"Nosotros tampoco contamos con la máquina del tiempo para devolverle los 23 años que sufrió, pero reconocemos su valentía y compromiso en este debate, y deseamos que pueda desarrollar una vida libre", dijo el juez Rafael Coria mirando a los ojos a María Eugenia, la mujer que estuvo sometida durante 23 años. Esas palabras tuvieron un valor especial, después de la lectura del veredicto -a cargo del presidente del Tribunal, Nicolás Vico Gimena- que condenó a 26 años de prisión a Oscar Racco por privación ilegítima de la libertad en concurso ideal con reducción a la servidumbre, en concurso real con abusos sexuales reiterados y agravados por el uso de arma de fuego. Antes de empezar, apenas pasado el mediodía, Vico Gimena adelantó que por el valor de este proceso para la víctima el Tribunal -que también integra Nicolás Foppiani- haría algunas consideraciones. Y lo que siguió tuvo un efecto reparador para quien se escapó con lo puesto, 640 pesos, dos fotos de su hijo y una carta de su padre el 8 de mayo de 2019 de la casa donde había vivido todo tipo de violencias físicas, psicológicas y sexuales. El abrazo entre la fiscal Luciana Vallarella y María Eugenia, los agradecimientos mutuos y los aplausos de las activistas feministas que esperaron afuera, con carteles que decían “María Eugenia, no estás sola”, fueron otras postales de un luminoso día de justicia.
María Eugenia se sentó al lado de Vallarella para escuchar la sentencia. En la mesa de al lado, en el otro extremo, junto a su defensa, estaba Racco. Acompañada por una amiga de la adolescencia, que además es la madrina de su hijo y por Facundo, el joven de 27 años que pudo ver muy pocas veces a su madre durante el tiempo de sometimiento, la mujer escuchó con atención y agradeció. Después, salió de la sala abrazada a su hijo y habló frente a las cámaras de televisión. La sensación de reparación se le veía en la cara. Ya no habrá temor a que Racco la persiga, la hostigue o le haga daño a su hijo. "Ojalá no haya otra María Eugenia. Tengo que pensar la vida de hoy para adelante. Veo esto como algo ejemplificador", dijo ella, que desde el principio destacó la contención que recibió para salir adelante y dar ante el tribunal un testimonio que los jueces consideraron "creíble" y "sin fisuras".
En las consideraciones previas a leer la condena, el Tribunal planteó que “el estado de inocencia fue razonablemente destruido a partir de la prueba rendida en juicio, prueba objetiva, de distintos entornos y no únicamente basada en el testimonio de la víctima", leyó Vico Gimena. Enumeró testimonios de familiares y amigos de María Eugenia, pero también entrevistas realizadas en el barrio Cura por la suboficial Samanta Duarte, declaraciones de profesionales e integrantes de equipos interdisciplinarios. El Tribunal ponderó las testimoniales de profesionales de la psicología, que hablaron de la "adaptación patológica" o "Síndrome de Adaptación Paradójica a la violencia doméstica" o "Encerrona Trágica", y subrayaron que “derivó en su disociación, en su despersonalización, en la aceptación de esa dominación que hizo que esa libertad ambulatoria que el acusado destaca, sea meramente aparente”.
Lo que puso de manifiesto el tribunal fue que la producción de prueba de la Fiscalía no dejó lugar a dudas, mientras la defensa no logró, siquiera, sembrar una pregunta sobre lo acontecido al Tribunal.
Pero hubo más: "Para nosotros, el testimonio de María Eugenia tiene un muy alto valor intrínseco por la extraordinaria calidad de su discurso. La testigo se presentó en la audiencia con una actitud serena que acompañó la firmeza y convicción de su relato. Utilizó lenguaje sumamente claro y pudo reconstruir con elocuencia sorprendente tramos de su vida que indudablemente estuvieron signados por un terror que resulta difícil de imaginar".
Los tres jueces entendieron la magnitud del daño producido. "Así, se analizó, en cuanto a la naturaleza de la acción y los medios empleados para ejecutarla, lo que impacta como agravante, el hecho de haber utilizado violencia física y psicológica para mantener a María Eugenia durante 23 años sometida completamente a su voluntad. A partir del maltrato físico, sexual y emocional logró doblegar, aniquilar, eliminar su voluntad. Le quitó su esencia, como dijera un testigo, 'le robó su alma'. También su identidad, llamándola con otro nombre (Lucia). La redujo a una cosa de su propiedad y lentamente la alejó de sus seres más queridos", leyó Vico Gimena.
El Tribunal, al entender la necesidad de un estado que prevenga, sancione y erradique la violencia contra las mujeres, planteó "que del relato de la víctima surgieron algunas circunstancias vinculadas a la probable ausencia de perspectiva de género y/o la debida diligencia del Estado, por lo que debe evaluarse y analizarse su responsabilidad en función de los compromisos internacionales asumidos y los principios rectores establecidos en el marco interpretativo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y dentro del marco de competencia correspondiente". Por eso, abrieron la puerta a una reparación. "Ante eventuales perjuicios sufridos por la víctima del hecho, como revictimización secundaria, se dispone poner en conocimiento al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Santa Fe para que arbitre los mecanismos a tal efecto, en forma conjunta con el organismo del Estado nacional competente, anticipando desde ya la total colaboración de este Tribunal a tales fines", dijeron.
Para los jueces, durante las jornadas del juicio quedó probado que "a María Eugenia le quitó 23 años de su vida; la que no pudo planificar y dirigir libremente. La privó de sus deseos, sus proyectos y sus sueños. No pudo criar a su pequeño hijo de 2 años, a quien vio en escasas oportunidades. No pudo compartir su niñez, su adolescencia, acompañarlo en su etapa escolar, aconsejarlo, transmitirle su amor. Tampoco fue libre de elegir las actividades a desarrollar. No fue libre en elegir y vivir su sexualidad, debiendo soportar abusos sexuales por parte de Racco. No pudo acompañar a su padre en su enfermedad, tomando conocimiento de su fallecimiento años después de su acaecimiento. Por último, le quitó su personalidad, obligándola a que se vistiera con ropa masculina, se cortara el pelo y cambiara su nombre por el de Lucía Puccio".
En otro tramo de los argumentos, expresaron: "Pudimos reconstruir cómo fue la relación en sus inicios (e hicieron hincapié en la madurez de Racco, que tenía 16 años más que ella, que apenas tenía 19), cómo era la personalidad violenta de Racco, la cual incluía acceso a armas de fuego (ratificada por el allanamiento en su domicilio con vainas servidas y testimonios). También, el trato que le dispensaba a María Eugenia, en las contadas ocasiones que interactuaban con terceros en público; las agresiones, vejaciones y humillaciones que sufriera; el control y presencia permanente e ininterrumpida ya sea presencial o por intermedio de un teléfono, mediante el cual seguía las conversaciones o encuentros que raramente habilitaba, imponiendo previamente las pautas de lo que iba a decir; las amenazas, intimidaciones y control de movimientos de familiares de María Eugenia como metodología de sometimiento para garantizar el aislamiento y su subyugación, que llevó al límite de su despersonalización y cambio de identidad".
Para el tribunal, "también se probó el sometimiento en la modificación del aspecto estético y de la identidad de María Eugenia, por parte del acusado, para ejercer sobre ella su dominio, para quebrarla, despersonalizarla y aislarla, como un objeto de su posesión a quien podía moldear a su antojo", expresaron. Ese aislamiento, para los jueces "también quedó expuesto cuando en el año 2019 (al escapar) pidió la guía de teléfono para contactar a algún vecino o conocido que pueda ayudar a ubicar a sus familiares".
Al mismo tiempo, consideraron que del relato de María Eugenia surge que "el imputado persistente e impiadosamente fue quebrando todos y cada uno de los lazos que unían a la víctima con su vida por fuera de la perversa relación a la que la sometió, despersonalizándola al punto tal de hacerla sentir, según sus propias palabras, sólo un 'pedazo de carne'”. Y agregaron que hubo una "perversa metodología de aniquilación de identidad" que se dio "a partir del maltrato físico, sexual y emocional que logró doblegar, aniquilar, eliminar su voluntad”. También expresaron que "en el hecho surge claramente lo deleznable del móvil, procurando la cosificación de la mujer, lo que lo torna como agravante de la pena".
Tras conocer la sentencia, María Eugenia --quien días atrás dijo que le gustaría tener la máquina del tiempo para volver 25 años atrás-- transmitió "un gracias eterno a todos los que trabajaron, a las agrupaciones de mujeres, a la fiscalía sobre todo, a los jueces por hacer justicia, y como sociedad, que sigamos creciendo en las políticas de género y que aprendamos como mujeres a pedir ayuda, que perdamos el miedo y que la ayuda existe".
Su hijo manifestó "alivio de tenerla de nuevo". Y planteó: "Fue terrible lo que vivió. Yo no entendía lo que pasaba, era chico. Mi familia siempre me ayudó. Ahora vamos a vivir como madre e hijo".
Por su parte, la fiscal Vallarella celebró que "se reconoció la calificación de reducción a la servidumbre y es importante que, en nombre del Estado, el tribunal reconoció la responsabilidad por no haber atendido esta situación las veces que la familia fue a pedir ayuda, por lo que dejó abierta la posibilidad de una reparación. Además le hablaron a ella y fue muy emotivo. Es un montón", aseguró.