Mientras el público aún se ubicaba en sus respectivas sillas de plástico negras (no aptas para personas con problemas en los riñones o de obesidad), y los miembros de Amnistía Internacional se ocupaban de generar conciencia sobre la cuestión de los refugiados, la agrupación de tex mex y música country The Last Bandoleros amenizaba el último show de la previa del recital de Sting. Antes, por el escenario dispuesto sobre la pista de carreras del Hipódromo de Palermo, había pasado uno de los hijos del artista inglés, Joe Sumner, y el acto soporte más conocido de la noche (además, uno de lujo), el rionegrino Lisandro Aristimuño. Así que el cuarteto conformado por músicos texanos y neoyorquinos, cuyo dramatismo fronterizo y canciones en espanglish evocaban las bandas de sonido de las películas del cineasta chicano Robert Rodríguez (especialmente El Mariachi), parecía un condimento más en la noche, atravesada por la humedad, que traía de vuelta a Buenos Aires al ex líder de The Police. Fue el preludio de un nuevo episodio del inglés en Buenos Aires, que aprovechó para reencontrarse con Abuelas y Madres de Plaza de Mayo (ver sección Política).
Si bien Sting no es el primer ni el último artista en salir de gira con su hijo (también tiene una sucesora que se dedica a la música, Eliot “Coco” Sumner), el acertijo sobre qué relación tienen la versión milénica de Los Lobos con la grilla del show quedó resuelta una vez que el bajista y cantante salió al escenario. Y es que parte de los integrantes del grupo, junto a Joe, hicieron las veces de coristas durante las dos horas de recital. El resto de la formación la completaban su sempiterna mano derecha, Dominc Miller, el “porteño”, como bien lo llamó varias veces el de Wallsend (aunque técnicamente es bonaerense), en la guitarra, asistido esta vez por uno de sus cuatro vástagos, Rufus, en la otra viola. Al tiempo que la batería la ejecutaba Josh Freese (ha tocado con Nine Inch Nails, Guns N’ Roses, Devo y Weezer). Lo que contrasta con el virtuosismo que atavió al frontman en su pasada actuación en la Argentina, en el DirecTV Arena, en 2015, en la que lo acompañaron músicos de la talla del baterista Vinnie Colaiuta y el tecladista David Sancious.
Además de sacarse la barba hipster que lució en Tortuguitas, la elección de una banda de acompañamiento tan ecléctica tiene una razón de ser, la misma que incentivó este tour: su flamante disco, 57th & 9th, con el que Sting volvió a fundamentos más rockeros. Así como a las carteleras musicales en una década, luego de que el tema “I Can’t Stop Thinking About You” alcanzara el puesto cuatro en el ranking de “Música Alternativa Adulta” de EE.UU. A pesar de que este single fue parte del repertorio que presentó el jueves, el artista nacido bajo el nombre de Gordon Matthew Sumner comenzó su show con una canción que se conecta con esta nueva etapa, “Synchronicity 2”. Aunque le bajó un cambio en el tempo, al igual que a “Spirits in the Material World”, revestida con una base rítmica más jamaiquina, cuyo bajo aludía al de “The Bed’s Too Big Without You”. A eso le siguió “Englishman in New York”, que se sacudió el jazz para subirse al pop. Y esto se tornó en el marco para comprender el recorrido hasta “I Can’t Stop...”.
Después de saludar en español a las 15 mil personas que se dieron cita en el predio hípico, y de presentar por primera vez a su agrupación, pausa que le permitió a su hijo mayor colgarse la guitarra acústica, el ex líder de The Police hizo otra de las canciones de su decimosegundo álbum de estudio, “One Fine Day”. A manera de muestra de su renovación, Sting redobló la apuesta y extirpó el jazz de “She’s Too Good for Me” para inyectarle una cadencia notablemente funk. Pero eso no fue todo: en el cierre de ese clásico de la carrea solista del inglés, incluido en Ten Summoner’s Tales (1993), el acordeonista invitado de The Last Bandoleros, Percy Cardona, comenzó a ganar espacio hasta que terminó debatiéndose en un duelo de solos con Dominic Miller, en el que quedaron empatados. Lo que le valió el derecho al músico méxico–estadounidense para sumarse a “I Hung My Head” y a la adaptación campestre de “Fields of Gold”. Sin embargo, si al público –acostumbrado a la impronta del exponente de 65 años– todo esto le era ajeno, lo más extraño estaba por suceder.
Una vez que quedaron atrás “Petrol Head”, “Shape of My Heart” y volvió la alegría con “Message in a Bottle”, Joe Sumner se puso frente al micrófono para interpretar un cover, tan personal que costó descifrarlo en el inicio (muy cerquita del espíritu de una ópera rock), de “Ashes to Ashes”, que cerró su padre ante la mirada impávida de un público que no se había dado por enterado de que lo que sonaba era un himno de David Bowie. Si bien con ese guiño ya valía el precio de la entrada, The Last Bandoleros (considerada en Estados Unidos “una de las diez bandas que hay que conocer” y que llegó a Sting gracias a su manager) y los demás músicos tomaron impulso para un cierre a lo The Police. El único obstáculo fue la norsahariana “Desert Rose”, pero, salvo por esa excepción, el bólido arrancó con “Walking on the Moon”, continuó con “So Lonely” y se tiró al vacío con un híbrido entre “Roxanne” y el hitazo de Bill Withers “Ain’t No Sunshine”. Luego del grito de guerra Woodstock de la audiencia, el combo regresó con “Next To You”, “Every Breath You Take” y se despidió con “Fragile”. Fue el corolario de broche generacional que celebró la trascendencia de la canción.