Las noticias de Afganistán se vuelven más sombrías con cada día que pasa. Desde que el presidente Joe Biden anunció la retirada de Estados Unidos en abril y declaró el final efectivo de la misión de 20 años el mes pasado, las fuerzas talibanes avanzaron en ciudades y puestos fronterizos clave. Los talibanes llegaron a tomar cinco capitales provinciales en una semana, en su mayor logro en dos décadas de guerra. No está del todo claro cuán capaz es o está dispuesto el ejército afgano principalmente entrenado en Occidente para mantenerse firme. Su desempeño inicial no ha sido prometedor.
Aquellos que cuentan con experiencia pronostican más derramamiento de sangre antes de que algo mejore, si es que lo hace. David Petraeus, nombrado comandante de las fuerzas internacionales en Afganistán por el expresidente Barack Obama, advirtió que el país se está desintegrando y que Estados Unidos abandonó a los afganos para afrontar "una guerra civil brutal y sangrienta".
El exsecretario de Desarrollo del Reino Unido, Rory Stewart, quien anduvo por todo Afganistán en 2002, prevé un retorno al caudillismo de la década del 90 con algunos de los mismos individuos despiadados a cargo. El jefe de las fuerzas armadas del Reino Unido, el general Nick Carter, aunque más circunspecto, también ha sido inusualmente franco para un oficial en servicio, diciendo que no se puede descartar caer en una guerra civil.
Si los augurios no son buenos, por decirlo suavemente, también debe tenerse en cuenta que la decisión de Biden, una de las primeras de su presidencia, de retirar a las tropas estadounidenses de Afganistán para la fecha emblemática del 11 de septiembre, desconcertó a muchos. No solo sorprendió porque rompió con la política estadounidense cuando era vicepresidente, sino que lo asoció con una de las decisiones clave tomadas por Donald Trump. La única diferencia entre ellos era la fecha de retirada: Trump había fijado el primero de mayo de este año; Biden fijó septiembre pero se aseguró, como debería hacerlo un líder prudente, de que la mayoría de las tropas se fueran silenciosamente, como lo han hecho mucho antes.
Puede que no sea casualidad que algunos de los profetas de la fatalidad se encuentren entre los que se opusieron a la retirada. Petraeus, por ejemplo, convenció a un Obama inseguro de que dejara las tropas estadounidenses en Afganistán. Y aunque el excomandante dejó el cargo bajo una nebulosa, no pierde la oportunidad de defender su historial militar y la escuela de construcción nacional de la política exterior de Estados Unidos.
Los disidentes también incluyen a muchos con experiencia directa en Afganistán: los soldados que lucharon y ahora podían sentir razonablemente que su sacrificio fue en vano; los trabajadores humanitarios cuyos proyectos ahora se ven amenazados y los periodistas que sienten un deber para con quienes los ayudaron. La sensación es de una buena misión abandonada prematuramente y obligaciones gravemente traicionadas.
Si se puede sacar alguna conclusión de los últimos 20 años de intervenciones militares occidentales, es sin duda que otros países deben construir su propio futuro; que la ayuda, por bien intencionada que sea, es sólo tan duradera como el apoyo de que goza en ese país; y que ningún gobierno que dependa de una fuerza externa - llámelo invasor, ocupante, intervencionista, como quiera - probablemente sobreviva a su partida. Los conflictos que fueron interrumpidos artificialmente probablemente continúen donde estaban antes.
Donde estaban antes era, en este caso, en 2001, después del 11 de septiembre y con intentos de derrotar a los talibanes. Y lamentablemente parecería que, a pesar de todo lo que se habla de progreso social, Afganistán está solo un poco más cerca de estabilizarse de lo que estaba cuando se convocaron las conversaciones sobre un nuevo acuerdo constitucional cerca de Bonn en diciembre de 2011. La exclusión de los talibanes de esas conversaciones ahora pueden verse como el error que fue, al igual que la desastrosa desviación dirigida por Estados Unidos hacia Irak.
La pena es que no solo esos errores no se pueden corregir, sino que además las ramificaciones del renovado conflicto en Afganistán amenazan con extender el desorden aún más de lo que sucedió entonces.
Pero el panorama general debe ser aún más preocupante. Hace veinte años, los vecinos de Afganistán parecían en general más asentados que ahora. Irán e Irak todavía se estaban recuperando de casi diez años de guerra. Irán aún estaba consolidando su Revolución Islámica; Irak estaba bajo el control de Saddam Hussein. Las exrepúblicas soviéticas todavía estaban forjando su camino hacia la independencia y en gran medida bajo la órbita de Moscú. Vladimir Putin acababa de heredar el poder y su prioridad era mantener unida a una federación rebelde. China estaba preocupada por su economía una década después de la plaza de Tiananmen. Lo que sucedió en Afganistán fue más grave en su impacto sobre Pakistán por los millones de refugiados afganos. Cualquier otra amenaza más lejana estaba limitada por las malas comunicaciones y las limitaciones geográficas.
El vecindario se ve muy diferente ahora. Rusia y China son más fuertes. Hasta ahora, cualquier competencia entre ellos por el poder y la influencia en las repúblicas de Asia Central se ha mantenido por debajo del radar, pero esto no significa que no pueda estallar, y las repúblicas de Asia Central son agentes más libres de lo que alguna vez fueron. La represión de Beijing a los uigures en Xinjiang es una señal de que ya tiene un ojo puesto en la seguridad del noroeste. Irán ha ganado influencia regional gracias a la guerra en Siria y ahora está más cerca de ser una potencia nuclear. El Estado Islámico (Isis) busca nuevos refugios. Y mientras los refugiados afganos tendían a quedarse en Pakistán o Irán, ahora muchos pueden aspirar a llegar a Europa.
Por todas estas razones, cualquier nueva guerra civil en Afganistán podría representar una amenaza mucho mayor para la estabilidad regional e internacional que hace 20 años, algo que el efecto cataclísmico del 11 de septiembre intentó disfrazar.
Pero todos aquellos que culpan a Biden y tienen una conciencia culpable sobre la "traición" de Occidente deben levantar la vista más allá de sus aliados de Kabul. Deben preguntarse si la presencia extranjera prolongada, que seguramente podría haber terminado con la captura de Osama bin Laden, no sirvió para retrasar un acuerdo genuino en Afganistán, avivando las llamas de un conflicto que ahora podría ser mucho más difícil de contener.
De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.