“Firmo esta nota con mis iniciales porque me gustaría que los varones también la leyeran. Con el correr de las épocas, autoras como las hermanas Brontë, George Eliot o J.K. Rowling se han sentido obligadas a disfrazar su género para persuadir a lectores de acercarse a sus obras. Pero, hoy día, ¿realmente sigue siendo necesario? La respuesta, tristemente, es: sí”.
Así de contundente arranca un reciente artículo de la escritora y periodista inglesa M.A. -Mary Ann- Sieghart para un rotativo brit, donde comparte cierto hallazgo que ha volcado en su ensayo The Authority Gap, éxito de ventas tras su reciente publicación en Europa. En este libro, Mary Ann expone sesgos persistentes, propios del sexismo sistémico, que aún hacen mella en la realidad cotidiana de las mujeres. Uno de ellos, precisamente, es la renuencia de muchos varones a tomar un libro que no esté escrito por otro hombre.
No es un supuesto: se desprende de la data, confirma quien da clases en King’s College, ha sido editora y columnista de medios como The Times y The Independent, presentadora de distintos programas de la BBC, nacida en Londres en 1961. “Encargué a Nielsen Book Research, empresa líder en estudios de mercado literario, que averiguara exactamente quién leía qué en UK. Quería saber si ellos le daban siquiera una chance a títulos firmados por ellas. Y los resultados confirmaron mi peor sospecha: es improbable, a niveles desproporcionados, que un hombre abra un libro escrito por una mujer”.
El público masculino elige autores varones
Detalla Sieghart que las 10 autoras con más ventas en Reino Unido (lista que incluye a Jane Austen, Margaret Atwood, Danielle Steel, Jojo Moyes) solo tienen un 19 por ciento de público masculino y un 81 por ciento de público femenino, evidentemente. La más popular entre los muchachos es L.J. Ross, especialista del género suspenso, cuyo nom de plume hace sospechar a Mary Ann si “¿no será que los chicos -tan reacios a igualar los tantos en materia de autoridad intelectual, artística y cultural- no andarán confundidos, creyendo que Louise es una de ellos, visto y considerando que firma con sus iniciales?”. Por lo demás, cabe mentar que en el caso de los 10 escritores masculinos que más ejemplares venden (entre ellos, Charles Dickens, J.R.R. Tolkien, Lee Child, Stephen King), la distribución es tantísimo más pareja: el 55 por ciento de sus lectores son hombres; el 45, mujeres.
Le escuece además a Sieghart corroborar que una vez que los tipos sí han soltado el prejuicio y se han zambullido en una historia pergeñada por una dama, no solo la disfrutan: las puntúan por encima de las calificaciones que dan a piezas de homólogos varones en sitios como Goodreads.
La experiencia humana no tiene género
“¿Por qué importa todo esto? En principio, porque reduce las experiencias de los varones, que continuarán viendo el mundo a través de una lente casi exclusivamente masculina, teniendo por universal una perspectiva que es parcial. Y este enfoque limitado afectará nuestras relaciones con ellos, como colegas, amigos y socios, además de empobrecer a las escritoras, cuyo trabajo termina siendo de nicho, lo cual les lleva a ganar menos dinero, tener menos estatus”, deja asentado Sieghart, invitando a que los varones zanjen preconceptos, “pinchen de una vez esa burbuja en la que, acaso sin darse cuenta, han estado viviendo, permitiéndose nuevas ideas y nuevos saberes ¿O es que acaso las artes no están para eso?”. De última, si tanto temen aburrirse por plumas femeninas, ironiza un cachito la dama, “prueben con las novelas históricas de Pat Barker sobre la Primera Guerra Mundial, o las de Hilary Mantel acerca de las intrigas y maquinaciones de la corte de Enrique VIII. Y una vez que se acostumbren, puede que descubran relatos que refieren a la experiencia humana, independientemente del género, ¡y quizás hasta las disfruten!”.
Las mujeres no aparecen en los motores de búsqueda
Vale mencionar que, al indagar en lo que llama “brecha de autoridad”, esta londinense profundiza en toda suerte de terrenos en su libro, conversando con notables personajes de distintos campos; por ejemplo, Hillary Clinton; la baronesa Brenda Hale, presidenta del Tribunal Supremo de Justicia del Reino Unido; la historiadora Mary Beard, autora del indispensable Mujeres y poder; Bernardine Evaristo, Premio Booker 2019 por su novela Niña, mujer, otras… A partir de más de 100 interviús y de recolectar información de investigaciones de la más diversa índole, de distintas geografías, Sieghart habla -por citar algunos ejemplos- de cómo las juezas de la Corte Suprema de Estados Unidos son interrumpidas cuatro veces más frecuentemente que sus pares hombres, y en el 96 por ciento de los casos, quienes les cortan la parla son… tipos. En Australia, aguantan la misma situación, pero “solo” el doble que sus colegas varones. Independientemente de la posición, dice M.A., en Inglaterra un varón habla encima de una mujer 1,67 veces por minuto; en Pakistán, en el mismo lapso de tiempo, el estimativo asciende a 8,28 veces.
Y siguen las estadísticas en otros incisivos capítulos;
por ejemplo, la que da cuenta de cómo al preguntárseles a padres británicos qué
coeficiente intelectual tienen sus párvulos, asumen que el de los niños está
por encima de las chicuelas. También observaciones agudas, como notar que los
resultados que arroja Google Images al buscar expertise son significativas: “Las primeras 20 fotos son de
hombres. Ves a Bart Simpson antes de que la pantalla te devuelva la imagen de
una mujer”. Entre los testimonios valiosos, está el de la exprimera ministra
danesa Helle Thorning-Schmidt, que en charla con Sieghart recuerda que “la
primera vez que llegué al Parlamento Europeo como eurodiputada, todo el mundo asumió
que era una secretaria”. O el relato de las fundadoras de Witchsy, web de
compra/venta de piezas artísticas, que inventaron un socio imaginario porque
los emails que recibían de interesados eran bastante peyorativos, irrespetuosos,
no así cuando se carteaban con el ficticio Keith Mann, fundador de mentirillas, que incluso concretaba más ventas.