El macrismo continúa corriendo el arco. La promesa del venturoso segundo semestre pasó a la historia y la mayoría de los anunciados “brotes verdes” se fueron secando. El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, declaró “tenemos que reconocer que el consumo viene más lento de lo que nos gustaría”. A pesar de eso, el oficialismo no pierde la esperanza. La líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, manifestó que “si nosotros ganamos la próxima elección, las inversiones en 2018 serán enormes”.
En los primeros meses del 2016, el oficialismo anunció que las inversiones comprometidas (para el período 2016-2019) ascendían a 59.000 millones de dólares. Era el momento de la euforia post-Davos. El país “retornaba al mundo” luego de la decisión del kirchnerismo de no concurrir a la reunión de ese “club de ricos”.
Mauricio Macri resaltó la importancia de asistir al encuentro porque era “un lugar que te permite en 48 horas ver a varios presidentes y relacionarte con importantes responsables del mundo de la inversión”. En esa línea, el oficialismo destilaba optimismo después de organizar el Foro de Inversión y Negocios (mini Davos) en el Centro Cultural Kirchner. El Presidente puntualizó que existían centenares de proyectos que se pondrían en marcha en muy poco tiempo. Lo cierto es que la “lluvia de inversiones” brilló por su ausencia.
Según datos oficiales, la tasa de inversión correspondiente al tercer trimestre del 2016 fue del 15,1 por ciento del PIB. Los investigadores del CEPA plantean que “si la comparación se efectúa con el promedio de 2004–2015 donde la formación bruta de capital ascendió al 17 por ciento del PIB, la caída en 2016 es de 1,9 puntos porcentuales, o del 12,3 por ciento”.
Las inversiones extranjeras directas (2523 millones de dólares) en 2016 resultaron inferiores a las utilidades giradas al exterior po 2996 millones. Los datos del primer bimestre de 2017 tampoco son halagüeños. El Balance Cambiario del BCRA informó una IED de 345 millones de dólares para ese período.
El monto de las inversiones está muy alejado de las pretensiones oficiales. Las cifras reales están más en línea con el sketch de Capussoto que muestra a una persona arrojando un puñado de dólares desde un auto. El locutor completa la escena relatando “aquí vemos la ilusión que las pequeñas dádivas del poder mundial deja para estos países”.
Por otro lado, el aporte de las inversiones extranjeras al desarrollo nacional es debatible. El economista chileno Manuel Agosin analizó el impacto de la IED en la tasa de inversión de los países en desarrollo. La conclusión fue que se verificó un incremento simultáneo de IED y tasa de inversión en los países asiáticos. Lo contrario ocurrió en las naciones latinoamericanas. En otras palabras, la IED terminó desplazando al capital nacional en América latina. Eso fue lo que pasó en la Argentina en la década del noventa.
El economista Matías Kulfas explica que “en los años de mayores ingresos de capitales externos del decenio de 1990, la tasa de inversión promedió el 15,7 por ciento del PIB, mientras que en los gobiernos kirchneristas, particularmente en el auge de 2003-2011, promedió 21 por ciento del PIB con un pico cercano al 25 por ciento en 2011. En otras palabras, períodos de mayor inversión extranjera no significaron mayor inversión en general” (Verdad y mentira de la inversión externa, edición 205, Le Monde Diplomatique).
Eso no implica “demonizar” la inversión extranjera sino clarificar que el saldo final (positivo o negativo) de su aporte al desarrollo nacional dependerá del proyecto económico-político de la nación receptora.
@diegorubinzal