“Al final, los mejores tipos son los bandidos renegados”. Esta frase, con tufo a cavilación concluyente, fue escrita por Héctor Germán Oesterheld para cerrar la última aventura de su Sargento Kirk, es decir, “Sangre y oro azteca”. Con dibujos de Gustavo Trigo, se publicó en la revista Billiken de Editorial Atlántida de a dos páginas semanales, entre febrero y marzo de 1973. Puestas en boca de Jimmy Lea, el Corto (un recuperado ladrón de caballos), esas palabras son al mismo tiempo una suerte de invocación al origen de esta historieta que, en un principio iba a relatar la épica de un gaucho rebelde en la pampa argentina pero por pedido editorial viró hacia el oeste americano. Y por otro lado son una referencia directa tanto al instruido doctor Forbes (ex alcohólico que decidió curar indios en lugar de blancos), como al joven Maha (hijo de la diezmada tribu Tchatoga). Claro que, entre esos “mejores tipos”, se incluye al militar del 7mo Regimiento de Caballería que, luego de ser parte de una matanza innecesaria de comanches, optó por la aventura a cielo abierto en lugar de la legalidad protectora de Fort Gibson, es decir, el infatigable Kirk o, como lo llaman los indios, Wahtee.
Cuatro diferentes tipos de renegados que Oesterheld reunió, acaso, como ejemplos de hombres capaces de superarse a sí mismos luego de sufrir un traspié. Cuatro hombres que, desde el verano de 1953 en adelante, con Hugo Pratt como dibujante en la revista Misterix, despabilaron para siempre a los lectores de la historieta que hasta entonces jamás habían leído “una de cowboys” con tantos hombres saldando cuentas con su pasado. El propósito: hacer del universo Kirk no un hecho particular sino un modelo posible de existencia frente a un mundo cada vez más hostil. Hayas hecho lo que hayas hecho, nunca falta tiempo para comprender que las causas justas son las únicas que merecen ser defendidas. Oesterheld ató a Kirk a esa idea (incluso cuando lo noveló), y hacia allí lo condujo cada vez que recurrió a este personaje, su segundo éxito después de Bull Rockett.
A pesar de su derrotero editorial, Kirk nunca dejó ser Kirk. Ni cuando concluyó en Misterix y Super Misterix en 1957, ni cuando continuó en las páginas de Hora Cero Semanal y Frontera Extra hasta el año 1961. Y nadie desconoció al Sargento aun cuando quedó bajo las tintas de dibujantes como Jorge Moliterni, Horacio Porreca y hasta de Gisela Dester, la hermosa ayudante de Pratt. Sobre la importancia de Kirk no es posible obviar dos hechos: que su existencia coincide casi con todo el período de Hugo Pratt en Argentina, y que las aventuras vividas por el Sargento se espejan más tarde en otras creaciones de Oesterheld, como el matador Randall.
Por ese motivo leer al Kirk de Billiken (un episodio de 32 páginas compilado por primera vez en libro por Doedytores) no deja de ser un acontecimiento que, entre muchas razones, viene a confirmar que en la narrativa oestehedliana la repetición de algunos esquemas (descubrir que la víctima es en realidad el victimario) ratifican, diría Borges, “la forma esencial” de una poderosa historia, alejándola de toda sospecha de “artificio”. Es decir, en Kirk, con o sin Pratt, el lector asiste a las formas esenciales de lo que será la historieta moderna argentina.
La aventura de “Sangre y oro azteca” no dista de muchas otras historias vividas por el Sargento, es decir, un par de bandidos disfrazados de víctimas llegan al Cañadón Perdido pidiendo refuerzos de caballos y meten a Kirk y a sus amigos en una trifulca entre winchester y flechas comanches. Todo gira en torno al asedio indio a un convoy, y una vez más será Kirk quien tome la decisión de liberar a uno de los blancos capturados a punto de sufrir la tortura de los indios. La verdad aparece al liberarlo: las víctimas son victimarios y los comanches no son los asesinos. Es decir, el espíritu de Kirk permanece intacto.
Eso ayudó para que Gustavo Trigo acompañe con soltura al Sargento y a sus amigos, y lo haga reconocible, amable, e incluso, permitiéndose compartir con el lector la admiración por Pratt. El dibujante argentino hizo todo lo posible, y bien, para no extrañar tanto al italiano. Trigo (1940-1999) fue uno de los últimos creadores dotados técnicamente y poseedor de un dibujo de gran vitalidad, avasallante por momentos, y con una facilidad en eso de ir y venir del realismo sin desatender nunca el manejo potente de su mancha negra, e incluso fue capaz de jugar hasta los límites de la gestualidad caricaturesca, recuérdese trabajos como Jackaroe con Robin Wood, ¡Marc! con Osvaldo Lamborghini, La Maga con el poeta Eugenio Mandrini, o Gómez con Guillermo Saccomanno y, por supuesto, la inconclusa La guerra de los Antartes. Esta recuperación de su Kirk es, claro, todo un reconocimiento.
Pero, ¿qué hacía Kirk en Billiken? En el excelente prólogo que acompaña este pequeño libro, el periodista Ariel Avilez subraya –además de casualidades como que “Oesterheld vino al mundo en 1919, el mismo año en que salió el primer número de la revista Billiken”– que en aquellos años camporistas el trabajo de escritura del guionista era intenso. Y al repasar su vínculo con la publicación (su primer trabajo fue Rumbo a las estrellas con Eugenio Zoppi en el 1965), eso se confirma al enumerar, por ejemplo, las series de Marvo Luna (Solano López, José Muñoz, y la dupla Vitacca-Trigo), y Frankie el pequeño Cowboy con Dalfiume. Fueron años donde Billiken reunió a muchos de los mejores del dibujo y de la historieta nacional, a tal punto que Alberto y Enrique Breccia también colaboraban realizando ilustraciones sueltas de próceres (se acaba de editar San Martín x Alberto Breccia donde el coleccionista Toni Torres recupera algunos de esos trabajos dispersos).
Anota y nota Avilez que en aquel año 73 el renegado Kirk compartió en las páginas de Billiken, entre juegos y otras vaguedades didácticas, cartel con El Zorro ya que “visitó por primera vez nuestro país su protagonista, el carismático Guy Williams”; y mientras fans y curiosos le dieron la bienvenida en el aeropuerto “la publicación de Atlántida incluyó entre sus sorpresas de mayo –mes patrio– una escarapela y un póster del personaje. Sirva esto para dar una idea acerca del bullicioso universo que habitó y en el que se destacó esta última versión del histórico personaje”. Pero, pese a todo, Kirk siempre será Kirk, o mejor, el nombre de un lugar donde nació lo que llamamos hoy la historieta argentina.