El libro vacío, de Josefina Vicens ha sido catalogado de muchas maneras, pero la que le cuadra mejor es la de “clásico marginal”. Editado en ciudad de México en 1958 y reconocido como una obra maestra por sus contemporáneos, tuvo, tiempo después, el incomprensible destino del olvido. Tuvieron que mediar veinte años para que con su segunda edición, a fines de los años setenta, llegara a nuevos y nuevas lectoras que pudieran valorar la extrañeza, la potencia, la profundidad que se esconde en sus páginas. Casi cuarenta años después llega su primera edición en Argentina, un gesto extraordinario, de rescate de una autora central para las letras mexicanas. Una precursora de muchos motivos e inquietudes que hoy suenan más fuerte que nunca. La edición local incluye su segunda novela, la bellísima Los años falsos, publicada casi un cuarto de siglo después que la primera. Digamos que su autora se tomó su tiempo para entregar estas dos gemas, distintas pero vinculadas, inclasificables e hipnóticas.
Vicens es una autora de culto, en el arco dibujado por Rubén Darío primero y Ángel Rama después. Nació en 1911, de padre español y madre mexicana, no tuvo estudios formales, sino que se formó de modo autodidacta, tal como ella lo dijo: “En la vida aprende uno mucho y hay diferentes accesos a la cultura, por lo académico o por lo vital, lo que a uno le va enseñando la vida.” Comenzó a trabajar a los quince años como secretaria del primer jefe del Departamento Agrario. Siguió en distintas dependencias estatales ocupando cargos de todo tipo, desde donde se desplazó al ámbito sindical que era lo que verdaderamente le importaba. Desde allí peleó por la igualdad de oportunidades y condiciones laborales, civiles y políticas para las mujeres.
Fue una mordaz columnista política en medios, a la vez que una igualmente beligerante cronista de toros: para ambos roles firmaba con seudónimo masculino. Llegó a fundar un periódico llamado Torerías dedicado íntegramente a la tauromaquia. Fue también guionista de cine durante muchos años, en los que corrieron bajo su pluma más de noventa guiones, muchos de los cuales llegaron a filmarse. Era lesbiana, se casó con un amigo gay, para que al menos por un tiempo, los dejen en paz. El matrimonio duró poco.
Y así llegamos a sus dos novelas que acaban de editarse en Argentina por Fondo de Cultura Económica. El volumen es pequeño, de caja chica, con tapa blanca. Pero nada más empezar a leer El libro vacío y Los años falsos la idea de estar ante un libro pequeño se desbarata por completo. Es más, es todo lo contrario. Pensar además que esta escritora fue contemporánea de Octavio Paz –quien la prologó—y de Juan Rulfo –con quien comparte lo breve y lo inmenso—terminan de ubicar la obra de Vicens,
En El libro vacío lo que leemos son las notas que un hombre, José García, escribe en un cuaderno cada noche, como una cita consigo mismo. Su idea es escribir allí todo lo que le venga a la mente, pero pasar a otro cuaderno las frases que valgan la pena y con las que finalmente escribirá “el libro”. Pero ese segundo movimiento no se produce, las frases definitivas no llegan y en eso trunco, en ese condensado deseado pero inexistente, en esa escritura imposible, es que se despliega la interminable cadena de sus pensamientos. Hay que decir que este protagonista no es precisamente un escritor en el sentido convencional. Es un hombre medio, con un trabajo de empleado raso, una mujer que lo espera con la comida y dos hijos que mantener. Muchas cosas nos dice de sus zapatos gastados, de sus trajes comprados en cuotas, de lo malabares que hacen para llegar con las cuentas de todos los días. De esa cárcel quiere escapar cuando por las noches se interna en un cuarto helado con un cuaderno en el escritorio donde escribe que no puede escribir. De un capítulo a otro exclama lo estúpido de lo anotado el día anterior, corrige palabras, se reprende. Dice que quiere dejar de escribir, pero no puede hacerlo. Aguarda la llegada de una idea. Evalúa escaparse de su familia para dedicarse a escribir. Piensa en quemar sus papeles. Piensa en esconder el cuaderno por algunos meses. Desea que ese hábito suyo, como un vicio que se practica en la oscuridad, ya no lo empuje tan fuerte.
Los años falsos, publicado en 1982, también tiene un protagonista masculino, Luis Alfonso. Hijo de una especie de pequeño caudillo muerto en un tonto accidente con un arma, se ve obligado a reemplazarlo en todo: en su trabajo como ayudante de un diputado, en el lugar de mandamás en su familia, hasta en la relación con su amante. Una y otra vez el protagonista habla frente a la tumba de su padre, recordando quién era él y en quién se ha convertido. Aquí también, como en El libro vacío, nos encontramos con un largo monólogo en el que un personaje menor, en algún sentido impedido, abre su infierno interior: lo que quiere y no puede, lo que puede y teme, lo que no tiene y nunca va tener, por lo que es, por lo que siempre fue.
En ese texto preliminar a El libro vacío, Octavio Paz escribió: “Pues, ¿qué es lo que nos dice tu héroe, ese hombre que 'nada tiene que decir'? Nos dice: 'nada'; y esa nada –que es la de todos nosotros– se convierte, por el mero hecho de asumirla, en todo: en una afirmación de sí mismo y, aún más, en una afirmación de la solidaridad y fraternidad de los hombres.”
Muchos temas se despliegan desde ahí, pero fundamentalmente la idea de un libro sobre nada, sobre el propio acto literario, un libro vacío pero lleno de la incertidumbre, la desesperanza y la euforia que implica el acto creador. El libro de Vicens en este sentido parece ser fundante de la metaficción literaria en nuestro continente. Es también, precursor de El discurso vacío de Mario Levrero, otro raro que escribía buscando un lenguaje que pudiera no decir nada y en ese ejercicio, llegar a alguna clase de verdad propia e interior, que de ningún otro modo hubiera emergido.
Los años falsos por su parte, con su ritmo frenético, su poética morbosa, sus reiteradas visiones del cuerpo del muerto, del velorio, de la tumba, nos recuerdan también El rastro, de Margo Glantz. No por nada estos dos últimos autores mencionados, son de lo más significativo de la literatura latinoamericana de los últimos años. Y encuentran una raíz en Vicens. Hay que leer esta autora casi secreta, para que siga siendo un clásico, pero ya no marginal.