“¿Y si los argentinos probáramos mirarnos en el espejo?”, propuso un columnista de La Nación. En ese ejercicio, el espejo en que se mira no reflejaría a los argentinos, sino a la opinión que un hipotético funcionario estadounidense tiene sobre nuestro país.
“Imaginemos por un momento que somos funcionarios de un gobierno extranjero que no tiene tanto tiempo para dedicarle a esa nación (la nuestra) porque primero tenemos que atender los problemas de nuestros propios ciudadanos, que son los que nos votaron”, continúa el columnista.
En ese juego de imaginación colonial, el funcionario estadounidense lidia “con un país que incumple los contratos que firma, no paga sus deudas, engaña a sus inversores extranjeros, arrastra problemas económicos y financieros desde hace décadas, se lleva a las patadas con el FMI y se ufana de no tener, ni querer, un plan económico, pero que nos pide que le demos una mano para un acuerdo sui generis con el FMI”.
El resultado sería que el funcionario rechaza continuar financiándonos con “la plata de los plomeros y de los carpinteros que ganan cincuenta mil dólares por año y se preguntan qué diablos estamos haciendo con su dinero”, tal como afirmara en agosto de 2001 el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O’Neill.
Pero si el columinista diera vuelta el espejo y reflejara al pueblo argentino, podría ver su angustia por verse sometido a programas de ajustes económicos para pagar deudas que no fueron tomadas en su beneficio. Podría ver que ese endeudamiento fue usado, en parte, para pagar deudas infladas por una Justicia estadounidense que genera agujeros legales para que fondos buitres extorsionen a los países del tercer mundo.
El espejo dado vuelta mostraría que los funcionarios argentinos que endeudaron a nuestro pueblo eran ex empleados de bancos norteamericanos que “confundieron” la Secretaría de Hacienda con una financiera dedicada a colocar bonos a través de sus ex-empleadores para que ganen millonarias comisiones. Que después dejaron llevarse los dólares baratos para luego devaluar los ahorros de los argentinos ante la corrida cambiaria generada por los fondos “amigos”.
También que reflejaría que el histórico crédito ante el FMI tomado por Macri fue gestionado vía el presidente Trump, cuya intención era mantener un gobierno alineado a sus intereses evitando el regreso del “populismo”. Que esos fondos financiaron una histórica fuga de capitales de parte de la oligarquía y grupos extranjeros que, en gran medida, está depositada en bancos norteamericanos. Que el sangrado de divisas provocado por el endeudamiento, la fuga de capitales y la remisión de utilidades de las multinacionales implica que el país financia el exceso de gasto de “los plomeros y carpinteros norteamericanos”, a costa de nuestros trabajadores cuyo salario no llega, muchas veces, a los 5 mil dólares por año.
Pero escribir notas que reflejen la realidad de nuestro pueblo explotado y humillado por el imperio y sus súbditos locales no es una actividad premiada con columnas de opinión en medios internacionales ni permite ser recibido como profesor en universidades norteamericanas. Tal vez por eso, algunos prefieren mirar para otro lado.