La literatura de Manuel Puig es vanguardista. Su obra, vasta y fundamental, está compuesta por novelas, piezas teatrales, relatos y cartas, y tantísimos manuscritos que dejó sin publicar. Todos atravesados por el lenguaje de la vida cotidiana, de los medios, del cine, con la riqueza del folletín y con una visión política clara y a la vez disruptiva, en la vereda opuesta de la cultura oficial. Caras y Caretas dedica su número de agosto, que estará en los kioscos mañana opcional con Página/12, al genial escritor villeguense.
En su editorial, María Seoane cuenta una anécdota de la violencia política de los años 70: “Allí estaba otra vez a las puertas del cine Callao, por segunda vez en mayo del 74, sumándome como estudiante a las protestas contra las leyes represivas cuando la guardia de infantería cargó contra nosotros y entre corridas y gases lacrimógenos y gritos, muchos terminamos entrando en malón al cine mientras comenzaba la matiné de Boquitas pintadas”.
Felipe Pigna, en tanto, relata a propósito de la famosa novela, que en Boquitas pintadas Puig insiste “con ese clima pueblerino, sórdido, pleno de traiciones y dobles morales. La novela fue llevada al cine con gran éxito por Leopoldo Torre Nilsson. Decía Puig: ‘No escribí Boquitas pintadas como una parodia, sino como la historia de gentes de la pequeña burguesía que, como primera generación de argentinos, debía inventarse un estilo’”.
Desde la nota de tapa, Graciela Goldchluk plantea: “En un tiempo en que surgen nuevas identidades, en que sustraer el deseo de las imposiciones del heteropatriarcado se ha vuelto una cuestión política mayor, nos ponemos a ver películas, escuchar canciones, revisar lecturas y nos encontramos, a nuestro pesar, con una tradición literaria que se divide entre el autoritarismo machista de las vanguardias y el grito militante de minorías acalladas. Es allí donde las novelas de Manuel Puig nos esperan como un lugar donde ir a refugiarnos. Nos recuerdan que también hubo un tiempo dentro de ese tiempo en que se leían otras cosas. Que en el pueblo donde Toto crecía enamorado de la compañerita de banco y también del novio de su vecina se traficaban historias que advertían ‘te ven que sos sirvienta y a vos te la deben haber jurado, aunque tengas 12 años’ en la misma novela en la que una niña becada afirma, desde el año 1947, que ‘la oligarquía verá las necesidades del obrero aunque este tenga que abrirle de un machetazo el cráneo y escribírselo en el seso con los dedos’ mientras sueña con ser doctora”.
Adrián Melo escribe sobre los modos en que el cine atraviesa la obra de Puig, Silvina Friera aborda específicamente su literatura y María Malusardi da cuenta del estilo particular del escritor villeguense. Juan Carrá lo analiza según la mirada de Ricardo Piglia, que lo ubica como una de las tres vanguardias de la literatura argentina del siglo XX, y Olga Cosentino se dedica a la dramaturgia de Puig y a las obras llevadas al teatro.
Por su parte, Beatriz Castillo aporta dos textos inéditos: uno referido a su relación con Puig y con su madre, Male, y otro sobre la presencia de la ciudad de Buenos Aires en la obra del escritor.
Damián Fresolone escribe sobre las ciudades en las que vivió Puig, primero como viajero y finalmente como exiliado; y Carlos Castro, director de Regreso a Coronel Vallejos, da cuenta de la película y de la General Villegas de Puig. Lo político en Puig es analizado por Vicente Muleiro, mientras que Julia Romero aborda los modos en que la sexualidad atraviesa su obra, también como un componente político.
Como siempre, Ricardo Ragendorfer aporta una crónica negra, esta vez con escenario en General Villegas, cuya trama bien podría haber sido imaginada por Puig. Y Ana Jusid da cuenta del lugar de Puig en la literatura argentina.
El número se completa con entrevistas con Tununa Mercado (por Ximena Pascutti), Juan José Jusid y Leonor Manso (por Oscar Muñoz), José Amícola (por Adrián Melo), Carlos Puig (por Juan Funes) y Patricia Bargero (por Viviana Bernadó).
Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.