Existen, efectivamente, aparecen de improviso en un tapial por el
que he pasado mil veces, detrás de un alto mueble, en las
madrugadas tristes de las recovas.
Conducen con demasiada frecuencia a casas abandonadas, a pasillos
subterráneos donde hay otras puertas detrás de las cuales
suelen ocurrir crímenes o incestos, a salas góticas donde
duermen condesas de boca ensangrentada junto a jóvenes
monjas de boca ensangrentada, a laberintos de espejos que
reflejan todas las imágenes menos la mía, a laberintos de
espejos donde únicamente se refleja una cara que odio.
Hace mucho que ya no les temo. He descubierto que todo lo que hay
detrás de ellas pertenece, aunque de manera algo molesta,
al mundo.
La última que abrí da a este lugar de mi propia casa donde escribo
estas palabras, sólo que no ahora, es una sensación extraña,
no ahora sino dentro de algún tiempo, dentro de algún tiempo.
Sylvia
Amor amor no cabe en las palabras
saber que estás ahí como si el tiempo
no hubiera transcurrido entre el origen del mundo y esa puerta
como si todo hubiera sido siempre
tu pelo de oro azul sobre mi almohada.
Amor amor hace mil años
aconteció una historia parecida.
Los dos ya son palabras y ceniza
pero nosotros
somos aún el laberinto vivo de tu oreja
un sonido de río en tu cintura
los caracoles que yo salgo a buscar
en la arena dorada de tu vientre.
Cómo decir ahora que oí cómo la noche
(estás dormida como nadan
los caballitos de mar)
dibujó otra figura con tu cuerpo.
Amor
amor
construida en la noche de mi casa!
Verleniana
Hagamos el amor, seamos perversos
hagamos
el amor o su simulación, alguna muerte
que dé un poco de vida a este verano
–toda luna puede ser la última mirada de Dios
toda rosa el linde, todo verano
es siempre el último
verano
engañémonos
mintámonos
seamos la escoria de la Tierra
y su sal
pero, por favor
como dijo aquel viejo
homosexual, viril, purísimo
corruptor y borracho hasta la última vértebra
aquel viejo
que le escribía versos a la Virgen María, por favor
no hablemos de literatura.
La Oscura
Esa mujer semidesnuda aguarda
a un hombre que tal vez vendrá esta noche.
Veo su pelo y en su pelo un broche
de plata isabelina. El hombre tarda.
La mujer es inglesa pero tiene
ojos y largo pelo de española.
Es hermosa, es ardiente y está sola.
No dormirá esta noche si él no viene.
Hay un gato, tal vez... No sé más nada
de esta dama morena y de su impuro
insomnio de mujer que espera a un hombre.
Sólo sé que está en Londres, que en su almohada
arde su pelo como un fuego oscuro
y que Shakespeare jamás dijo su nombre.
Estos poemas son de un libro inédito de Abelardo Castillo, titulado La fiesta secreta.