“Fueron las horas más poderosas de mi vida, no podría describirlo de otra manera”, decía con una sonrisa de oreja a oreja la ucraniana Oksana Lyniv nomás protagonizar el histórico momento: los pasados días, esta joven de 43 años se convirtió en la primera mujer en dirigir una orquesta en el mítico Festival de Bayreuth, bastión wagneriano por excelencia, al asumir diestramente la dirección musical de la ópera El holandés errante. En el Bayreuther Festspielhaus, teatro diseñado ex profeso para estas veladas fundadas por el propio Richard Wagner en 1876, el público ovacionó de pie a la muchacha, que quebraba así un monopolio masculino de nada más y nada menos que 145 años.
Conforme es su costumbre desde hace unas dos décadas, la canciller alemana Angela Merkel no se perdió la cita anual, obligatoria entre aficionados al repertorio del compositor germano. Con la discreta elegancia que la caracteriza, fue de la partida que dedicó a Lyniv un sentido, vigoroso aplauso, al igual que su marido, el químico Joachim Sauer. Cuando alguien preguntó a la gobernanta su opinión sobre el debut de una directora de orquesta en Bayreuth, escuetas pero contundentes fueron sus palabras: “¡Finalmente!”.
El gozo efectivamente estuvo en el foso -de orquesta- en una jornada inaugural regida por estrictos protocolos y público reducido, que retomó la andadura de los legendarios encuentros tras la postergación inevitable de su edición 2020. Y es que, aunque las críticas al régisseur Dmitri Tcherniakov fueron mixtas (no a todos convenció la puesta del escenógrafo ruso de El holandés…, que situó la historia en la década del 60 del siglo XX), sí hubo quórum respecto a la performance de Lyniv, calificada lisa y llanamente como “brillante”. Salta a la vista, y a la escucha, que la chica sacó buen provecho de las 6 semanas de ensayos que tuvo con un equipo de primerísimo nivel, “con músicos y músicas de las 40 mejores orquestas de Alemania, también de Suiza, Berlín, Francia…”, según detallaba en una reciente interviú. Contaba también que, al tomar la batuta para dirigir esta ópera de Wagner, “una siente que el aire alrededor de las manos quema, es una pieza hecha de una sustancia sonora distinta a cualquier otra”.
Recordaba además Oksana su primera visita, en calidad de público, a este festival consagrado a la obra del compositor alemán, que actualmente dirige su bisnieta Katharina Wagner: “Fue en agosto de 2013, Kirill Petrenko dirigía La valquiria. Cuando se apagaron las luces y, en la oscuridad más absoluta, empezó a sonar la música, pasó algo casi místico: parecía que las notas emanaban de la tierra. Lo cuento y se me pone la piel de gallina… Para los que nos dedicamos a la música clásica, ir a Bayreuth es -de algún modo- entrar en religión”.
“Cuando empecé a estudiar para directora, una y otra vez, me dijeron: ‘¿Para qué lo hacés? Nunca va a funcionar’. Pero el flechazo era tal que no había vuelta atrás. Lo que me atrajo inexorablemente nunca fue el podio en sí, estar al mando o indicar qué camino seguir: fue y sigue siendo la música. Conducir la Sexta de Tchaikovsky, Tosca de Puccini, sinfonías de Mahler… Eso es lo que me importa, lo que me embriagó tempranamente y ha seguido animando mi ruta”, ofrecía la entusiasta artista, nacida en 1978, en Brody, pequeña ciudad al oeste de Ucrania.
Oksana viene de una familia de músicos, y ya de pequeña aprendió piano, violín, flauta, canto. Mozart la enloqueció desde chiquita, y entre sus lecturas favoritas figuran las novelas de Joseph Roth. En su país de origen, Lyniv fundó la Orquesta Sinfónica Juvenil (YsOU, por sus iniciales) y un festival de música clásica, el LvivMozArt. Ha sido asistente de Petrenko en la Bayerische Staatsoper de Múnich, y debutó en el repertorio wagneriano dirigiendo justamente El holandés errante en el Liceu de Barcelona hace unos años. También fue titular de la Ópera de Graz, en Austria, por mentar unos pocos logros de su abultado currículum.
Preguntada acerca del momento rompedor que estelarizó
los pasados días, recordó que “hasta bien entrados los años 80, todavía existían
orquestas prominentes que no aceptaban mujeres músicas, mucho menos directoras
de orquesta. A nivel social, en términos generales, evidentemente estábamos en
desventaja; pensemos nomás en la falta de derechos laborales… Pero este último
tiempo las cosas han mejorado muchísimo, y las salas más importantes están
trabajando con ahínco para montar óperas conducidas por mujeres”. Falta camino
por recorrer, eso sí. Y es que, como bien explicaba un artículo de Le Monde de
fines del año pasado, si bien hay directoras de orquesta talentosísimas, “con
marca propia, como la finlandesa Susanna Mälkki, la canadiense Barbara Hannigan,
la lituana Mirga Grazinytė-Tyla, la mexicana Alondra de la Parra, la
estadounidense Marin Alsop, la australiana Simone Young, las francesas Laurence
Equilbey, Emmanuelle Haïm o Claire Gibault, la brecha de género aún es bien
profunda”. De las 778 orquestas sinfónicas profesionales permanentes del mundo,
advertía el rotativo galo, “solo 48 tienen al frente una directora musical o
una jefa principal, es decir, el 6,2 por ciento. Una proporción mayor, no
obstante, al 4,3 por ciento de 2018”.