San Cayetano es una tradición religiosa popular que ha permitido aunar esfuerzos y voluntades de actores diversos en torno al pedido de “pan y trabajo”, una preocupación recurrente para gran parte de la ciudadanía aún por encima de las coyunturas sociales y económicas. La plegaria se reitera cada año el 7 de agosto –fiesta del patrono– pero también los días 7 de cada mes y todos los días del año siempre que un argentino o una argentina, con más o menos piedad religiosa pero con necesidades reales, se acerca hasta el santuario de Liniers con la esperanza de obtener el milagro que le permita salir de una situación apremiante.
Pero más allá del hecho religioso y social en sí mismo, la imagen de San Cayetano ha servido también a los fines de la política y de la reivindicación social. En 1981, aún bajo el régimen castrense, Saúl Ubaldini, el histórico dirigente de la CGT, encontró amparo en San Cayetano para reclamar entonces “paz, pan y trabajo”. El 7 de noviembre de ese año, aproximadamente 10 mil personas congregadas frente a la imagen del santo patrono entonaron “se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”.
Más cerca, en 2016, una convocatoria encabezada por los movimientos sociales pero acompañada también por organizaciones sindicales y políticas, encontró en San Cayetano el símbolo y la oportunidad para expresar el rechazo popular a las políticas del macrismo. De ahí en más la referencia a “los cayetanos” se lee en política como un llamado a la unidad en función de las demandas de los más pobres y acoplada a las “tres T” de Francisco: tierra, techo y trabajo.
Este año la festividad de San Cayetano tocó en tiempos electorales, pero también en un momento de graves dificultades sociales. Como cada año, la convocatoria fue religiosa pero también social y política. La UTEP, el sindicato de los trabajadores de la economía popular, es la más importante expresión organizativa de “los cayetanos”. Gran parte de sus dirigentes, aunque no todos, se referencian en el Frente de Todos. Por eso la mayoría de las voces se encargaron de subrayar que lo del sábado pasado no fue “ni un acto oficialista, ni un acto opositor”. Fue la manera de cobijar a todos en el reclamo común de mejora de la situación social. Pero también, como lo señaló Juan Grabois sin aludir a ningún destinatario en particular, para servir “como despertador para algunas conciencias aletargadas”. En voz baja otros dirigentes admiten también que la marcha del sábado fue además la manera de contener las demandas retenidas en la base social que, si no encuentran canalización, pueden brotar como exabruptos no deseados.
Del lado de la Iglesia, el presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Oscar Ojea también jugó su partida. Recordó que “la dignidad está herida” porque “tenemos enormes problemas de desocupación, de pérdidas de trabajo, de angustias”. Más allá de que la mayoría de los obispos no tienen cotidianeidad con los actores populares, la Iglesia Católica –también muchas comunidades evangélicas- a través de sus estructuras institucionales perciben la dureza de la crisis. Parafraseando al Papa Francisco, el obispo Ojea aprovechó para mandar otro mensaje coincidente con el reclamo que vienen planteando los movimientos sociales: “ayudar a los pobres con dinero tiene que ser siempre una situación provisoria, por supuesto que puede ser urgente; tenemos que acompañarlos ayudándoles a crear esa dignidad que da el trabajo”. Un día después, en otro mensaje el obispo de San Isidro insistió en que “no podemos abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilice y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos”. Y recordó que “el Papa Francisco, en su carta a los movimientos sociales, sugiere pensar en el salario universal para que sea reconocida la dignidad de estos trabajos, que muchas veces no es reconocida”. No casualmente se trata de un viejo reclamo de los movimientos sociales que también fue parte de las consignas de la marcha del último sábado.
La preocupación por la cuestión social viene unida a la inquietud por la paz social. Sin llegar al nivel de Grabois que encabezó una columna periodística con el título de “la paz social está en peligro”, tanto los dirigentes de los movimientos como los hombres y mujeres de la Iglesia que trabajan en barrios populares están preocupados por el riesgo de algún desborde para el caso en que no se pueda atender las demandas. Tampoco al Gobierno le vendría bien que la cuestión se salga de sus carriles en tiempos electorales.
Pensando quizás también en esa otra arista de la realidad y atendiendo a la coyuntura, en su homilía en San Cayetano el cardenal Mario Poli sumó a la clásica plegaria por el pan y el trabajo, el ruego por la paz y la salud.
Además de canalizar el fervor religioso popular, la conmemoración de San Cayetano se convierte, una y otra vez, en una suerte de espacio de contención para canalizar demandas, expresar angustias y permitir coincidencias entre actores que, al menos aparentemente, transitan por carriles diferentes. Y para decir lo que no se quiere o no se puede decir en otros espacios.