“Para llegar al disco tuvieron que pasar necesariamente varias cosas, pero la primera fue la muerte de mi papá, que hizo que yo redirigiera mi mirada hacia el tango y la música, creo ahora que como forma de atravesar el duelo”, reflexiona Mariana Mazú a propósito de La bella indiferencia, su disco debut, con el que además ganó el Premio Gardel en la categoría “Mejor álbum de artista de tango”. Mazú celebrará el galardón este domingo 15 de agosto a las 20 en Rondeman (Lavalle 3177) junto a varios invitados.
Hablar con Mazú de su disco es hablar de muchas cosas que, a primera vista, no parecen ser el disco mismo, pero que lo constituyen: las oportunidades que le dio Cucuza Castiello en El Faro, la producción lúdica de Acho Estol, su trabajo diurno como psicóloga, el recuerdo de su padre cantor. “Conocí en ese año a Acho en un festival solidario en el Borda, donde yo trabajaba, y siguieron encuentros informales, compartir músicas, armar fechas, tocar con más músicos y entusiasmarme porque sonaba más lindo, mejor”, recuerda.
-¿Por qué no antes de la muerte de tu viejo?
-Lo que pasó después de la muerte de mi viejo es que yo me hago cargo del tango de modo más profesional. Lo que sucedía antes es que no me hacía responsable. Era algo de él que yo compartía. Cuando se enferma algo cambia. Nos juntábamos y para no hablar de la muerte, nos poníamos a escuchar y cantar tangos. Incluso hoy me cuesta hacerme responsable de ese legado, de que de algún modo me siento determinada o causada en mi deseo por eso. Me dio mucha emoción de la grossa pensar en él cuando me dijeron que gané.
-Mucha gente se acerca al tango, pero eso no implica ponerse a cantar, subirse al escenario ni mucho menos grabar un disco y ganar un Gardel, ¿cómo encarás todo eso vos?
-Me gusta porque esta pregunta tiene niveles de dificultad diferentes. Ponerse a cantar me sale fácil porque es mi modo de expresión desde muy chica. A veces me expreso de más o me cuesta callarme. Ponerme a cantar me sale fácil. Subirme al escenario no tanto, tuve que hacer terapia para subirme al escenario. La exposición a la mirada del otro siempre es difícil, de las más difíciles de soportar. Grabar un disco fue fácil porque no lo pensé. Fuimos jugando con Acho. Hay algo de su estilo que estuvo bueno que es una cosa descontracturada de ir probando, hacer laboratorio, caminar las canciones antes. El álbum no fue hecho para ganar un Gardel, pero lo ganó. Fue hecho por otros motivos que para mí son superiores, sin restarle méritos ni felicidad por ganar el premio. Pero a mí me resignificó en mi vida personal y mi vida musical y mi vida de mujer que se juega por sus deseos. Ahora lo encaro para seguir trabajando desde lo que mi intuición me dice, desde lo que tengo ganas de hacer, que creo que es como tenemos que vivir, desde el Eros, en medio de toda esta situación llena de Thanatos.
-Sos psicóloga, ¿cómo impacta eso en tu faceta como cantante?
-Tengo miedo de irme por las ramas, pero una no es toda cantora, ni toda psicóloga, ni toda madre, ni toda hija, ni toda amiga. Somos, ¿no? Creo que haber estudiado psicología y haberme dedicado a eso, estar, poner el cuerpo en hospitales, con la gente, estar frente al sufrimiento del otro cuerpo a cuerpo, eso hace que en principio las canciones me sensibilicen mucho, me pasen por el cuerpo de otra forma. Siempre tengo herramientas para cantarlas, si no es por algo mío, por algo que me contaron o que pasó o algo que se me trnasfirió, porque cuando hablás con alguien o un paciente te cuenta algo o pasa algo en el hospital, eso se te transfiere y pasa por tu cuerpo, y podés evocarlo para cantar. Me considero alguien sensible y eso impactó para bien en mí como psicóloga. Creo que no se puede ser insensible y ejercer bien. Y la música es una herramienta, para la psiclogía, que usé muchas veces cuando no sabía qué hacer. Me acuerdo cuando con Vicky, compañera en nuestro primer año en el Borda, que había un caso muy grave de una señora que estaba con un cuchillo en un sector del hospital. Nadie podía agarrarla, le cantamos una canción, se calmó y se fue a dormir. Esa fue la primera vez. De ahí muchísimas veces recurrí a la música para resolver alguna situación de urgencia. Así que ambas facetas se retroalimentan.
-¿Cómo es esa carga y descarga con el psicoanálisis?
-Creo que siempre nos estamos cargando de las cosas que le pasan al otro, trabajemos o no en salud mental. Nos cargamos de cosas que le pasan a nuestras familias, nuestros amigos. A mí me cuesta mantener distancia para no ser tan permeable al sufrimiento del otro. Y como me toca trabajar muy cerca, a veces me quedo demasiado cargada con las situaciones de sufrimiento del hospital o de los particulares que atiendo. Eso que se me transfiere, en emergencia o en un tratamiento, con lo que me quedo, después se traduce en que me encuentro cantando “Tormenta” o “Sin lágrimas” y claro, hoy tuve un día bastante oscuro. O cantando cumbia. De eso se trata también La bella indiferencia, que por eso tiene tantos matices en cuanto a géneros. Son canciones que necesité cantar en diferentes momentos de la vida.