Fernanda Morello regresará al Teatro Colón el viernes 6 a las 20. Lo hará como solista invitada del ciclo Abono Agosto de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. El programa (se podrá disfrutar presencialmente, aunque también será transmitido por streaming en la web de la institución y por AM 1110) contará con la dirección de Enrique Arturo Diemecke. Estará dedicado a los compositores franceses Gabriel Fauré, Maurice Ravel y George Bizet. La insigne pianista vuelve a ser noticia, tras su nominación en la pasada edición de los premios Gardel, en la que compitió en el rubro “Mejor álbum de música clásica”. Si bien su colega Haydeé Schvartz terminó conquistando la categoría, la artista ya sabe cuánto pesa esa estatuilla, luego de obtenerla en 2006 por su disco Diálogos de logia. Sin embargo, a diferencia de aquella ocasión, en la que revisitaba a Chopin y Schumann, en el álbum Territorios: paisaje latinoamericano en el piano la música propone una excursión sonora hacia la región andina, amenizada por los compositores sudamericanos Alberto Ginastera, Julián Aguirre y Eduardo Caba.

“Cuando me llamaron para ser parte del catálogo de Virtuoso Records (sello cofundado por Miguel Zagorodny, histórico ingeniero de sonido de Les Luthiers), estaba en Australia tocando música de Ginastera”, explica Morello. “La propuesta era grabar un disco en el CCK, por lo que tuve que tomar varias cosas en consideración. Una de ellas era que no iba a tener mucho tiempo. Intenté pensar en algo pequeño. La circunstancia de la miniatura me resulta convocante. Genera una intimidad con el oyente”. La propia coyuntura la obligó a enmarcar esta expedición en la Argentina y Bolivia. “Julián Aguirre me permitía transitar con sus tristes, lo que me llevó a investigar a otros compositores latinoamericanos que pudieran resonar con esa estética. Gracias a la musicóloga boliviana Mariana Alandia, di con Eduardo Caba, a quien no conocía. Durante una conversación, me dijo: ‘La puna es la pampa andina’. Esa imagen me pareció tan hermosa que me sentí convocada. Desde lo estrictamente musical, esas tres obras me daban posibilidades de búsqueda tímbrica”.

-¿Tuviste en la mira a más compositores?

-Abarcar demasiado me iba a resultar complejo. Me asustaba algo tan ambicioso. Meterme con Brasil y México, por ejemplo, iba a ser imposible porque son países con mucha tradición y producción musical. Ahí comprendí que las omisiones serían inevitables. Fui con algo desde una lógica sentimental. El factor emocional tiene peso al momento de tomar decisiones.

-¿En qué se basó la elección del repertorio?

-Lo primero que imaginé fue al piano como medio de transporte. Era mi fantasía. Traté de entender que debía elegir músicas donde el componente formal es un filtro, atravesadas además por lo folklórico para que tuvieran cierta cosa homogénea y pudieran dialogar. Si bien cada una tiene su idiosincrasia, me parecía que estas tres obras se complementaban muy bien. Quería que fuera un disco fácil de escuchar para el público de la música académica y también para el que no la consume.

-Debe haber sido complejo estructurar el relato porque no son compositores contemporáneos entre sí.

-Cuando me puse en contacto con la musicóloga especialista de Caba, me envió diez “Aires indios” porque descubrió que cuatro que no fueron publicados en su versión original. Ahí tuve todo un dilema y decidí interpretar seis por un tema de dimensiones. Intenté ir a algo menos “metronómico”, y más basado a una cosa que imitara a los bagualeros y copleras del norte. Fue una decisión que tomé a partir del cruce de estas aguas que se confluyen.

-Al repasar tu obra, Territorios se vislumbra no sólo como un disco único sino también experimental.

-Territorios es un disco de música académica desde la lectura de compositores nacionalistas. Lo que pasa es que mi planteo como intérprete busca una cercanía con lo popular. Si bien todo eso está escrito, lo exageré exprofeso en la interpretación. No es un crossover, a diferencia de Once mujeres (confeccionado junto a Guillo Espel, este álbum conceptual, de 2014, reversiona temas con nombre de mujer de diversos estilos musicales, entre los que destacan el tango “María” o “Isobel”, de Björk). Dentro de lo clásico, tengo una pasión por Shostakóvich. Grabé la obra completa para dos pianos, al igual que la sonata para violonchelo y piano. Me encanta la música soviética.

-¿Y Schumann?

-Tengo una preponderancia amorosa por él. El musicógrafo francés Michel Schneider, en su libro Músicas nocturnas, tiene un capítulo llamado “Schumann me habla”. Me pasa algo similar. Siento que esa ciclotimia y soledad me hablan fuertemente. En la “pequeña pieza”, que es un género que él cultivó mucho, hay una intención de contar una historia.

-¿Por eso el álbum que sacaste este año se llama Habla el poeta?

-Habla el poeta es un disco de las obras más meditativas de Schumann. Aprendí a tocarlas de chica. Ahora que soy una mujer madura, volví a ese material por el que transité toda mi vida. Es una lectura adulta de esa primera mirada de jovencita. Además, me gusta ponerlo a dialogar con Clara Schumann (pianista y compositora, aparte de esposa de Robert Schumann y figura clave en la difusión de su obra) porque en ella tuvo a una socia y un sostén.

-A pesar de que lo promocionaste poco, ese disco ya cuenta con un número considerable de reproducciones en Spotify, lo que evidencia que tenés muchos seguidores. ¿Cómo te llevás con el reconocimiento?

-Me llena de gratitud, me emociona. La música se transformó en algo muy cotidiano gracias a la tecnología, se democratizó un montón. La música clásica puede hablarle a cualquier persona. Me consta porque tuve experiencias que me sorprendieron mucho en contextos poco habituales para mí. La conquista del nuevo público pasa por asumirse como parte de un tejido cultural que contiene a otras músicas, que son igualmente valiosas y que pueden servir de espejo.

Salvo por Martha Argerich y Daniel Barenboim, aún pareciera que la música clásica, académica o erudita sigue siendo propiedad de la elite. Lo que le debe jugar en contra, y más en una época tan plural como ésta.

Giro en una órbita diferente a la de Argerich y Barenboim. Es como comparar a Messi con un buen jugador de un club mediano. Charly García ya lo cantó: es el “Karma de vivir al sur”. Es tremendo. Aunque es subjetiva la apreciación, porque no tengo la misma paciencia que a los 30 años. Trato de no pelearme con la remada, pero a veces me desmoralizo. No sólo por mí, sino por colegas valiosos que no tienen oportunidades de despliegue. A pesar de que tuve la oportunidad de trabajar en Estados Unidos y de probar suerte en Europa, tomé la decisión de quedarme en Buenos Aires. Lo hice con absoluto convencimiento. Tampoco puedo negar que soy muy porteña.