En un Superclásico deprimente que pareció un feo y largo preludio para llegar a la serie de tiros desde el punto penal, encontrar una figura, alguien que haya asomado su individualidad por encima de los seis puntos de calificación, resulta una misión casi imposible. Boca sólo propuso correr, trabar, impedir, no dejar jugar. Y River cayó en la trampa, aunque tuvo las únicas situaciones de peligro de la noche. En ese contexto se jugó el partido. Y es demasiado poco lo que se puede rescatar.
Tal vez, y con un exceso de buena voluntad, pueda resaltarse la figura de Juan Ramírez, el nuevo volante de Boca. Hizo dos prácticas el jueves y el viernes de la semana pasada, jugó el domingo en Córdoba ante Talleres, hizo otras dos prácticas esta semana y ya se aseguró la titularidad. Lo suyo fue simple: tocó, pasó, se desprendió rápido de la pelota y se animó a soltarse en ataque. Todavía le falta atreverse a definir mejor en los últimos metros de la cancha. Pero quiso jugar en un equipo que por lo general, pretendió otra cosa. Su importancia se resume en dos datos: forzó la amonestación de cuatro jugadores de River (Enzo Pérez, Martínez. Montiel y Braian Romero). Y convirtió su tiro en la serie desde el punto penal. Suficiente y aprobado.
El arquero Agustín Rossi también hizo su parte: le detuvo a Julián Alvarez el primer remate de la definición y con eso, condicionó el destino de River en la serie. Y el peruano Luis Advíncula, debutó dejando buenas sensaciones. Más que lateral, fue volante por la derecha y cumplió abriendo la cancha y tapando las subidas de Angileri. Jugó una hora exacta y le dejó su lugar a Marcelo Weigandt.
River por su parte, tuvo aportes menos decisivos. Acaso haya sido Paulo Díaz el de rendimiento más parejo, defendiendo y saliendo desde el fondo. El resto se apagó mucho más de lo que se encendió. De la Cruz fue uno de los pocos que pudo manejar la pelota en el primer tiempo, y también resultó importante en el mejor momento que el equipo de Marcelo Gallardo tuvo en la noche, el primer cuarto de hora del segundo tiempo. En ese tramo en el que River pudo desordenarlo a Boca por única vez, un derechazo suyo desde afuera del área salió apenas alto. Pero su aporte no alcanzó a ser decisivo. Salvo Paradela, que también funcionó con intermitencias, no encontró socios con quienes jugar. Lo mismo que le pasó a todo aquel que quiso hacer algo distinto en un superclásico que Boca no quiso perder y River no supo ganar.