Constanza Michelson es egresada psicóloga de la Universidad Diego Portales (Chile) y Magíster en Psicoanálisis. Su trabajo tiene diferentes aristas, desde problemáticas relacionadas con clínica de las adicciones a elaboraciones en torno al malestar cultural. Publicó diferentes libros, entre ellos 50 sombras de Freud: laberintos del amor y del sexo (2015) y Neurótic@s. Bestiario de locuras y deseos contemporáneos (2017). Es una de las voces del psicoanálisis chileno que mejor transita entre el campo académico y la divulgación, con una particular flexibilidad y lenguaje, para recuperar la dimensión de la polémica y el debate como forma de plantear preguntas. Escribe con regularidad en diferentes medios de su país y es corresponsal en otros países hispanohablantes. Su último libro Capitalismo del yo. Ciudades sin deseo (Paidós, 2021) surgió a partir de una crónica de los acontecimientos políticos que sacudieron al país trasandino y que todavía interrogan a toda la región. Su reflexión en torno a la dignidad de la vida, los peligros de la masificación y las nuevas formas de los totalitarismos abre diversas preguntas para pensar en torno al giro neoliberal del capitalismo, la conversación del psicoanálisis con los feminismos, el lugar de las "nuevas masculinidades" en tiempos de deconstrucción del patriarcado, la banalización de lo políticamente correcto y los duelos como experiencias colectivas. 

--¿Cómo caracterizaría al yo capitalista? ¿Cuál es su relación con la subjetividad neoliberal?

--Un buen ejemplo del lugar desesperado del yo en nuestro tiempo es el que señala Eva Illouz en relación al amor: en las sociedades patriarcales tradicionales el amor no era un asunto para nada constitutivo de la subjetividad femenina ni masculina. Nada de terapias, ni mensajes desesperados a la tres am. La tradición definía, entre otras cosas, tu lugar en el mundo. Hoy cada quien debe realizar esa tarea y el amor es una vía privilegiada, y no poco ansiógena, de búsqueda de reconocimiento para definir quiénes somos. Creo que la ansiedad no es una patología sino una forma de vida, el yo es ansioso, pues intenta definir, cerrar, decretar “las cosas como son”. El yo tiene algo fascista y es que cuando la subjetividad es débil, compensamos con identidades fuertes que obligan a compremeterse con una idea de sí mismo, antes que con el mundo. Por su parte el capitalismo, que no es solo un sistema económico, sino una manera de pensar, logra transformar cualquier cosa en mercancía. Luego, el yo puede operar bajo las reglas de la mercancía, se posee, se usa y se tira: el cuerpo, las emociones, la identidad, el amor.

--Un aspecto valiente de su libro es que se anima a debatir con los feminismos, en tiempos en que estos representan un discurso socialmente legitimado y el psicoanálisis es una práctica a la que nadie quiere perderse la chance de criticar, ¿qué balance haría de los (des)encuentros entre ambas perspectivas?

--Al psicoanálisis se lo ha criticado siempre, quizá porque es una teoría de la noche, es decir de lo que hay de misterio y de contradictorio en nuestras palabras más orgullosas. Eso incomoda a los viejos poderes de siempre, tanto como a los nuevos poderes de siempre. El feminismo, como cualquier reivindicación política, en su faceta militante, habla en el lenguaje del día, a partir del saber y la certeza. Y en parte está bien que así sea. Puesto que se trata del registro del activismo, ahí no se puede dudar, debes avanzar. Otra cosa es el registro del pensamiento, que es el de la duda, y el registro de la política, que implica la negociación. El feminismo transita en todos esos registros, y cada quien se situará en el registro de actividad que le sea más interesante. El problema es cuando la forma militante se toma la agenda del pensamiento o la política, luego caemos en lógica de guerra o de pensamiento en masa; cosa que hoy es común más allá del feminismo. Por eso pienso que se puede ser feminista y psicoanalista, no feminista psicoanalista; porque son dos prácticas diferentes, incluso que pueden estar en tensión. Como alguna vez te escuché decir: me interesa el psicoanálisis con perspectiva de psicoanálisis.

--En un capítulo discute diferentes ideas sobre la masculinidad, ¿existen “nuevas masculinidades”? ¿Cuáles son los síntomas de los varones hoy?

--Critico la idea de deconstrucción cuando pasa por la licuadora del lenguaje del capitalismo del yo. Cuando se trata de un nuevo traje moral que se pone y desde ahí se puede juzgar a los demás. Otra cosa es que los movimientos en lo social nos empujen a hacernos preguntas interesantes respecto de cuestiones normalizadas. Eso sin duda ha ocurrido. El problema que veo es que “deconstruise” se vuelva una identidad en sí misma, y pierda justamente su potencia de deconstrucción que viene a desordenar lo existente, luego cae en ser algo más en la lógica de la segregación. Lo curioso es que sobre la deconstrucción admitimos la parte que dice todo es construido, por lo tanto no fijo, pero no la otra parte, que implica que, por lo mismo, no somos dueños de esas construcciones, que eso que somos, no es algo decidido a voluntad por el yo. Pensarse es un modo de deconstruirse cuando es posible sostener una espera, una relación al tiempo sin ansiedad, para que entonces aparezca una nueva idea, un movimiento. Cosa muy distinta son los nuevos príncipes feministas, cuyo proceso a veces puede ser oportunismo (estar siempre del lado vencedor) o bien, pasaron por un real proceso de reeducación, pero que como toda educación, sabemos que es un asunto acotado.

--La primera edición de su libro, en Chile, se tituló “Hasta que vivir valga la pena” y está muy permeado por los acontecimientos chilenos del último tiempo; en diferentes capítulos recuerda la afirmación de Lacan “El inconsciente es la política”, como contrapunto al célebre “Todo lo personal es político”, ¿por qué le parece que esta afirmación se entendió tan mal, como ventilación desvergonzada de la vida privada, en lugar de politización de lo íntimo contra la victimización? ¿Por qué es necesario complementarla con la frase de Lacan?

--La potencia de lo personal es político, es precisamente la idea de que hay algo de lo personal que es impersonal, es decir, de aquello que me ocurre, lo político tiene su parte; entonces se rompe la idea de lo personal como posesión privada. Otra cosa es que la consigna, otra vez, pasada por la licuadora de la vida capitalista, la vuelva un clientelismo donde mis asuntos personales deben ser compensados. Luego la banalidad se convierte en mal. El cliente siempre tiene la razón dicen, bueno, porque el cliente no tiene inconsciente entonces. Lo inconsciente no está adentro de las personas, sino que es aquello transindividual que nos hace sujetos a otros.

Existir implica un conflicto con la alteridad, incluso la que nos habita; por eso “buscarse a sí mismo” no puede ser sino una pregunta, un rodeo por el mundo del que estamos hechos, nunca un solipsismo tal como algunas idea sobre el amor propio pretenden. El amor y el sí mismo no son cosas propias. Quizá de lo que estamos despojados es de desposeer, es decir, de relacionarnos a lo impropio. Si lo inconsciente es la política, es precisamente porque lo personal es político: estamos hechos de mundo. Creo que eso es lo que estalló en Chile, la vida como propiedad privada; “Hasta que valga la pena vivir” apareció espontáneamente en la revuelta, y creo que dejó en evidencia que mientras hablábamos de robots y del aumento de la esperanza de vida, el deseo de vivir no era nada de obvio en ausencia de vida política.

--Otro gran tema de su libro es la experiencia de duelo. En diagonal, diría que es un libro sobre la pérdida y el deseo, sobre cómo aprender a perder, sin perdernos en el camino, es decir, sin perder la capacidad de desear, ¿por qué en el mundo actual desear sin garantías es tan difícil? ¿Por qué vivimos con miedo a perder y, por eso, más nos inhibimos y limitamos nuestras experiencias?

--La conciencia de muerte es la pérdida irreductible en lo humano y la base de la melancolía que compartimos. Vivir, de algún modo es hacer un duelo compartido, y que puede ser creativo y motor de deseo, pero también puede fracasar, supongo que eso es una depresión, que no solo es una palabra horrible, sino que además separa de esta condición compartida. De acuerdo con Esquirol, pienso que de nuestra condición humana podemos hacer la experiencia del océano o del desierto. El océano es la inmersión, perderse en la masa, en la palabra totalitaria, en un goce de in-diferencia. El desierto en cambio, no es la inmersión, sino la muerte, por lo tanto, es fragilidad, ruego y amparo. Es bello que palabras como rogar e interrogar compartan la misma raíz.