La escena está recortada por la nostalgia. Zelarayán está en la vieja librería Gandhi frente al Teatro San Martín mirando libros, charlando con los visitantes. A veces sonríe, hojea algunas páginas, hace un chiste y bromea. No se puede intuir que ese hombre desgarbado y con un cigarrillo siempre prendido entre manos construya una obra que hoy empieza a valorarse en su justa dimensión. Casi siempre las apariencias engañan, en este caso para mejorar la realidad. De alguna manera se intuyen los motivos para que la presencia de sus libros nos traigan el material inflamable de los recuerdos del fondo de su casa en Paraná, donde había durazneros, yuyos, gatos negros pues la vida que atraviesa un artista no explica siempre la estética o las formas de producción de un escritor y menos aún confirma que su obra se fue perdiendo en mudanzas, viajes y otros accidentes. Pero en este caso los planetas se alinean. Se lo conoce y valora por su gran poema La gran Salina (“Un piano colgado como una araña del hilo…/ Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar”) que integra su libro La obsesión del espacio, que publicó a sus 50 años.
Ricardo Zelarayán nació en 1922 y se lo emparentó por momentos con Macedonio Fernández por la influencia que ejerció en las jóvenes generaciones de poetas. Este es el punto de partida que Inés Busquets -periodista y poeta platense- eligió para atravesar las diversas capas de misterio que atravesaron su vida y dar a la luz los materiales centrales de su obra. El Flaco es un retrato de Ricardo Zelarayán hecho de retazos, fragmentos y conversaciones. Se reconstruye de qué manera se alude a la presencia del río, los silencios y sus posibles tramas, la presencia del tren, los sauces, las montañas, las aves y la siesta. Pese a todos estos elementos que en muchos casos provienen de la exaltación de la naturaleza, su mito como escritor es urbano. Su transcurrir fue aquí en Buenos Aires, entre pensiones, casas de amigos, colegas y familiares. Busquets va hacia los orígenes cuando sus padres se trasladaron del campo a la ciudad para que sus hijos cursaran una carrera universitaria. Y en principio Zelarayán cumplió, pues sus estudios de Medicina estuvieron más que avanzados, pero claramente no era lo suyo. Alguien que estaba orgulloso de estar en los márgenes del oficio. “Pero no me fui a Europa, ni creo que me vaya nunca. No señor, ni beca, ni vaca, me quedo aquí”. Y así aparece la figura de Witold Gombrowicz y en especial su texto “Contra los poetas” (“¿Por qué no me gusta la poesía pura? Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar puro. El azúcar encanta cuando lo tomamos con el café, pero nadie se comería un plato de azúcar, sería ya demasiado”) que fue un parte aguas en el ambiente de la escritura. Trajo a colación discusiones que enriquecieron, dagas mediante el horizonte de las obras que se producían entre los años 30 y 50. Luego Zelarayán integró la revista Literal con Germán García, Luis Gusman, Héctor Libertella y Osvaldo Lamborghini.
Busquets no escatima momentos de humor cuando dice al pasar que se distanciaba de las revistas pero no de los amigos. Pero ¿en qué contexto se desarrolló su creación? Para Germán García la llegada de gran parte de la obra de Lacan a Buenos Aires por intermedio de Oscar Masotta fue una especie de estallido, de cóctel molotov intelectual. También la presencia de movimientos revolucionarios en Latinoamérica, y por otra parte la jerarquización de la crítica literaria casi como un género en sí mismo se desplegó en publicaciones, suplementos literarios, en diarios y revistas de importancia capital como Confirmado, Primera Plana y su broche de oro en el diario La Opinión. En uno de los primeros artículos de Literal se señaló que la literatura es una actividad contra la muerte y a la vez se postulaba “no matar la palabra, no dejarse matar por ella” y con cierto tono freudiano cierra el círculo, el lenguaje hace presente lo ausente, todo valor implica una ausencia. Zelarayán escribía acerca de conversaciones y por sobre todo escuchaba.
“Siempre escribí pero no soy escritor” desafiaba y así fue como publicó su primer libro de poemas La obsesión del espacio, en 1972. Si buscar formas de vida en un hombre que se dedica al oficio más solitario del mundo (García Márquez dixit) no siempre explica su estética y su modo de ver el mundo Busquets es rotunda al afirmar: “Él es su obra”. Hasta se animó a escribir un libro para chicos, Traveseando, a su manera, claro.
“Pero cuando uno sueña se da el gusto de caminar no solo por el techo sino también por el cielo-el techo del mundo-que además puede comerse porque es azul y dulce. Y uno puede bañarse en las nubes de la lluvia que caerá mañana, aquí o en otra parte, y después caer directamente como una gota o una pelota o deslizarse suevamente como un pájaro sobre las hojas de los árboles”.
Laura Estrin, estudiosa de su obra, va más lejos: “Zelarayán es nuestro Charly García”, dispara. Y entre análisis y valoraciones de su trabajo de imágenes y poesía conversacional surgen las anécdotas y lugares, el viejo teatro Babilonia en la calle Guardia Vieja, sus trabajos en el área de Publicidad, su vínculo un tanto distante con Lola Mora y lo que genera una ternura infinita, ser el primer alfabetizado en su familia. Recordaba a una mujer con la que había ido al cine a no ver una película, relata Elvio Gandolfo.
En ese tono también están los recuerdos de Luis Gusman. ”Creo que es un escritor central de esos que necesita cada cultura porque trabaja destruyendo, haciendo implosionar la idea de géneros. Después de él podríamos escribir cualquier cosa. Era un poeta del espacio. Quiero decir que cada punto, cada coma, cada marca gramatical es una señalización que le da respiración al texto. El aire no sólo flota en el espacio sino que es una neumática del tiempo, por lo que sucede entre el intervalo entre una palabra y otra... A Ricardo le debo haber conocido a Borges. El me llevó a su casa. La nuestra ( con Zelarayán) fue una larga amistad de muchos almuerzos y cafés”.
Ya más cerca en el tiempo se publicó Ahora o nunca: poesía reunida a cargo de Mario Pellegrini. Un acto de justicia para quien partió en 2010 y aún constituye un misterio a descifrar.