Desde que Ibn Batuta, viajó el Medio Oriente en el siglo 14 nadie partió con tantas ambiciones como Donald Trump. Batuta, un viajero musulmán marroquí y erudito, tenía algunas cosas en común con Trump. Llegó a lo que ahora es Arabia Saudita. Fue a Jerusalén. Incluso tenía un buen ojo para las damas nubiles –había algunas esposas, por no hablar de una esclava griega que era para enloquecer. Pero ahí terminan los paralelos. Porque Ibn Batuta estaba cuerdo.
Sin embargo, ahora sabemos que Trump piensa que está tocando las tres religiones monoteístas porque va a Riad, a Jerusalén y luego al Vaticano. Hay algunos problemas, por supuesto. No puede ir a la Meca porque los cristianos están prohibidos y el viejo rey de Arabia Saudita representa una autocracia wahabí que corta cabezas, algunos de cuyos ciudadanos han pagado –y lucharon junto– al temido Estado Islámico (EI), contra quién Trump cree que está luchando.
Luego, cuando vaya a Jerusalén, se reunirá con Benjamín Netanyahu, que apenas representa al mundo judío y planea mantener a las robadas tierras árabes en Cisjordania para judíos, y sólo judíos. Luego se presentará en el Vaticano para enfrentarse a un hombre que –aunque sea un gran tipo– sólo representa a los católicos romanos y no se parece mucho a Trump de todos modos. Ibn Batuta estuvo lejos del hogar durante un cuarto de siglo. Gracias a Dios Trump lo hace por tres días.
Trump dice que luchará por un acuerdo de paz entre Israel y Palestina.
Por supuesto, él no va a hablar al “Islam” en Arabia Saudita como no le va a hablar al “Judaísmo” en Jerusalén. Los sunitas saudíes van a hablar de aplastar a la “serpiente” de los chiítas de Irán –y debemos recordar que Trump es el chiflado que derramó lágrimas de cocodrilo sobre los bebés sunitas muertos en Siria el mes pasado, pero ni una por los bebes chiítas muertos en Siria unos pocos días más tarde– y espera que puedan restablecer relaciones reales entre su feliz reino que lleva a cabo ejecuciones y el feliz de Estados Unidos que lleva a cabo ejecuciones. Trump podría intentar leer el último informe del relator de la ONU, Ben Emmerson, sobre el encarcelamiento de defensores de derechos humanos y la tortura de sospechosos de “terrorismo” en Arabia Saudita. No. Olvídenlo.
De todos modos, el rey no es un imán, como Netanyahu no es un rabino. Pero Jerusalén será un gran concierto porque Trump podrá pedir ayuda a Netanyahu contra el Estado Islámico (EI) sin darse cuenta de que Israel bombardea sólo al ejército sirio y al chiíta Hezbollah en Siria pero nunca –nunca– bombardeó al (EI) en Siria. De hecho, los israelíes dieron ayuda médica a los combatientes de Jabhat al-Nusra, que es parte de Al Qaida que (quizás Trump haya oído hablar de esto) atacó a los Estados Unidos el 11 de septiembre. Así que quizá el Vaticano sea un alivio.
Por supuesto, Trump podría haber caído por el Líbano para encontrarse con el Patriarca Beshara Rai, un prelado cristiano que por lo menos vive en Medio Oriente y que podría haber sido capaz de decirle a Trump algunas verdades sobre Siria. O, dado que Trump se sentiría “honrado” de reunirse con el Gran Líder de Corea del Norte, incluso podría haber sorprendido al mundo pasando unas horas con Bashar al-Assad. Al menos Ibn Batuta llegó a Damasco.
Pero no, Trump está buscando “amigos y socios” para luchar contra el “terrorismo” –algo que nunca fue infligido a Yemen por Arabia Saudita o al Líbano y a los palestinos por Israel–. Tampoco será mencionado por los y chicas de CNN, ABC y todos los titanes de los medios de comunicación estadounidenses que –con el fin de promover su importancia fingiendo que su presidente no está loco– servilmente sigan a su chiflado presidente alrededor de la región con todas las tonterías de siempre.
Oh, sí, y Trump también quiere traer la “paz” a Tierra Santa. Y así pasará del rey de los helicópteros al ladrón de las tierras palestinas y terminará con el pobre y viejo Santo Padre que sabiamente da al presidente unos minutos antes de su audiencia general semanal.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhere.