La señora da un paso para atrás, como asustada. Está en la calle, por Santiago al 3500, en el sur de Rosario, y pide por favor no ser identificada. Le teme a Oscar Racco, detenido desde 2019, que en este momento está siendo juzgado por reducción a la servidumbre, privación ilegítima de la libertad y abusos sexuales reiterados. Todo en perjuicio de María Eugenia, con quien inició una relación de noviazgo en 1995, marcada por el control y la violencia. La mujer lo denunció por tenerla sometida durante 23 años. Durante los primeros tiempos, llegó a estar atada a la cama. “Todo lo que dice la chica es verdad, y más”, asegura, categórica, con los ojos bien abiertos, una vecina. “Nosotros hemos llegado a llamar a la policía porque escuchábamos que la mataba”, asegura la mujer sobre las palizas que relató María Eugenia. Lamenta que la policía no haya llegado nunca para intervenir. Es mediodía, hay poca gente en la calle y tocar los timbres de las viviendas de la cuadra implica encontrarse con caras de espanto. “No voy a hablar de ese hombre porque siempre me atacó, no sé qué le hice”, dice otra vecina, y cierra la puerta rápido. Ni las garantías de anonimato la convencen.
Santiago 3558 es la dirección de la casa donde María Eugenia vivió lo que ella misma calificó como su “calvario”. Hay un garage en ese número y al lado, una puerta de pasillo, con doble reja, donde se ven dos candados, esos que Racco se olvidó de cerrar el 8 de mayo de 2019. La mujer, que había escondido su propio DNI en una zapatilla para conservarlo, vio la oportunidad, porque el hombre entró a bañarse. Fue a la máquina de coser, tomó 640 pesos, dos fotos de su hijo y una carta de su padre y salió corriendo. El barrio Cura es un barrio de casas bajas, a dos cuadras, por Santiago, se ve el country del club Provincial, que corta la calle. Hay árboles que en esta época del año están desnudos, pero en otoño inundan de hojas secas las veredas. “Él era un obsesivo de limpiar la vereda, la hacía salir a limpiar muchas veces por día. A los vecinos nos llamaba la atención que siempre estaban juntos, siempre. También, desde mi posición de mujer, me chocaba que ella tenía que caminar delante de él, que la mandaba a abrir el portón, que la mandaba a limpiar la vereda de las vecinas también, porque no tenía que haber ninguna hoja. No quería que nadie estacionara el auto en la vereda de su casa y el galpón”, sigue otro relato.
“Es peligroso y tiene un entorno”, justifica otra vecina para rogar que no se la identifique. “Ella era una chica especial, hacía mochilas, les ha hecho a algunas personas del barrio, pero a él le teníamos miedo. Nuestra vida ha sido un infierno porque él siempre estaba haciendo problemas, gritando. Y además, siempre mostraba que tenía un arma”, cuenta otra, también asustada. Lo del entorno es gráfico: en una de las audiencias de esta semana, una de las hijas de Racco filmó a las personas que estaban por ingresar como testigos, en especial al hijo de María Eugenia. El Tribunal le ordenó que no lo hiciera más y que se fuera.
“En el barrio le teníamos miedo, él era violento, estaba siempre haciendo problema, gritando. Y al mismo tiempo, en la misma conversación, te decía ‘pero a mí no me molesta’, aunque te había estado gritando”, cuenta otra mujer del barrio.
La casa de Santiago 3558 tiene un pequeño patio delantero, una habitación construida arriba con persiana y ventiluces y, un poco más atrás, se ve un tanque de agua pintado de amarillo. Debajo de ese tanque de agua, contó María Eugenia durante su declaración, Racco le pegaba, mientras la mojaba con el agua de una canilla. Un día, ella se tiró para escapar. El golpe le abrió la cabeza, la cosieron en el HECA. Durante el juicio, María Eugenia exhibió un certificado reciente, extendido por el médico que la atiende actualmente, sobre esa herida de vieja data. Ella se fue a vivir a otra provincia, junto a su mamá Susana y su hermana Juliana.
Otra vecina cuenta que la pareja salía todos los días a la vereda a tomar mate, y que era llamativo que siempre estaban juntos, que no había actividades por separado. “Ella no salía nunca sola”, repiten una y otra vez las personas consultadas. “El se la pasaba gritando ‘acá mando yo’”, se suma otra vecina.
Y vuelve una a reflexionar: “Nosotros los veíamos todos los días juntos, eran vecinos que conocíamos de toda la vida, después nos enteramos de lo que pasaba en la intimidad, y la verdad es que una se pregunta si nos podríamos haber dado cuenta de algo, qué podríamos haber hecho”.
La memoria se entrecruza con lo conocido después, cuando María Eugenia pudo irse y contar lo que pasaba. Racco fue detenido. El padre del acusado vivía en la misma casa, pero falleció durante el proceso. Estaba acusado como cómplice de los delitos.
En la cuadra, hay más de una propiedad de Racco. Está el enorme galpón donde guardaba los autos que compraba y vendía, así como las motos que probaba. Y la casa donde vivían, que atrás tenía el taller mecánico. Varias vecinas coinciden en que “todo” lo de Racco “era medio turbio”, una percepción previa a la denuncia de María Eugenia.
En la investigación, se pidieron registros de llamadas al 911 que alertaran sobre Racco. Encontraron una, en la que alguien se identificó como vecino de Santiago 3558 y contó que Racco estaba armado, que amenazaba a los vecinos, le pegaba a la mujer y vendía autos y motos robadas.
Una de las preguntas recurrentes en los comentarios de lectores en las notas sobre la historia de María Eugenia y también de ciertos periodistas, es cómo no pudo irse antes, cómo nadie pudo ayudarla. La mamá de la sobreviviente contó que llevaba una libreta de almacén con las gestiones que hacía para recuperar a su hija. Incluso, un abogado al que recurrieron, se negó a seguir con el caso porque había recibido amenazas de muerte.
María Eugenia había intentado escapar muchas veces, pero no había podido. Él la encontraba, la perseguía, la hostigaba y amenazaba, hasta que lograba que volviera.
Una de las testigos en el juicio fue la trabajadora social que asistió a María Eugenia en la casa de amparo de Rosario, adonde estuvo alojada 20 días, una vez que logró irse. De vastísima experiencia en la atención a víctimas de violencia machista, la profesional despeja algunas dudas. “Las personas que viven en una situación de servidumbre y secuestro pierden la capacidad de reaccionar, porque justamente los secuestradores, los perpetradores, los agresores, como les queramos llamar, trabajan durante todo el tiempo, para que ellas pierdan la capacidad de reaccionar y empiecen a hacer lo que ellos quieren que hagan. Es una cuestión de supervivencia, que no le pasa sólo a María Eugenia, también lo viven otras mujeres”, dijo la profesional a Página/12, después de declarar ante el Tribunal integrado por los jueces Nicolás Vico Gimena, Nicolás Foppiani y Rafael Coria.
“Si él te tuvo atada de una cama, las veces que intentaste salirte, él te persiguió, te amenazó, impidió que puedas volver a hacer tu vida, lo aprendido es hacer lo que él quiere. Ellos (los violentos) trabajan para dañar la voluntad, que todo lo que a vos se te ocurra va a ser difícil, imposible. Y por lo tanto, ella, cuando salía, actuaba como él quería que actúe. Entonces, mucha gente no se pudo dar cuenta”, consideró la trabajadora social. Ante el Tribunal se refirió al Síndrome de la Indefensión Aprendida, descubierto por Martin Seligman y sus colaboradores. “Significa que, cuando una persona o animal se enfrenta a una situación negativa de la cual no puede escapar, 'aprende' a mantenerse indefensa, incluso cuando las condiciones cambian y ya se puede ejecutar una respuesta de huida”, explica un portal de psicología de Madrid.
El juicio continúa el lunes con testimonios de psicólogos y también con un especialista de la Unidad Especializada Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), para dar precisiones sobre cómo funciona la reducción a la servidumbre en la captación de personas con apariencia de relaciones de pareja. "Espero que se reconozca la calificación legal de reducción a la servidumbre y abuso sexual. Entendemos que no hay otra forma de dar cuenta y describir lo que le paso a María Eugenia, no hay otro delito que pueda describir no sólo la limitación a su libertad sino también la anulación de su autonomía de la voluntad y de su posibilidad de decidir la persona que quería ser. También que se entienda que nada fue consentido durante ese tiempo por lo que también se configura el delito de abuso", expresó la fiscal Luciana Vallarella, de la Unidad Especializada en Violencia de Género, quien pidió una pena de 18 años de prisión para el acusado.
La condena pedida está en relación con la calificación legal, aunque la fiscal subraya que "nada devolverá esos años a María Eugenia, nada le devolverá la posibilidad de criar a su hijo, de compartir con su hermana, con quien era tan compinche, de ver a sus amigas y a sus seres queridos. Por eso creemos que la condena es una mínima reparación del Estado por tanto sufrimiento para María Eugenia y su familia".