Bajar las escaleras delirando brillos en cada escalón, convirtiendo a la experiencia de cada peldaño en la sucesión de un trampolín escénico que no puede parar de generar luz. A eso jugaba Maiamar Abrodos a sus ochos años: a bajar las escaleras como Susana Giménez en “Alberto y Susana”, el programa televisivo de 1980 que inauguró la televisión con colores en el país.

Desde siempre Maiamar quiso ser actriz. Pero eran otros tiempos. Sirvió la inspiración de su abuela cuando pintaban en bastidores para despertar la sensibilidad de un nuevo lenguaje y decretar la inquietud por las artes plásticas, lejos del universo de la odontología que le proponía su madre. Finalizada la escuela secundaria se inscribió en la Universidad del Salvador para cursar la carrera de escenografía y vestuario. Dirá Maiamar que en ese refugio encontró trabajo y también la cercanía milimétrica con la escena. Hasta que se incorporó al staff de utilería y escenografía de Drácula, el musical de Pepe Cibrián. Ver actuar a tantas maricas, registrar esa posibilidad tan inmediata como real le interpeló la vida.

El proceso de su formación actoral estuvo atravesado por el circuito independiente de la teatralidad en Buenos Aires, y por su transición. Una tarde imborrable de aquella época alguien que quiere mucho le dijo que en el escenario se la veía feliz. Pero en la vida no. A los 41 años Maiamar realizó el cambio de género a merced de su insistencia ante la burocracia judicial siempre desagradable; hasta que por fin, en manos de la entonces presidenta de la Nación, Maiamar Abrodos recibió su nuevo DNI.

Llevaba ya todo un recorrido en las artes escénicas. Desde un tiempo considerable había decidido dejar de interpretar personajes de varón porque justamente entre vivir y ser había elegido ser, o porque entre las cosas que elegía para vivir era muy difícil no ser.

Como un viaje hacia algo, como una noticia que se construye a partir de lo minucioso, llegó el momento de la visibilidad. Maiamar Abrodos se fue convirtiendo en la actriz de los textos ambiciosos, de las facetas escalofriantes. Se fue volviendo, de un tiempo a esta parte, en referencia innegable del movimiento teatral contemporáneo.

Ayer estrenó la nueva obra que protagoniza: Imaginaria. Escrita por Pablo Iglesias y dirigida por Nicolás Sorrivas; Maiamar interpreta a una madre que indaga en sus vínculos inmediatos. Su personaje expresa la marca de la pérdida y el invierno, la guerra y los reencuentros. Junto con los actores Matías Milanese y Hernán Muñoa, renovaron el pacto por la vuelta a las salas, el teatro a todo pulmón y los cuidados colectivos.

Más allá de tu personaje en Imaginaria, ¿sigue pesando el prejuicio en el teatro respecto a los personajes que interpretan las personas trans?

-Y… el mundo del teatro es muy prejuicioso en ese aspecto. Recién ahora siento que se están abriendo algunas cosas. Que yo las pude abrir más que nada en el circuito independiente porque en el teatro oficial recién el año pasado me llamaron para papeles donde no había que ser una mujer trans. Y no cuento Siglo de oro trans, porque ya de por sí la palabra lo enmarca. Buscando a Vassa o Un hembro fueron “lo más oficial” que fui haciendo por fuera del hecho de ser una mujer trans.

Necesitamos trascender el rótulo de “actrices o actores trans”.

-No existen las “actrices trans”. Existen las mujeres trans o los varones trans que son actores o son actrices. Yo soy una mujer trans que es actriz. Quiero ser valorada como actriz, que sea trans es parte de mi historia. Sería interesante que no tuviéramos que hablar sobre qué personajes tenemos que interpretar, sobre cómo cualquier actor, actriz, acter puede vincularse desde el arte. Que es una de las cosas que yo siento que se pierde por tanta formalidades que construimos.

¿Cómo resultó la conexión con tu personaje en Imaginaria?

- Es muy lindo. Es una madre que perdió el hijo en la guerra de Malvinas. Y que un poco quedó trunca con la pérdida de ese hijo, pero tiene otro hijo, al cual está perdiendo o no quiere perder... Es una obra bastante universal: es el amor de una madre por sus hijos y de sus hijos por su madre, y la historia que lo condena. Es bien interesante como narrativa, esta madre se fue a vivir al sur para estar más cerca de su hijo muerto. Trae señales de cosas que pasaron mucho en nuestro país. Reflota algo que a veces nos quedó en el tintero.

- ¿Será que hay en el texto un mensaje sobre algún tipo de aprendizaje?

-Quizás hay un reflejo del aprender a soltar. Soltar la vida de alguna manera. Creo que habla de cómo vivimos a través de esas desgracias. Y de cómo las seguimos manteniendo vivas todo el tiempo hasta que aprendemos a soltarlas. En relación a eso, yo fluctúo, por momentos aprendo. Porque la vida misma me llevó a tener que aprender a soltar y a dejar las cosas que quedaran en el pasado y que han provocado dolor. Y a vivir la vida como es ahora. Y, claro, no es fácil.

¿Y cómo está siendo tu vida ahora?

-Creo en que la vida no es esto solo que vivimos, sino que tiene una eternidad. Creo un poco en la proyección del espíritu más allá del cuerpo y de la carne. Por otro lado soy muy geminiana: tengo esa dualidad entre el espíritu y lo concreto. Ahora, estoy cerca de jubilarme de las escuelas, me quedan dos años. Quiero hacerlo porque me quiero dedicar profundamente a la actuación, por un lado. Por otro lado, estoy pensando seriamente en irme a vivir a Córdoba, o a otro lugar. La pandemia me trajo un análisis más profundo de mí misma: dónde estoy parada, qué quiero para mi vida, hacia dónde voy, para qué estoy acá, cómo cuento esta historia que estoy contando...

Y a partir de las aperturas y habilitaciones de las salas paulatinas, te surgieron nuevas propuestas de historias para contar…

-Sí, varios proyectos. Seguimos con las funciones de Imaginaria. Luego me voy a Uruguay a filmar una película hermosa, también volvemos con Siglo de oro trans. Voy a hacer un monólogo en Teatro x la Identidad y me convocaron para ser jurado en la Bienal de Arte Joven de este año. Así que sí, estoy en proceso. En proceso de acción, digamos. En proceso de ser, de vida: ese eterno proceso.

IMAGINARIA los jueves a las 20.30 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Entradas en Alternativa Teatral. Sólo cuatro funciones.