Jamás imaginé que sería tan fanática de los Juegos Olímpicos. No puedo dejar de mirar cualquiera de las disciplinas. Siento que nos hizo juntarnos como si se tratara del mundial e introdujo en las charlas cotidianas el lenguaje del deporte olímpico. Además, el desfile de deportistas que nos enorgullecen nos ha provisto de una catarata de emociones. En esta ocasión, no solo por la satisfacción de sentirnos representados como nación, sino también porque conmueve tanto esfuerzo colectivo e individual y todos los sacrificios que han hecho para estar ahí.
Es inevitable que pensemos en los reclamos de lxs deportistas el año pasado y su imposibilidad de entrenar debido a las restricciones. Yo me pregunto: ¿estuvo bien que aquellos que debían representar a nuestro país en las Olimpiadas no pudieran entrenar por tanto tiempo, incluso aplicando los protocolos adecuados? Hoy se les exige y todxs estamos pendientes de su rendimiento, pero creo que es importante no perder de vista que ha sido muy difícil para ellxs.
Por otro lado, fuera de lo anecdótico de la competencia diaria, lo que más me emociona de esta última edición es el modo en que se reafirman las nuevas generaciones. Me conmovió ver a Tom Daley, exultante tras lograr la medalla de oro para Gran Bretaña en la especialidad de nado sincronizado, diciendo: «Me siento muy empoderado porque cuando era más joven pensaba que nunca iba a lograr nada por ser cómo era». Me produce una gran satisfacción semejante acto de orgullo en este contexto porque es una inmensa postura política. Y esto no termina acá, estos juegos exhiben profundos cambios sociales que está viviendo el mundo; uno de ellos fue la participación de Quinn la primera persona no binaria en competir en olimpíadas. Ahora espero con ansias el debut de Laurel Hubbard, la primera atleta trans en competir luego de que el Comité Olímpico Internacional cambiara sus reglas y permitiera que participantes como ella pudieran ingresar, siempre y cuando sus niveles de testosterona estén por debajo del límite preestablecido.
Algo importante está ocurriendo en estas Olimpiadas, sí, pero el sexismo sigue firme, a pesar de los avances del feminismo a nivel mundial y de la necesidad urgente de cambios en los reglamentos para varias disciplinas. Modificaciones que no influyen en el desempeño deportivo de lxs atletas. Me refiero, por ejemplo, a la multa que recibieron las jugadoras de handball playero de Noruega por no respetar el reglamento de vestimenta y salir a jugar en shorts frente a España. Por suerte, la noticia de la sanción levantó todo tipo de críticas y solidaridad con las atletas, a tal punto que la cantante Pink se ofreció a pagar la multa económica impuesta a las atletas. En un escenario similar, las gimnastas alemanas dejaron atrás la malla tradicional y salieron a competir con trajes enteros en total repudio total contra la sexualización de las deportistas de esta disciplina.
Se trata de debate que se viene dando hace años en el deporte. La sexualización no solo funciona en el nivel social sino que también opera desde la normativa: el reglamento de la Federación Internacional de Handball exige que las mujeres atletas usen bikini con un agarre ajustado y con un corte elevado sobre la parte superior de la pierna, y aclara también que el ancho del costado tiene que tener diez centímetros, mientras los hombres deben usar shorts. Así como las atletas fueron multadas por romper el reglamento, ¿la FIH no debería ser multada por sexista?
Esta polémica trajo una anécdota de las Olimpiadas 2016 en Río. Fue el partido entre Alemania y Egipto, en que una fotografía captó perfectamente a dos mujeres obligadas a vestir de acuerdo con el mandato de los hombres: una, con su cuerpo totalmente cubierto salvo su rostro y la otra, exhibiendo el suyo.
Es hora de pensar en el futuro de quienes practican deportes sin marcar diferencias y empezar a registrar aquellos aspectos que nada tienen que ver con el espíritu deportivo sino con seguir replicando paradigmas de tradiciones retrógradas y discriminadoras. No es algo grave tener modificar los reglamentos y estatutos: un deporte no se sostiene por sus reglas, sino porque quienes lo practican disfrutan de hacerlo. Después de todo, para hacer una revolución siempre es necesario hacer temblar algún que otro cimiento.