Infinite 3 puntos
Estados Unidos, 2021.
Dirección: Antoine Fuqua.
Guión: Ian Shorr y Todd Stein, sobre una novela de D. Eric Maikranz.
Duración: 106 minutos.
Intérpretes: Mark Wahlberg, Chiwetel Ejiofor, Sophie Coockson, Dylan O’Brien, Jason Mantsoukas, Rupert Friend, Toby Jones, Liz Carr.
Estreno: en la plataforma Paramount+.
Típico exponente del cine mainstream contemporáneo, Infinite podría ser una más de las películas que alimentan la lista de las más vistas del año (cualquiera de ellas). Un combo medio deforme pensado como un loop automático de escenas de combate cuerpo a cuerpo, persecuciones en autos de alta gama y un frondoso despliegue armamentístico, todo eso metido en la coctelera de una historia de corte fantástico sobre la que sobrevuela el hoy omnipresente elemento superheroico. Infinite es además el nuevo trabajo de Antoine Fuqua (el segundo con Mark Wahlberg como protagonista luego de Tirador, de 2007), director tan prolífico como irregular que construyó su carrera con un ojo puesto en la taquilla y el otro también.
De hecho, su universo remite directa o indirectamente a muchas películas de probada capacidad para convencer al espectador de pagar una entrada para verlas. Así, Infinite podría ser una de mutantes al estilo X-Men (2000) cruzada con Highlander (1986), en la que dos grupos de seres humanos que son capaces de conservar las conciencias de todas sus vidas pasadas, volviéndose virtualmente inmortales, se disputan el destino de la humanidad: unos para destruirla; los otros para salvarla. Infinite podría ser Mátrix (1999): acá también hay un elegido que debe nacer a una nueva conciencia para poder convertirse en el salvador anunciado. En algunos momentos Infinite se parece a Rápidos y furiosos; en otros a las películas de James Bond protagonizadas por Daniel Craig. O a cualquiera de las de superhéroes, incluyendo un arco dramático que va del mito de origen a la aceptación de ese destino manifiesto en el que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y de ahí a un sacrificio de orden cristiano, donde la propia vida se ofrece como garantía para la salvación de los otros.
Descripta de este modo, podría parecer que Infinite es todas estas películas en una, un Aleph cinematográfico en el que confluyen las virtudes y defectos de los títulos mencionados. Pero no: lo nuevo de Fuqua es un pastiche en el que todo eso está pegoteado con actuaciones a reglamento, diálogos que se extienden con torpeza en la necesidad de poner en palabras aquello que no ha podido ser puesto en acción y un “mensaje” new age tan de manual que ni el locuaz Claudio María Domínguez sería capaz de ponerle onda.
Pero no solo Infinite no es ninguna de las películas citadas sino que, siguiendo la teoría de los no-lugares de Marc Augé, se podría decir incluso que se trata de una no-película: el equivalente a un shopping o a un supermercado en formato cinematográfico. Porque si el antropólogo francés define a esos espacios como zonas de mero tránsito asociados al consumo, en los cuales prima el anonimato y lo individual nunca llega a cuajar en una construcción colectiva, de la misma forma Infinite reduce al espectador a la categoría de consumidor, dejándolo solo frente al vacío, incluso en una sala llena de gente.