pueden llegar al 70 por ciento de la población con la inmunidad completa", cuenta Geffner. Después continúa el inmunólogo: "A algunas personas, si se les niega el acceso a ciertos lugares o pasatiempos --como bares, restaurantes, espectáculos deportivos-- con tal de poder hacerlo, acceden a darse las dosis y ello redunda en un beneficio colectivo".
En este sentido, plantea Maglio: "El objetivo de establecer un pasaporte común no solo es alentar el turismo en el continente sino también ampliar la base de vacunación para contener y mitigar la pandemia. Entiendo que el turismo constituye una industria muy fuerte, pero el asunto es ir creando instancias en que, progresivamente, la vacunación marche hacia la obligatoriedad para detener la pandemia".
Asimismo, para estimular los ingresos por turismo, sobre todo en naciones que construyen sus economías en torno a él, el hecho de establecer un pasaporte debe complementarse con otras herramientas, incluso más conocidas y ya implementadas. El aislamiento obligatorio y el testeo podrían servir, desde aquí, como requisitos adicionales para quienes provengan de otras latitudes. O bien, por qué no, una opción que se baraja es que los ciudadanos que ingresan desde el exterior sean vacunados en los países de destino. Es cierto que esta acción no resolvería el asunto, ya que los anticuerpos se demoran al menos tres semanas en dar una respuesta adecuada. En este sentido se revela la complejidad del escenario, en la medida en que habría que garantizar más de una variable.
Malacalza retorna al ejemplo europeo y complejiza su punto de vista: "Mientras Europa aplica control férreo sobre el movimiento de personas, no ofrece alternativas de vacunación a los afectados, no habilita la discusión sobre la liberalización de patentes y conserva un actitud de acaparamiento en la distribución mundial de vacunas. La carrera geopolítica es por el control de la tecnología, por los equilibrios de poder internacional y por el acceso a mercados", apunta. "Si se asegura el acceso a todos los ciudadanos, las personas pueden decidir si vacunarse o no. Si no quieren vacunarse, perfecto, no van a poder viajar. Pero acá el asunto es diferente: la gente no escoge eso, sino que no hay vacunas disponibles en muchos países. La pandemia desnudó todas las inequidades previas", insiste Maglio.
Aunque los países ya comiencen a crear instrumentos para recuperar esa normalidad anterior a 2020, la premisa es clara: la pandemia no se terminará hasta que la inmunidad no sea global. Y la inmunidad será global cuando se democraticen las condiciones de acceso a las vacunas.