El personaje trágico se enfrenta, de manera misteriosa e irrevocable, a la fatalidad. Pierre Lemaitre, el insumiso escritor francés que mañana volverá a votar a Jean-Luc Mélenchon, cuenta su pequeña desgracia doméstica cuando intentó experimentar con el funcionamiento eléctrico de su habitación en el hotel donde se hospeda. El ganador del premio Goncourt entrecierra los ojos, pone los brazos en cruz y mueve las manos como si tanteara superficies dudosas que condensan el péndulo de su perplejidad. Después de probar con varias perillas para lograr encender la luz, se dio por vencido. “La esperanza es una abyección inventada por Lucifer para que los hombres acepten su condición con paciencia”, dice uno de los personajes de Recursos inhumanos (Alfaguara), novela que presentará junto con la más reciente Tres días y una vida (Salamandra) hoy a las 20 en la sala Alfonsina Storni de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
“La novela negra es una forma literaria que trabaja con las grandes pasiones y las grandes tragedias humanas –plantea Lemaitre en la entrevista con PáginaI12–. En la novela las grandes pasiones están en carne viva: los celos, la envidia, el rencor, el deseo de tener influjo sobre el otro, la venganza; todo eso son cosas que se encuentran en la tragedia clásica. La novela negra cumple una función trágica”. Tres días y una vida y Recursos inhumanos son dos tragedias muy negras. Ningún lector sale indemne luego de sumergirse en las entrañas más lúgubres de la condición humana. La primera novela sucede en un pequeño pueblo en tres momentos: 1999, 2011 y 2015. Antoine es un niño de 12 años que accidentalmente mata a otro niño y no puede escapar de la fatalidad, la culpa y el castigo. La segunda, organizada en “antes” y “después”, explora hasta dónde puede llegar un desempleado, Alain Delambre, antiguo director de recursos humanos, para conseguir un trabajo y recuperar la dignidad. “Yo soy un trágico, creo que ese es mi temperamento. No sé hacer otra cosa, no puedo escribir una comedia ligera de un tipo que entra a un cuarto de hotel en la Argentina y trata de iluminar su habitación y no entiende cómo manejar las perillas. No es lo mío la electricidad”, bromea el escritor de 66 años, que publicó su primera novela cuando tenía 55 y pronto se transformó en un autor de renombre en el género policial a partir de Irène, con la que inició la serie protagonizada por el inspector Camille Verhoeven, y recibió el Premio Goncourt 2013 por Nos vemos allá arriba.
–En Tres días y una vida hay una relación entre la culpa y el accidente. La muerte de Rémi es accidental, Antoine no lo quiso matar. Después hay dos accidentes más: el accidente que sufre la madre de Antoine, que lo hace regresar al pueblo; y el accidente del encuentro sexual entre Antoine y Émilie. ¿Cómo explica esta relación?
–Scott Fitzgerald, creo que dice en su correspondencia, que un novelista es un tipo que tiene dos o tres cosas que decir y que intenta libro tras libro decirlas de la manera más conveniente. Entre las dos o tres cosas que tengo para decir está la idea de que los acontecimientos importantes de nuestra vida suceden de manera espontánea y rápida y que nuestra vida depende enormemente de esa sucesión de momentos donde tuvimos que tener una reacción inmediata. Me doy cuenta de que en mis libros hay muchísimos momentos donde sucede algo que puede hacer cambiar el destino de un personaje. Creo que no lo hago adrede, pero son cosas que se me ocurren cuando estoy articulando una historia. Se pueden aislar varios momentos donde Antoine va a tener que tomar una decisión; es la historia de un tipo que toma las decisiones incorrectas, como esconder el cuerpo. El drama es que funciona. Si el cuerpo hubiera sido hallado veinticuatro horas después, nada le hubiera pasado a Antoine porque todo el mundo hubiera comprendido que se trataba de un accidente.
–En la novela está siempre la amenaza del castigo como horizonte y la paradoja es que, finalmente, Antoine es castigado, ¿no?
–Dudé mucho sobre el final. Tenía una gama de soluciones muy abiertas, pero me pareció que como él era su propio verdugo, porque está torturado permanentemente por la historia, lo más atinado era que se infringiera una pena a sí mismo. ¿Qué pena sería coherente con el personaje? No es un personaje que se pueda suicidar, por ejemplo. Este final lo tomo prestado de (Gustave) Flaubert porque en el fondo Antoine es una síntesis de Charles y de Emma Bovary. Charles Bovary era un médico de provincia muy mediocre; lo que lo volvía mediocre era la mediocridad del entorno provincial. Como Emma, Antoine tiene ganas de viajar, por eso quería ser médico en el sector humanitario, tenía ganas de irse a otra parte. Me parecía que condenarlo a ser médico de campo, cuando era todo lo que odiaba, era coherente con el personaje.
–El reloj que había perdido Antoine aparece en el final de la novela y resignifica la importancia de Kowalski, un personaje que “sabe más” de lo que inicialmente se creía...
–Algo trágico que me pasó esta mañana, después de que terminé de luchar con la electricidad, fue que releí el principio de Recursos inhumanos porque tengo que leerlo esta tarde (por ayer). ¿Y con qué me topé? Con el reloj fluorescente verde, al principio del texto. Hay muchísimas cosas que decir de algo así. Primero que tengo razón cuando digo que la imaginación no existe, yo soy la prueba de que la imaginación no existe (risas). Lo segundo es que hay un montón de cosas que se nos escapan. Diez años después me doy cuenta de que en otra novela pongo el mismo reloj, un reloj muy grande, con muchas esferas, y es lo que Antoine le dice a la madre, que quería un reloj con muchas esferas y con una pulsera verde flúor. Yo nunca tuve un reloj así, no sé de dónde lo saqué, pero aparece dos veces. Esto me sume en una reflexión porque tengo la impresión de que hay mucho que extraer de ahí sobre la ceguera que uno tiene respecto de su obra o sobre los fenómenos de repetición… El orden de la repetición es el orden de la neurosis. Yo comparo la escritura con el trabajo de un relojero porque empecé a escribir tarde y el reloj corre más rápido para mí. Tengo la impresión de que de esos dos relojes me los regaló en compensación mi psicoanalista. Con todo lo que le pagué en estos años, me pudo regalar dos relojes (risas).
–Hay una expresión que se utiliza acá, “pueblo chico, infierno grande”. ¿Por qué esta expresión se podría aplicar perfectamente al pueblo de Tres días y una vida?
–Al escribir la novela, tuve la hipótesis de que todos los pueblos se parecen por el sistema relacional muy estrecho, el fenómeno de los rumores, la circulación de la información, las relaciones de deuda permanente que los miembros de la comunidad tienen entre sí. Tengo la hipótesis, como en esta expresión española, de que en todo pueblo hay un infierno. Todas esas pequeñas comunidades funcionan en sociología con lo que se llama “invariantes”, que son la circulación de la información, las relaciones de deuda permanente, los rumores... No me sorprende que reconozcas eso porque pienso que es universal. El pueblo de la novela se parece a todos los pueblos de Francia. Es un homenaje a Flaubert. En el fondo pensaba mucho en el pueblo de Madame Bovary. Tengo la impresión de que nada de lo que uno escribe le pertenece.
–¿Hasta dónde puede llegar un hombre desesperado es una pregunta que atraviesa Recursos inhumanos?
–Hay una idea que encontré en (Antonio) Muñoz Molina. En uno de sus textos dice que las cosas importantes surgen en una fracción de segundo. Lo que lo conduce a Alain Delambre a la desesperación es una sucesión de decisiones que va a tomar y tendrán consecuencias antagónicas. Como en Tres días y una vida, toma decisiones que funcionan. Antoine esconde el cuerpo y le va bien. Alain decide robar dinero y le va bien. En el fondo, las decisiones que tienen la apariencia de estar logradas van tejiendo nuestra desgracia. Alain se ve atrapado por el hecho de que tiene que tomar una decisión que fácticamente es la correcta, pero justamente porque es la correcta caerá en la desesperación. Aquí estamos típicamente ante el funcionamiento de una máquina trágica.
–¿Por qué tiene la reputación de maltratar a los personajes, de llevarlos al límite o a situaciones extremas?
–Yo no soy violento; la vida es violenta. No voy a hacer una buena novela negra con un joven arquitecto que se casa con una cirujana estética rica y tienen tres lindos chicos. Tengo que maltratar un poco a los personajes, tienen que perder una pierna, el trabajo, algo les tiene que pasar; es una de las reglas del género.
–¿La escritura es un modo de exorcizar los demonios interiores?
–Sí, hay una función exorcizadora, una manera de poner distancia. Todos tenemos una violencia potencial: ¿Quién no soñó con matar a alguien? La literatura debe permitir evacuar esa violencia. El hecho de apoyar algo sobre la mesa te permite poner una distancia y ya no lo tenés más adentro. Otra pregunta que podemos hacer involucra a los lectores. Nosotros escribimos horrores, ustedes, ¿por qué los leen? Y te estoy señalando. La mayoría de los lectores son lectoras. ¿Por qué las mujeres son tan crueles? Respondeme esta pregunta.
–Sin crueldad, no hay literatura. Una hipótesis es que algunos leemos para ver las zonas más oscuras, los bajos fondos del alma humana.
–Como estás hablando con un novelista, estoy tratando de pensar la crueldad entre el novelista y el lector. Parece una pirueta decir “yo escribo horrores porque ustedes los leen”. El novelista, a través de la literatura, se quita de encima algo que el lector busca atrapar. El lector lo pone en perspectiva, lo recibe, y quizá gracias al libro le pone una distancia. Quizá no sea un motor muy distinto; por eso los novelistas se entienden con los lectores. No escribiríamos novelas si nadie las leyera.
–¿Por qué hay cierta insatisfacción de sus personajes con el tiempo en el que viven? El epígrafe de Recursos inhumanos es un fragmento de Lampedusa que ilustra esta cuestión de no sentirse bien con la época.
–Sí, hay cierto desencanto. No sé si soy un desilusionado, no tengo la impresión de ser así. Soy el último escritor del siglo XIX, así que debo tener una concepción de la literatura que debe ser muy de ese siglo. Mi escritura es contemporánea, utilizo herramientas actuales; pero en el fondo me parezco al personaje de Lampedusa que está desilusionado porque ya no entiende el mundo en el que vive. Yo tengo la impresión de no entender el mundo en el que vivo. El resultado de la elección de mañana va a demostrar esa desilusión.
–¿A quién va a votar?
–Yo voté en primera vuelta por la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Haré lo mismo en la segunda vuelta; así que van a tirar mi voto a la basura.
–La paradoja del votante francés es que tiene que elegir entre la extrema derecha y una derecha “más moderada”.
–Esta es una elección entre la extrema derecha y la derecha que no me atañe. Yo voté a la izquierda en primera vuelta y voy a seguir votando a la izquierda.
–Alguien le podría retrucar que puede ganar Marine Le Pen y que a veces hay que votar lo “menos malo” para evitar un mal mayor.
–Ese alguien es mi mujer, que no deja de decírmelo (risas). Desde hace veinte años los políticos de derecha e izquierda han utilizado a la extrema derecha como una especie de herramienta electoral. No son esos los que me van a dar lecciones ahora. Si Marine Le Pen está en un 40 por ciento de intención de votos, no es mi culpa. Yo nunca voté por ella. Es por culpa de ellos que no dejan de hacerla subir. Yo oí al señor (François) Hollande decir que hay que votar a (Emmanuel) Macron porque es un deber moral. Al final de su mandato como presidente, Le Pen tiene 40 por ciento y él no tiene ninguna responsabilidad en eso. En el balance de esos años, ¿puede exonerarse del porcentaje que tiene la extrema derecha? ¿Él me va a dar una lección de moral a mí? No, no es serio eso. Me niego a que me den lecciones. No voy a votar a Marine Le Pen. Voy a votar porque el voto en una democracia es importante, no me voy abstener, pero creo que el primer culpable es el votante de Le Pen y no los que nunca la votamos. Esa es una teoría que no funciona. Yo me niego a entrar en esa teoría. No me interesa.