¿Qué Era viviremos? Ayer se llamaba posmodernidad, luego hipercomunicación o choque de civilizaciones. ¿Cuál corresponderá a hoy? Nuestros antepasados vivían sin saber que habitaban el Renacimiento o la Modernidad; nombres les ponían cien o doscientos años después, cuando las consecuencias de sus actos se verificaban en el rumbo del mundo. Si se habían equivocado, tarde para arrepentirse o pagar. En esa época se cambiaba de Era de casualidad, cuando un imberbe llamado Cristóforo Colón se perdía en el mar y descubría que el mundo no era un pañuelo, o llegaba una peste y zácate, como ocurrió al final de la Edad Media.

Ahora, esta hiperrecontraarchimodernidad que vivimos nos permite analizar ciertos efectos casi al instante, como se mide el rating de la televisión. Por eso, supongamos que nos dejan elegir el nombre de la Era que vivimos, como en esos concursos donde nos dejan elegir el nombre de una calle, de un parque, de una mascota. ¿Qué nombre elegiríamos?

Podríamos ponerle La Era Messi, pero dejaríamos afuera a los países pataduras que juegan a la pelota con la mano o palos. La Era Trump sería acertada pero ofensiva, así como la Era de los Ceos, la Era del Neoliberalismo Versión Autoayuda.

¿Qué se cumple con mayor frecuencia en la mayor cantidad de países? Que el mundo desborda de víctimas. Viendo los números de la pobreza, de los desplazados, de las guerras, se diría que al mundo le sobra una tercera parte de la población.

Entonces llamémosla la Era de la Víctima.

Si sos docente, sos o serás víctima, así si sos artista, jubilado, empleado estatal, piquetero, librero, editor, empleado del Bauen, de Sancor, cartonero, pobre, negro, inmigrante, empleado o dueño de Pyme, musulmán, transexual, productor de leche, de fruta, mexicano, sirio, mujer, enfermo, si consumís luz, gas o agua, si te subís a un bondi, si, si, si...

El nombre Era de la Víctima dejaría contentos a todos, a las víctimas porque se los recuerda al menos para cagárseles de risa en la cara, y a los victimarios porque se les recuerda que son los ganadores. Y si esa tercera parte del mundo sobrevive es porque los ganadores necesitan quién les limpie la mierda; y aún, esas víctimas son consumidores. El día que dejen de serlo, alguien inventará una bomba que matará sólo a los que sobran.

Los ganadores de esta guerra (que lo es; guerra con y sin armas) son aquellos que poseen los diccionarios (leído por ahí en estos días), y que son, por lógica, los dueños de la semántica, que se traduce en medios, discursos, sonsonetes, zócalos de televisión (con la ayuda de los alcahuetes que repiten sin cobrar).

La semántica les permite cambiarse los nombres (o roles) sin dejar de ser victimarios. Llaman represor a un asesino serial, luego "integrante del gobierno militar". Hasta que el control de la semántica les permita llamarlo abuelito, y mandarlo a casa con la excusa de que el gatito lo extraña.

Cuenta John le Carré en sus memorias ("Volar en círculos"), el caso de Hans Globke, que redactó leyes antisemitas para el gobierno prusiano, para Hitler (una era la que obligaba a los judíos a agregar la palabra Sara o Israel a sus nombres), y terminó siendo hombre clave de la reconstrucción de Alemania después de la guerra. Su nuevo líder, Adenauer, lo defendía así: "Hasta que no haya agua limpia, no se puede tirar la sucia". Pura semántica, de alto nivel de inteligencia, para reciclar a un hijo de puta. Hasta inventaron el término desnazificación, que sirvió para intentar borrar lo obvio y a la vez esconder lo no tan obvio, como los asesinos que se reciclaban en funcionarios. Carré cuenta otros casos similares, entre ellos los de Johannes Ullrich y Reinhard Gehlen, que lograron cambiar archivos por inmunidad. Así como el del célebre Klaus Barbie, que antes de ser desenmascarado, fue reclutado por los servicios secretos para, aparentemente, capturar al Che.

La semántica de sus dueños (los dueños de la semántica), les permitió a estos hombres pasar de ser nazis a colaboradores, de asesinos a agentes, de genocidas a ciudadanos. La misma semántica, en las manos de los que la usan, no brindan estas posibilidades de intercambio para las víctimas.

Una víctima puede saltar... a otra categoría de víctima, que para el caso es lo mismo. El desocupado mexicano será un ilegal en EEUU, o el renovado inmigrante argentino será un sudaca en Europa.

Usted me dirá, y con razón, que hay ejemplos de lo contrario, y yo le digo que sí, que mientras una víctima salta al pelotón de los vencedores, sea por un golpe de suerte o por una distracción del poder, y pasa de ser ilegal a ser un "ciudadano de bien", otros que ocupaban esa zona gris que podríamos llamar clase media, o burguesía, y que se creen a un paso de subir al mundo de los ganadores, caerán a la zona de las víctimas, de las que difícilmente podrán salir. Ante la duda, consulte estadísticas.

La semántica es la herramienta que permite crear todos los eufemismos que hacen bailar al mono: cambiar, mérito, inversiones, volver al mundo, diálogo, etc. Recuerde cuando la palabra socialismo, tan ligado a los intentos de cambios del siglo XX, fue aplicado al blandengue, burgués y temeroso socialismo europeo. Lo que no había logrado la política lo logró la semántica. ¿Por qué rara vez se llama asesino a un militar estadounidense que tira bombas en poblaciones civiles? ¿Por qué no es genocida Leopoldo II de Bélgica, que mató más gente que Hitler? Semántica, doña.

¿No hay salida? No lo sé. La única herramienta que existe es la política, y una de sus derivaciones, las revoluciones, pero ya dije en otra nota que es probable que las revoluciones se hayan terminado. Pero a la víctima le queda la conciencia de serlo, la de integrar el mundo de los desposeídos. Esa fuerza no es poca cosa, y a la vez puede ser revolucionaria.

De la clase media que quiere consumir como rico ya no se puede esperar demasiado. Muchos de ellos, a su tiempo, también serán víctimas.

Pero de la víctima de hoy, entre los que nos encontramos casi todos los que estamos leyendo esto, sí. Es la conciencia colectiva de que la civilización se encamina hacia uno de sus posibles cierres, aquel que se verifica en esas películas de ciencia ficción donde los ricos viven en un country en la luna mientras el resto se pelea en la tierra por un hueso. Pero atención, las víctimas son conscientes de serlo, no les disgusta (en caso les gusta) que los llamen negros, vagos, quilomberos, cabecitas. Y perdieron tantas batallas que por ahí un día se largan a ganar una. Empezaron por tener una Era en su homenaje, no es moco de pavo.

 

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