El 14 de julio pasado Argentina superó los cien mil muertos por covid. El tratamiento por parte de los medios hegemónicos y de la oposición expresó que las narrativas polarizantes son predominantes en la coyuntura política. Fotos, historias, videos, declaraciones presidenciales y de sus ministros del año 2020, conformaron un collage estético morboso en los principales portales. Al otro día la tapa negra de Clarín era una síntesis de este frame que se caracteriza por apuntar a la emotividad, la irracionalidad y la simplifación de los asuntos públicos, dejando de lado el pensamiento crítico y el análisis multicausal y multidimensional que se requiere para abordar una realidad compleja.
“El récord se produjo en solo 500 días. El país ocupa el undécimo lugar entre los que tienen más muertos (...) los testeos fueron insuficientes y la demora en la vacunación incidieron en la mortalidad (...) pese a que la cuarentena argentina fue una de las más extensas del planeta”. Diferentes frames periodísticos y encuadres de los discursos políticos son necesarios en los sistemas democráticos, las distintas visiones fortalecen a estos sistemas.
Lo que estamos viviendo es una tragedia. Lo que se plantea como problema son los relatos extremos o polarizantes, que abordan de manera irresponsable e irracional temas sensibles como la muerte. Desde marzo de 2020, cuando se declaró la pandemia, hasta mayo de ese año, prevaleció un solo frame. Muchos analistas hablaron de la malvinización de la pandemia. Los medios plantearon una suerte de guerra contra la covid. “Al virus lo frenamos entre todos” en las tapas de todos los diarios y el #SomosResponsables marcaron el clima de opinión de los primeros meses de pandemia. El discurso dominante hablaba del fin de la grieta y la imagen positiva de los políticos estaba muy por encima de los tiempos “normales”. Esa burbuja simbólica se pinchó a partir del surgimiento de conflictos entre los actores políticos, propios de una sociedad de sujetos sociales con diferentes intereses y proyectos de país. Desde que el presidente Alberto Fernández intentó marcar límites al establishment, expresando que en un contexto de crisis era momento de ganar menos, el master frame, esa suerte de discurso único entró en crisis. Los medios y la oposición intentaron instalar la agenda del fracaso de la estrategia oficial, a partir de capítulos mediáticos como “la vacuna es veneno”, “la cuarentena más larga del mundo”, la falta de libertad por parte de un gobierno autoritario”, “Argentina es el país que más ha sufrido económicamente”. El proceso de instalación de estos temas, más las manifestaciones y prácticas de sectores de la oposición como fue el caso de la rebelión policial y el intento por ocupar el espacio público a través de múltiples protestas, establecieron una dinámica de tensión agravada. La búsqueda de un consenso político y simbólico en el marco de la crisis se hizo imposible. La tapa negra de los cien mil muertos es la síntesis simbólica de esa narrativa. El frame de la oposición y los medios dominantes también tuvo algunos elementos moderados como pudo ser el regreso a clases presenciales o pensar ciertas aperturas en el marco de las restricciones de circulación que afectan a la economía.
La dificultad para el sistema democrático está en que esos reclamos racionales se contaminan a partir de que se expresan en un marco simbólico de extremidad. En este sentido la mediación política y mediática se dificulta, formándose dos espacios simbólicos ideológicos que se observan entre sí pero no interactúan. Es ahí donde la polarización afecta las interconexiones institucionales y simbólicas que el sistema democrático necesita para resolver los conflictos. La negociación y el diálogo son parte de las relaciones agonistas. Existen en el marco de las diferencias. Pero el problema que se presenta es que los encuadres polarizantes crean dos espacios desconectados. Incluso, cabe especular, que la construcción de dimensiones simbólicas paralelas son funcionales para algunos sectores que son los mismos que las alimentan permanentemente. Es decir, esta polarización afecta la estructura institucional del sistema democrático, desestimando el valor de la diferencia y provocando un inicio de legitimidad de posibles salidas autoritarias. Esto sucede también al interior de las fuerzas políticas, donde figuras relevantes no logran legitimarse frente a los sectores más extremos de sus partidos políticos. Crear una narrativa polarizante implica no pensar la magnitud de esta tragedia, sus consecuencias sociales, económicas, y políticas. A la oposición y a los medios les gusta hablar de la falta de políticas de Estado. Simplificar la realidad es una mirada cortoplacista que impide iniciar un proceso de negociación y algún tipo de camino para la reconstrucción, siempre teniendo en cuenta las dificultades que presenta vivir en un momento donde la polarización cruza a nuestra sociedad, pero también prestando atención a que es un momento crítico.
* Politólogo y docente