Una parte de la cervecería más grande y tradicional de Quilmes se ha vuelto vacunatorio. En el Parque Cervecero este martes les toca, por primera vez, a los chicos de entre 12 y 17 años con comorbilidades. En la sala de espera se evidencia cierto nerviosismo: algunos de los futuros vacunados mueven sin parar la pierna. Un chico de unos 14, 15 años llora. Se pasa un pañuelito descartable por los ojos. La mamá le acaricia el hombro. A través de una pantalla lo llaman a uno de los diez boxes instalados en la enorme carpa blanca. “Es un pinchacito”, lo calman. El, que tiene algún tipo de retraso madurativo, no suelta en ningún momento la mano de su madre. Llega el pinchazo. La escena se corona con un abrazo larguísimo entre madre e hijo. Y después el chico abraza también a la enfermera que le aplicó la vacuna.
“Se siente la emoción de haber arrancado la vacunación de menores, que se veía lejana y hoy es una realidad”, celebra Santiago Monsulo, el coordinador de esta posta de vacunación, una de las 153 que se dispuso en la provincia para este grupo. Llegan sobre todo chicos con asma, obesidad --según lo que cuentan los papás, un problema que se agravó en la pandemia-- y enfermedades respiratorias. Son alrededor de las 15 y en las afueras del Parque hay fila. A Santiago y a otros miembros de la organización se les acercan todo el tiempo padres que llegan sin turno y se van enojados y personas mayores que consultan acerca de la segunda dosis de otra vacuna. Para Santiago, vacunar a adultos es bien distinto a vacunar a adolescentes. “Bajamos una línea de descomprimir, de sacarles los miedos. Y de tomarlos como sujetos. Pueden opinar. Si no se quieren vacunar se lo tiene en cuenta, a pesar de la opinión del padre. El protagonista es el menor”, define.
En los papás no ve tantas dudas como esperaba. Muchos consultaron a los pediatras antes de anotar a sus hijos. “Como la mayoría de los padres ya se vacunó sabe más o menos de qué se trata. Pero como para menores sólo está autorizada la vacuna de Moderna, preguntan más sobre la vacuna que sobre el acto en sí. Sobre la eficacia o si implica una reacción distinta, pero es todo lo mismo”, desliza el joven de 21 años.
El ingreso al Parque es musicalizado por las cotorras que tienen sus nidos en los árboles que hay allí y que capturan toda la atención. Hay un gazebo donde se chequea el turno y otro llamado "Prevacunación" en el que hay que responder preguntas sobre la inoculación. En una carpa blanca grande está la sala de espera, con sillas acomodadas con distancia, donde pueden estar los chicos con el acompañante. Mayores de 13 pueden ir solos, pero la mayoría llega con alguien. Este martes predominan los que tienen entre 14 y 15 años. “Algunos quieren vivir solos el pinchazo; mandan a los padres a la sala de espera”, detalla Santiago. En la misma carpa están los boxes y, al fondo, el sector donde se entregan los certificados. Allí suena reggaetón.
Al interior de los boxes se nota el esfuerzo extra del personal de salud al estar tratando con menores. “El brazo se puede enrojecer, entonces te ponés un paño frío. Y le podés decir a papá que te compre un helado”, le dice una vacunadora a una preadolescente con síndrome de down. “O un chori”, interrumpe el padre. Le consultan a la chica qué prefiere; responde que un chori. En otro box se da una situación difícil. No son frecuentes, por lo que se puede percibir. Un chico con retraso se resiste a vacunarse. “Si él no quiere no se la puedo aplicar”, aclara la vacunadora a su acompañante. Están un rato largo intentando convencerlo. Cuando se calma aparece Viviana, una enfermera con más de tres décadas de experiencia. Le aplica la inyección sin problemas en un segundo y se retira. Para sus compañeras es una heroína. “Va a ser suavecito”, “no pasa nada”, “querés una agüita”, “no duele”, “¿tenés miedo?”, “¿te dolió?”, “te felicito”, se escucha desde los boxes, donde también se transmiten las indicaciones para el post. Los becarios, que llevan y traen gente, también son cálidos. Luego del pinchazo, se oye a los padres decirles a los chicos asustados "¿viste? No era para tanto". También ofrecen algún tipo de recompensa por el sacrificio.
“Todavía no he notado algún chico con miedo. Deben tener sus temores, pero nosotros les hacemos algún chiste para que entren en ambiente”, dice Diego Riedel, enfermero que un rato más tarde estará vacunando a chicos con dificultades que no pueden bajar de los autos en los que llegan. Prefiere que los adultos estén al lado de los adolescentes al momento del pinchazo. “Más que nada para que vean que cargamos la vacuna y el material descartable”, explica. “Los chicos están tranquilos, entusiasmados. Igual que los padres, tienen curiosidad por la vacuna, porque es nueva y recién hoy la estamos aplicando. Los padres preguntan si trae algún síntoma; la comparan con otras. Vamos a ver con el paso de los días qué experiencia se tiene”, dice la vacunadora Xoana Bogado. “Algunos padres tienen miedo de que la vacuna aumente la patología de sus hijos. Muchos no se deciden a vacunarlos por lo que escuchan en los medios. Se dice, por ejemplo, que la Moderna da miocarditis, pero es coincidencia: el chico ya la tenía, la mamá no lo lleva al médico seguido y se la descubren. No es por la vacuna", añade otra vacunadora, María Cáceres. “Yo no dudé. El está vacunado contra todo”, sentencia Claudia, la mamá de Mateo (15), en la sala de espera.
La vacunación en CABA
“Al fin llegó... parecía que no iba a llegar”, festeja Fernanda, mamá de María Dolores (16), con síndrome de down, en las puertas del Club San Lorenzo, sede Boedo. En CABA fueron otorgados 9.300 turnos para cuatro postas (La Rural, el Parque Roca y el Centro Vehicular Costa Salguero son las otras). La prensa no tiene permitido el ingreso a ninguna. El interior del club fue decorado con banderines y globos. En la entrada, al aire libre, se ven sillas colocadas para esperar si hay algún problema después de la vacuna. Los chicos salen contentos con el certificado en la mano. Hacen muecas a las cámaras de televisión que los esperan afuera.
"Me fue bien, estaba nervioso, no dolió", dice Adrián (12), quien tiene autismo. Facundo tiene 14 años, problemas de peso y coincide: "Tenía un poquito de miedo pero fue rápido, una pavada, no sentís nada". Su mamá, Sandra, revela que dudó en anotarlo. "También dudé en anotarme, pero realmente pienso que pierde sentido si uno se vacuna y el otro no. La verdad, confío. Pienso en positivo y que él va a estar bien. Hay padres que están esperando a ver qué pasa con los primeros que se vacunan. El hoy me dijo, en broma, que era una ratita", expresa Sandra. Angela y David trasladan a su hermano en cochecito. Santiago (17) tiene encefalopatía crónica no evolutiva. Luego del miedo que sintieron por lo que podía pasarle a Santiago en medio de la pandemia si contraía coronavirus, Angela y David se retiran del CASLA aliviados.
Iara tiene 14 y está medicada desde los tres años por asma bronquial severa. Estaba muy nerviosa por el hecho de vacunarse, pero el trato de la enfermera la tranquilizó. Le terminó hablando en japonés, idioma que estudia. En 2020 tenía tanto pánico de salir a la calle que sus papás empezaron a ahorrar para viajar a Estados Unidos a ver si podía vacunarse ahí. Por eso viven este día como una "bendición".