En uno de sus últimos podcast, Antro de Lesbianas hace un recuento de la historia más reciente del movimiento lésbico en Argentina. Para ello entrevistan a Fabi Tron, referente histórica (medio cordobesa, medio santafesina), y a Maria Rocha y Jorgelina González, activistas más jóvenes de Santiago del Estero. Digo más jóvenes porque comenzaron a activar más o menos al mismo tiempo que yo y que las creadoras del podcast: Mariana Rodriguez Fuentes y Milagros Mariona. Para ese entonces Fabi Tron ya era una referente a quien yo admiraba desde lejos y en silencio, como lo sigo haciendo ahora. Yo tenía alrededor de 23 años cuando comencé a activar en la colectiva de Lesbianas Feministas “Malas como las Arañas”, en la ciudad de La Plata. Mariana y Milagros organizaron junto a otras pibas la colectiva Cruzadas, en Tucumán, desde donde ahora activan el Antro.
Recuerdo que en ese momento había grupas en Rosario, Córdoba, en el conurbano oeste -yo las recuerdo como las pibas del oeste-, Fugitivas del Desierto, en Neuquén, en capital había varias más, no tengo el nombre de todas porque carezco de rigurosidad periodística. Me disculpo de antemano por cualquier omisión en la que pueda incurrir, pero como todes sabemos, la memoria es caprichosa y a eso no hay con qué darle. Existe sin embargo, un archivo documental digitalizado del activismo lésbico llamado Potencia Tortillera, donde se registra e intenta sistematizar una historia de experiencias (en su mayoría autogestivas) deseosas de discutirlo todo, para revolucionarse y expandir esa revolución con la fuerza que se pueda juntar. Una historia frágil, de esas que la industria del entretenimiento se encarga de ocultar con sus tanques narrativos. Gestos, grietas que se abrieron para abonar un presente, cualquiera que sea posible, porque existir sigue siendo un frente abierto de batalla.
El podcast sí contiene rigurosidad periodística y es fascinante escuchar en primera persona el pensamiento colectivo y la acción de las identidades lésbicas públicas y organizadas, que fue construyéndose a partir de los ‘90 -ese es el recorte temporal. Desde las discusiones teóricas y las fricciones con el feminismo y el movimiento de mujeres -Wittig mediante-, a la agenda coyuntural del matrimonio igualitario -una agenda que avanzó desde capital federal hacia todos los rincones del país con la potencia de los centros-, para llegar al asesinato de lx Pepa Gaitán, como la erupción de un volcán en el que los márgenes del territorio estallan, para marcar violentamente su presencia.
A veces creo que nuestras historias son frágiles porque no tienen la forma de narración que los libros de historia necesitan, me refiero a que no fueron grandes movimientos de masas con épica revolucionaria, sino más bien células terroristas del orden hetero cis patriarcal, focos de contagio que aparecían y desaparecían con más o menos registro de su existencia, como happenings de la política, hubo quien nos llamó lumpens también. Algunas de esas experiencias continúan, otras se transformaron, se multiplicaron o simplemente terminaron. Yo creo que los primeros 3 años de militancia no entendí nada, solo me dejé llevar por ese alboroto hermoso que eran los encuentros, las intervenciones, las ferias, los recitales, los grupos de lectura y las marchas. Bueno sí, probablemente estoy idealizando el pasado, pero es porque intento convencerles de que escuchen el podcast.
Una de mis imágenes favoritas de esos años fue una intervención en la marcha del XXIII Encuentro Nacional de Mujeres -en ese momento se llamaba así-, en Neuquén. Participamos con Arañas en la creación de una Torta de tela gigante, que junto a Fugitivas del Desierto, Barulleras y varias activistas independientes, alzamos entre la fila de católicos que defendía a la iglesia de la marcha de mujeres que arremetía sin piedad. Para quienes no conocen ese glorioso momento de las marchas en los Encuentros, la pasadita por la iglesia es un ritual en el que durante un periodo de tiempo indeterminado - o hasta que interviene la policía para reprimir a las pibas-, un grupo de hombres cis católicos forman un cordón humano, protegiendo -supongo que- las paredes del templo, tomados de las manos, rezando, mientras se dejan arremeter por la horda iracunda de pibas que les arrojan sangre, escupitajos y todo tipo de fluidos corporales. Desde el fondo, la iglesia suele hacer sonar sus campanas para intentar sobreponerse a los cánticos y tambores que les mostris hacen sonar, y que se extienden hasta los confines de las calles de la ciudad, o de las avenidas que trazan el recorrido de la marcha, que marca el final del Encuentro.
Todo parece como salido de un sueño de Pasollini. Ahí en el centro mismo de la performance nos metimos, alzando la torta gigante hecha de lo que recuerdo como una especie de friselina color naranja, por sobre las cabezas en estado de trance, repartiendo además un volante titulado “Vamos por una gran marcha torta”, que reclamaba la ausencia de iva en los juguetes sexuales y la liberación de las compañeras iraquíes y palestinas, entre otras cosas. El volante está en el archivo Potencia Tortillera para quien quiera leerlo. Yo lo releí hoy y me dí cuenta que en ese entonces no dimensionaba la genialidad de la intervención en la que participaba. Solo recuerdo el delirio de mover esa estructura de madera pesada. Y a nuestros cuerpos luchando entre los cuerpos en tensión, que se apretujaban y disputaban un lugar para expresar una ira que los católicos provocaban, un tanto excitados por el martirio. Ahora dudo si la iglesia no estaba vallada como comenzaron a hacer luego, pero recuerdo muy claramente cuando al fin nos posicionamos en la puerta del templo y comenzaron a repartir los volantes, el silencio que detuvo por algunos segundos aquel ritual. Lo recuerdo en cámara lenta, como el final de una película mala de esas que pasan por la tele a la tarde, les lesbianes gritando y agitando la torta en éxtasis y alrededor nuestro, hermandades por el gesto de confusión, los rostros de los católicos y de las pibas de la marcha.