Pasaron 80 días juntos y en el medio miles de obstáculos. En mayo jugaron la Liga de Naciones y sólo pudieron comenzar con nueve jugadores sobre 18 porque tres se habían contagiado de coronavirus y los seis restantes fueron considerados contacto estrecho. Sobrevivieron al “grupo de la muerte” en Tokio y se clasificaron a cuartos de final en un mano a mano contra una potencia como Estados Unidos. En la fase de grupos ya le habían ganado a Francia, selección con la que después cayeron en semifinales.
Para meterse entre los cuatro mejores del mundo el rival era Italia, medalla de plata en Río 2016, a la que Argentina logró vencer por 3-2 al dar vuelta un tie break que parecía imposible. Ese fue el primer gran salto que dio el vóley en Tokio 2020 después de 21 años, cuando también había derrotado a Brasil en Sídney 2000.
El historial es llamativo en el superclásico sudamericano en los Juegos Olímpicos. La verdeamarela es la gran potencia del vóley, tanto que Argentina nunca pudo ganarle en Sudamericanos ni Mundiales. Pero en la máxima cita deportiva es diferente. Con el encuentro de este sábado es la cuarta vez que el conjunto nacional vence a los brasileños en nueve enfrentamientos.
El partido con Francia en semifinales había generado mucha expectativa para alcanzar una final olímpica que sería inédita para este deporte. Pero la ilusión se diluyó rápidamente por un 3-0 a favor de los galos que jugaron el mejor partido del torneo y no le dieron chances a la Selección de Marcelo Méndez de desplegar su juego.
Había que recuperarse en 48 horas para el gran duelo con Brasil, que había estado en las últimas cuatro finales olímpicas entre Atenas 2004 y Río 2016 de las cuales ganó dos.
Llegó el día de la verdad. Argentina se quedó con el primer set gracias a un excelente desempeño en bloqueo y defensa con Facundo Conte como figura con nueve puntos en ese parcial. El segundo y el tercer set se le escaparon al conjunto nacional que bajó su rendimiento y tuvo muchos errores de saque. Con Brasil 2-1 arriba parecía que el final sería el más lógico, pero este equipo volvió a demostrar lo mismo que durante todo el torneo: confianza en sí mismo y a superar la adversidad. Porque sí, el nivel de juego podía ser excelente como lo fue en muchos momentos a lo largo de este proceso, pero en Tokio 2020 la Selección de vóley mostró una madurez que nunca se había visto antes.
“El equipo demostró un cambio de actitud increíble en este torneo”, afirmó Bruno Lima, máximo anotador argentino en el torneo con 138 puntos. En el cuarto set todo cambió. Argentina recuperó su juego y borró de la cancha al triple campeón olímpico para llegar al tie break por 25-17. El quinto fue el momento de máxima tensión. Los dirigidos por Méndez llegaron a estar 8-4 arriba, pero Brasil lo empató en 12. Una rotación por lado y los dos últimos puntos de las dos figuras del partido: un ataque de Conte y para cerrar un bloqueo de Agustín Loser, que fue el segundo anotador del encuentro, le dieron el triunfo histórico a esta Selección que se merecía la medalla que le diera a la gloria eterna. Conte, hijo de Hugo quien fue medallista en 1988, confesó: “No hay análisis que se pueda hacer, esto es simplemente la gloria".
Déjà vu: a 33 años de la primera
Seúl, 2 de octubre de 1988, Argentina ganaba el bronce al derrotar 3-2 a Brasil en tierras coreanas, cuando todavía el vóley se jugaba con cambio de saque. Hugo Conte, el gran estandarte de este equipo, junto a figuras como Waldo Kantor, Raúl Quiroga y Esteban Martínez consiguieron la primera medalla para un deporte de conjunto después de 52 años del polo en Berlín '36. Doce años después, en Sídney 2000 la Selección Nacional venció a Brasil por 3-1 pero luego perdió con Rusia en semifinales y con Italia por la medalla de bronce.
Desde ese tiempo hasta hoy, Argentina era una máquina de dar un batacazo por torneo pero nunca podía dar un salto más allá de los ocho primeros del mundo. El nivel de juego muchas veces era excelente, pero no se podía mantener más allá de un partido. ¿Por qué fue distinto en Tokio? El aire asiático lo hizo de nuevo. Desde el principio empezaron a buscarse similitudes con el, hasta este sábado, único logro del vóley en la máxima cita deportiva, pero todo tiene una explicación.
La figura: el equipo
Argentina llegó hasta acá después de un trabajo de muchos años. En 2009 las selecciones de base llegaron al ranking número 1 de la FIVB por la medalla de bronce conseguida en ambos mundiales. Los doce jugadores integrantes del plantel que compitió en Tokio fueron parte de un proceso de selecciones menores, juveniles antes de llegar a mayores.
El conjunto de Marcelo Mendéz se transformó en un equipo íntegro, en el que ninguno se destacó sobre otro, porque todos lo hicieron. Es increíble que con los jugadores que estuvieron en Tokio, Argentina haya contado con el máximo artillero del torneo. Lima fue el complemento perfecto de Luciano De Cecco, el mejor armador del mundo, que día a día se superó en su distribución y desplegó su magia. Sebastián Solé, quien dijo que quizás haya sido su último partido en la Selección, es otro de los jugadores de primera línea, años en la NBA del vóley (Italia) hacen que su presencia sea fundamental. Y qué decir de Facundo Conte que jugó el mejor torneo de su vida en la Selección Argentina.
Ezequiel Palacios y Agustín Loser estuvieron en un nivel excelente y también fueron clave en algunos partidos del torneo. La revelación sin dudas fue Santiago Danani, el líbero, el que menos se ve, pero más se necesita. Para que Argentina y De Cecco puedan desplegar su juego, lo primero es la recepción y durante el juego, la defensa. El desempeño de este jugador de 25 años fue brillante, tuvo la tarea difícil de reemplazar al histórico Alexis González y lo hizo como si tuviera diez años de experiencia olímpica. Desde el banco de suplentes, el armador Matías Sánchez, Martín Ramos y Cristian Poglajen ingresaron en distintos momentos y cumplieron a la perfección.
¿Cómo capitalizar este logro?
Desde Atenas 2004 a Río 2016, con excepción de Pekín 2008, el seleccionado argentino finalizó siempre en quinto lugar. Pasaron jugadores de nivel diverso, entrenadores de distintos estilos, dirigencias de todo tipo, pero el resultado siempre era el mismo, siempre a punto de estar en la élite. Mientras tanto, solo había que conformarse con dar batacazos como en Río 2016 contra Rusia o como en el Mundial 2018 frente a Polonia.
En un país en donde el vóley está diezmado, en el que los jugadores solo pueden desarrollarse en el exterior, este logro histórico debería servir para poner a este deporte como prioridad, para encontrar la manera de que la Liga Argentina vuelva a tomar el valor y la difusión que supo tener entonces.
Porque este bronce, no vale eso, ni siquiera vale oro, vale la posibilidad de que el vóley argentino tenga una nueva chance para crecer, pero con la colaboración de todos, jugadores, dirigentes y también desde los clubes que son los que forman a estos atletas que brillaron todo el torneo ante las mayores potencias del mundo.