Ahora que empieza asomar el sol pospandémico, rápidamente parecen alejarse esas preguntas viscerales que nos atravesaron un año atrás cuando todo era nubes y tormenta: ¿Cómo transformará la pandemia al mundo? ¿Alumbraremos sociedades “mejores” o volveremos a normalizar las catástrofes epidemiológicas, como uno más de los sucesos que debemos “soportar” para seguir con nuestras vidas “normales”? 

Preguntas como estas, producían miles de conferencias y escritos y videos y reflexiones, que ahora parecen desvanecerse rápidamente. Por eso, tal vez sea interesante, abrazar (reflexivamente) un poquito más esta pandemia para no hacer, como dice el dicho popular, “borrón y cuenta nueva”.

En otras palabras, y situándonos en las elecciones por venir, podríamos preguntarnos, si este año y medio de pandemia, de ASPO y DISPO, de “esenciales” y vacunas, de encierros y libertades, de zooms y meets, puede traernos algo para pensar respecto a las disputas electorales donde se elegirán a los “representantes” encargados decidir sobre nuestro presente y futuro.

Idiosincrasias al descubierto

Hay hitos en nuestra historia reciente que no deberíamos perder de vista en un momento electoral como el actual. Más aún, hitos que deberían quedarnos grabados a fuego en la memoria política. Uno de ellos, fue el debate por la despenalización del aborto en 2018. Si bien se pueden rastrear fechas anteriores de debate parlamentario sobre el tema, el de 2018 tuvo una mediatización y difusión sin precedentes. Cientos de horas y testimonios circularon por todas las redes y medios. 

Por primera vez, el conjunto de la sociedad pudo saber qué pensaban sus representantes sobre un tema donde se cruzaban convicciones religiosas, científicas, políticas, disputas sobre el patriarcado y el feminismo, sobre el deseo y la maternidad, sobre lo clandestino y lo legal, sobre lo privado y lo público, la salud y el negocio. Pero, sobre todo, a diferencia de los típicos debates políticos, la discusión sobre la despenalización del aborto, nos permitió acceder a las idiosincrasias personales de nuestros diputados y senadores. Por fuera del “cassette” rigurosamente estudiado, hombres y mujeres sacaron a relucir sus más profundas y privadas ideas sobre la vida individual y colectiva, sobre sus sentidos existenciales y universales. Y mientras que una parte de la sociedad se miró horrorizada en un espejo bastante opaco, otra, vio por primera vez expresados sus pensamientos más privados como parte del debate público “posible”, donde ideas patriarcales, racistas y autoritarias ingresaron sin mucho problema al horizonte de lo decible y pensable políticamente, en un contexto de época potenciado por el macrismo y las derechas del mundo.

Con la pandemia, sucedió algo muy parecido. Y los medios se llenaron (nuevamente) de ideas racistas que invitaban a cerrar fronteras y buscar “extranjeros” culpables, a vigilar y controlar, a perseguir y denunciar. Pero con una diferencia, la pandemia, habilitó un salto cualitativo enorme, la posibilidad (tímida, pero real) de valorar vidas. La vida (al menos por unos meses) perdió su carácter de valor absoluta e indiscutible. Y antes de que pudiéramos parpadear, nuestras vidas se volvieron contingentes, elegibles, ¿sacrificables?

Imaginar el futuro inmediato

Volvamos a las elecciones. La cuestión parecería indicar que la velocidad de los acontecimientos es bastante superior a nuestra capacidad social para elegir y renovar representantes. Más aún, en una época política donde las plataformas partidarias han desaparecido y donde las campañas en base a principios sociales brillan por su ausencia, es difícil saber desde qué paradigmas, nuestros futuros representantes enfrentaran los futuros desafíos.

Recuperar reflexivamente la pandemia, puede entonces servirnos para practicar un mínimo ejercicio de imaginación política preelectoral. Imaginar sobre qué temas serán los debates políticos de los próximos cuatro años y qué piensan y pensarán sobre ellos nuestro/as candidato/as. Por ejemplo, ¿cómo se abordará la transición energética ahora que estamos a las puertas de la finalización de la era de los combustibles fósiles y el fin del ciclo del carbón?

¿Qué lugar le daremos en nuestra sociedad a los avances de la Inteligencia Artificial, la tecnología en la medicina, la bioética? ¿Cómo se abordará el innegable cambio drástico de temperaturas a nivel mundial, el incremento de las olas de calor y la escases de agua? ¿Cómo afrontaremos colectivamente los peligros de nuestro futuro? (¿recurriremos al sálvese quien pueda (pagar)?) ¿Qué sensibilidad es necesaria para vivir en un mundo en crisis? ¿Haremos lugar para los refugiados de las próximas décadas? ¿Nos sentimos parte del destino de la mitad de pobres que componen este país? ¿Serán sus vidas “dispensables” o “esenciales”?

Ensayar respuestas a estas preguntas, es fundamental, porque, como bien lo señaló el ilustre Alberto Kornblihtt en 2018, más allá de las diferentes opiniones, hay ideas “que no están bien, están mal”. Y el debate público, sobre todo el parlamentario y legislativo, no puede permitir ideas que avalen, por ejemplo, la persecución social, la criminalización de la pobreza, la violencia institucional, la opresión a distintas minorías, la explotación irracional de la naturaleza, la xenofobia y el racismo. 

Ahora bien, así como el debate de 2018 abrió un horizonte de posibles discursos conservadores, patriarcales y antiderechos, también dio lugar a discursos transformadores y liberadores sobre la maternidad, el deseo, el derecho a la salud, la autonomía sobre el cuerpo, y el feminismo como eje en la política pública. ¿Sucederá lo mismo con la pandemia? ¿Serán estas elecciones (las primeras pospandemia) el punto de quiebre para abrir un horizonte político de transformación sobre la naturaleza, el cuidado de la vida, la ética colectiva, la fraternidad humana?

*Doctor en Filosofía, docente e investigador de la Universidad Nacional de Catamarca.