A pesar de que se siguen investigando y analizando, la violencia política y el terrorismo de Estado en los años setenta suelen ser temáticas difíciles de abordar en ámbitos no especializados, como puede ocurrir con los medios masivos de comunicación. El tratamiento de estas cuestiones habitualmente queda presa de errores, malinterpretaciones o sesgos que refuerzan concepciones hace tiempo desestimadas por la historiografía y los investigadores.

En conversación con el Suplemento Universidad, Esteban Pontoriero, doctor en Historia, investigador del CONICET especializado en Historia argentina reciente y docente de la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF), enmarcó los problemas más comunes que observan los historiadores que abordan estas temáticas, como así también de ciertas formas “conspirativas” de entender la historiografía, y reflexionó sobre el posible rol de las universidades en estos debates.

- ¿Cuáles cree que son las confusiones y errores más comunes en los que se suele caer en temas como la violencia política y el terrorismo de Estado?

- Las confusiones o los errores son diferentes según cada caso en particular. Podría señalar algunos ejemplos, que considero los más comunes, no obstante, en algunos casos se plantean equiparaciones entre las organizaciones guerrilleras y las Fuerzas Armadas; o entre las primeras y las organizaciones paraestatales como la Triple A, a partir del uso del concepto de guerra para abordar esos años, por ejemplo. Esto deja de lado otros conceptos que, entre varias ventajas que poseen, justamente dan cuenta de la asimetría absoluta de fuerzas, como el de terrorismo de Estado y/o masacre. En otros casos se plantea que temas como los crímenes de la guerrilla o sus acciones armadas en democracia (o dictadura) son asuntos de los que “no se habla”, como si existiera alguna especie de tabú. Esto es falso, desde hace al menos diez años, y podríamos encontrar antecedentes más atrás en el tiempo también, en el campo de estudios sobre la historia reciente argentina se investiga, se habla, se enseña y se escribe sobre el problema de la violencia revolucionaria de manera sistemática.

- ¿Qué problemas representan estos discursos para el análisis histórico?

- Diría que muchas veces la denuncia y la condena moral de actores como la guerrilla o las Fuerzas Armadas, acompañadas en algunas oportunidades por una asimilación total de su accionar con la locura o el delirio, sobrepasa y relega otros aspectos que desde el punto de vista histórico son más importantes y necesarios para el análisis: en especial, se deja de lado el contexto local e internacional de surgimiento y desarrollo de la lucha armada y el terrorismo de Estado, las claves explicativas de largo y corto plazo y la multiplicidad de factores y protagonistas que nos permiten explicar y comprender mejor aquellos años.

- ¿Cuál es el riesgo que corre un historiador si no toma distancia de estas interpretaciones sesgadas?

- Asumir una percepción de época como un dato de la realidad y mezclar así el análisis histórico con las interpretaciones de los propios protagonistas. La operación propiamente histórica se basa justamente en hacer lo contrario: dar cuenta de los cuándo, cómo y porqué de los hechos y protagonistas del pasado a través de la construcción de un discurso que articule la interpretación de las fuentes con la elaboración de argumentos sustentados en la evidencia documental para comprender y explicar.

“Algunas personas creen que existe una historia oficial que resalta determinados hechos y protagonistas, ocultando otros por diversos motivos: el contenido de la teoría conspirativa aplicada a la historia cambia según quién la formula y cuáles son sus simpatías políticas”.

- ¿Por qué cree que a pesar de ser temas que se investigan desde hace décadas todavía cuesta tratarlos sin caer en confusiones y malentendidos?

- Cada confusión y cada error seguramente merecerían una respuesta particular sobre sus causas. Si tuviera que pensar en motivos generales, creo que existe una dificultad muy grande para abordar los años setenta desde las propias coordenadas de la época, donde una variada gama de actores (dirigencias político-partidarias, militantes armados, miembros de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Seguridad, entre otros) consideraba que el país se hallaba en una situación de guerra interna, que no es lo mismo que decir desde el análisis histórico que efectivamente tal situación existiera. La dificultad radica entonces en dar cuenta de los porqué de un pasado que nos obliga a pensar desde la lógica de la guerra, si es que queremos comprender y explicar lo que ocurrió, pero sabiendo que, en realidad, esta guerra de la que nos hablan los protagonistas a través de los documentos y testimonios jamás existió.

- ¿Por qué cree que la idea del ocultamiento de ciertos hechos históricos en la historia reciente, por ejemplo el bombardeo de Plaza de Mayo, es tan popular?

- Porque algunas personas creen que existe una historia oficial que resalta determinados hechos y protagonistas, ocultando otros por diversos motivos: el contenido de la teoría conspirativa aplicada a la historia cambia según quién la formula, cuáles son sus simpatías políticas y contra quién o qué imagina estar luchando. Mediante este tipo de planteos, alguien puede asumir una posición de autoridad, exclamar que está diciendo algo nuevo, que está luchando contra el mainstream y que viene a revelar una verdad oculta del pasado. Normalmente, la realidad es que se trata de alguien que está “descubriendo la pólvora”, hablando de temas de los que seguramente ya se habla hace tiempo y diciendo cosas que (correctas o equivocadas) ya las dijo alguien antes y mejor.

- ¿Cuál cree que es el rol de la universidad en los debates sobre la historia y la memoria?

- Creo que uno muy simple pero muy importante, a la vez: realizar un aporte a la discusión pública, en la que intervienen diversos participantes, desde el trabajo realizado en investigaciones bien fundamentadas y como resultado del trabajo colectivo. Esto debe hacerse de diversas formas, en distintos espacios, de la manera más simple y directa posible, pensando en llegar a un público amplio y variado, que normalmente no es ni tiene por qué ser especialista en el tema. Por lo tanto, esto exige un enorme esfuerzo pedagógico, una labor de condensación de ideas complejas en un discurso coherente, estructurado y fácil de entender, sin resignar por ello el rigor que ha sostenido esas investigaciones.