Alexander Zverev se consagró campeón olímpico en el tenis masculino, en Tokio 2020, después de superar en la final 6-3, 6-1 al ruso Karen Khachanov. El impacto generó ruido por dos razones. Camino a colgarse la medalla de oro el alemán gestó un bombazo en las semifinales y derrotó al número uno Novak Djokovic, el hombre que pelea por reescribir la historia y que buscaba el único título grande que nunca ganó. "No gané el oro para mí sino para toda Alemania", disparó.
El nombre de Zverev, sin embargo, volvió provocar revuelo con la reaparición en las redes de la denuncia pública por violencia de género realizada por su ex novia Olya Sharypova, quien narrara el año pasado el infierno que le tocó vivir durante la relación con el actual número cinco del mundo.
Aquel capítulo escalofriante contrasta con el gran logro deportivo de Zverev, el primer alemán que obtiene el oro olímpico entre los varones y el tercer tenista de su país que lo consigue en general: Steffi Graf triunfó en el single de Seúl 1988 y la dupla formada por Boris Becker y Michael Stich ganó el doble de Barcelona 1992.
Sharypova contó, ante el periodista Ben Rothenberg, que sufrió golpes, amenazas, daño emocional y hasta un intento de asesinato. "Sólo quiero que se sepa la verdad y ayudar a otras personas que están en la misma situación, y necesitan fuerza para sobrevivir", relató la rusa de 24 años, cuya historia resulta estremecedora más allá del negacionismo sistemático de Zverev.
"Las acusaciones son injustificadas y falsas", repitió el alemán consultado día tras día en cada rueda de prensa durante meses, hasta que sus abogados pusieron un freno. Su postura siempre fue la misma: desentenderse y negar los hechos.
Sharypova comenzó a salir con Zverev en septiembre de 2018. La relación duró poco más de un año y se volvió cada día más violenta. Primero surgió el maltrato psicológico y, con el tiempo, aparecieron los ataques. Así lo contó la propia protagonista: "La primera vez que me pegó fue en Mónaco. Habíamos discutido, me tomó de la cabeza y me golpeó contra la pared".
"Posesivo y controlador", lo describió Sharypova, quien soportó la sucesión de episodios hasta que no aguantó más: en el US Open 2019 decidió dejarlo y temió por su vida. "Fue una pelea aterradora; me empujó a la cama, tomó una almohada y se sentó encima de mí. No podía respirar. Todavía no sé cómo escapé". Zverev le quitó el pasaporte y la obligó a volver. Poco después viajaron a la Laver Cup de Ginebra, donde el alemán siguió con los maltratos y hasta le pegó un puñetazo. Fue tan grave que Sharypova intentó suicidarse con insulina.
Zverev nunca dejó de jugar ni nadie lo apartó del circuito porque el tenis no tiene un protocolo para accionar en casos de violencia de género. En la NFL y la NBA, por caso, hay un procedimiento para separar al jugador involucrado hasta el esclarecimiento de la causa. En el seno de los órganos rectores del tenis, no obstante, no tienen una intención transformadora. Las respuestas oficiales, por el contrario, parecen denotar hasta una suerte de falta de compromiso con las demandas de esta era.
"La ATP condena cualquier forma de violencia o abuso; ante las acusaciones contra cualquier miembro del tour, las autoridades legales investigan y se aplica el debido proceso; recién entonces ATP revisa el resultado y decide el curso de acción apropiado. No podemos comentar más sobre acusaciones específicas", comunicó en su momento la corporación que maneja el circuito, mientras que la Federación Internacional de Tenis optó por una posición similar: "La ITF cuenta con un código de conducta para torneos y jugadores en nuestra jurisdicción. Ante posibles infracciones investigaremos cuando tengamos autoridad para hacerlo. Las acusaciones de abuso doméstico son serias y deben ser tratadas por las autoridades pertinentes; no podemos comentar nada específico".
"Nunca sentí algo así; es la mejor semana de mi vida", expresó Zverev, medalla de oro en mano, después de redactar una página más en su historia como tenista de elite. Tomó el legado de la legendaria Graf y resguardó su Golden Slam de 1988, el logro que Djokovic no podrá emular. En términos personales, y más allá del velo que colocó el ecosistema del tenis, algún día tendrá que dar explicaciones.