En el distrito XVI de París, a once minutos en Metro desde la Torre Eiffel, el Parque de los Príncipes es la sede del primer club-Estado de la posmodernidad. Un nuevo concepto de la geopolítica que hizo posible el PSG de Messi, Neymar y Mbappé. Detrás de este rey Midas futbolístico hay un emirato tan rico como diversificado en inversiones por todo el planeta: Qatar. De 11,571 km cuadrados - casi la mitad de la superficie de Tucumán - tiene uno de los ingresos per cápita más altos del mundo y la tercera reserva de gas.

Su fondo soberano, el QSI, pone la plata que haga falta para practicar el sportswashing, un concepto acuñado en 2015. Es el intento de utilizar al deporte como un lavado de cara, algo que muchas naciones realizaron en los últimos años. Rusia organizó el Mundial de la FIFA e Israel el Giro de Italia que partió de Jerusalén en 2018, Azerbaiyán la final de la Europa League en 2019 y Arabia Saudita programó para diciembre próximo su Gran Premio de Fórmula Uno en Jeddah. ¿Qué tienen en común estos eventos? Se dan cuando determinados gobiernos reciben críticas de organismos internacionales por violar los derechos humanos. Qatar lidera esta política de enjuague. Ya fue la sede de los mundiales de handball (2015), atletismo (2019) y en 2022 recibirá al de fútbol.

Reino de contrastes

El emirato tiene contrastes notables. Cuando sus vecinos - las demás monarquías del Golfo Pérsico- lo acusaban hasta hace poco de financiar el terrorismo, mantuvo una base aérea de Estados Unidos en su minúsculo territorio a 30 kilómetros de Doha, su capital. En 2016 se lanzaron desde ahí operaciones contra el Estado Islámico en Irak y Siria. Al Udeid no es cualquier instalación militar. Contiene al Centro de Operaciones Aéreas Conjuntas (CAOC, por sus siglas en inglés) de EE.UU, vital para sus operaciones de inteligencia en la región.

La familia gobernante qatarí ya cruzó tres siglos en el poder. Cuando el régimen del emir Tamim bin Hamad Al Thani fue aislado por el bloqueo del reino saudí – levantado en enero de este año – se recostó en una alianza con Irán y Turquía. Tampoco resignó su política de inversiones explosivas ni su alto perfil de jugador global. Incluso mantuvo a su cadena de noticias Al Jazeera, cuyo cierre le exigían sus vecinos porque la acusaban de haber alentado la Primavera Árabe que acabó con gobiernos como los de Tunez, Egipto y Libia.

Qatar se salió con la suya, no acató ninguna de las trece exigencias de la monarquía saudita y ésta admitió su derrota diplomática. En ese entramado de aparentes piezas sueltas, y muy lejos del Golfo Pérsico, el PSG se transformó con el tiempo en su principal producto de cosmética. Lo utilizó como un lápiz labial para escribir su historia en el corazón cultural – y ahora, gracias a Messi-, epicentro futbolístico de Europa.

De tenista a magnate

Nasser Al-Khelaïfi, NAK para sus amigos, es el presidente del París Saint Germain, un qatarí sin títulos de nobleza pero amigo del emir Al Thani. De un discretísimo nivel como tenista profesional – llegó a estar en el puesto 995° del ranking ATP en 2002 – escaló hasta manejar el Qatar Sports Investments (QSI). El Fondo que hará posible pagarle el contrato a Messi por 40 millones de euros al año, en un vínculo por dos temporadas con opción a una tercera.

“Si firmamos con Messi es porque tenemos la capacidad de hacerlo” respondió NAK cuando le hicieron la pregunta incómoda que viene escuchando desde que maneja al PSG. Al empresario lo persiguen las sospechas de falta de transparencia financiera. Tanto o más que las acusaciones recibidas por el emirato por explotación despiadada contra los trabajadores en las obras del Mundial 2022. Hay quienes denunciaron la contratación de Messi en la Justicia francesa. El abogado Juan Branco, defensor de Julian Assange y de una peña del club Lyon – rival en la Liga del PSG – dijo: “La Liga de Francia decidió posponer a 2023 las sanciones a los que no cumplen esas reglas, o sea después del mundial de Qatar. Hasta entonces el PSG puede hacer lo que le dé la gana, mientras que el Barça tiene que acatar esa normativa”.

Trabajo esclavo

Lo que gasta el club-Estado en refuerzos para su plantel lo pudo haber ahorrado Qatar en la construcción de sus estadios para la Copa del Mundo. Las acusaciones contra el emirato por trabajo esclavo surgieron cuando se conoció la Kafala. Así se llamaba el régimen jurídico que rigió hasta 2015 y permitía a las constructoras tomar migrantes por cinco años o más, aunque bajo una condición: los asalariados debían pedirles permiso para cambiar de empleo o salir del país. Sometidos a la voluntad de los desarrolladores que, en muchos casos, les retenían el pasaporte. Las denuncias por falta de pago también abundaban.

Una de ellas partió desde la ciudad donde nació Messi. La Fundación Argentina para la Democracia Internacional tiene su sede en Rosario y llegó hasta el Papa Francisco con un informe sobre Qatar en 2017. Entre sus acusaciones figuraban que los inmigrantes vivían hacinados en precarias viviendas, rodeados por moscas y cucarachas y en condiciones higiénicas lamentables. También sostenía que no existían sindicatos que los defendieran. “Ahí pude ver, apilados y amuchados, a cientos de los obreros de la construcción que llegan mayormente desde India, Nepal, Bangladesh, aunque también los hay de Sri Lanka, Filipinas o Uganda. No se ven mujeres. Sólo hay hombres, sólo fuerza de trabajo” contó el periodista argentino Santiago Menicheli, uno de los pocos que comprobó in situ lo que pasaba en el emirato.

El último 1° de mayo en Qatar, su ministro de Desarrollo Administrativo, Trabajo y Asuntos Sociales, Yousef bin Mohamed al-Othman Fakhroo, se ufanó de los “incansables esfuerzos encaminados a promover y proteger los derechos de los trabajadores”. Una de las medidas que tomó el emirato fue interrumpir las actividades laborales si la temperatura supera los 32,1 grados al aire libre e impuso la obligación de los controles de salud anuales.

A casi siete horas de vuelo de Qatar, en las calles de París donde ya se vendieron más de un millón de camisetas de Messi con el número 30, Al-Khelaïfi se acerca a cumplir una década al frente del PSG. Asumió como presidente del Fondo QSI en junio de 2011 y el 7 de octubre de ese año llegó al club francés. Durante su mandato invirtió alrededor de 1300 millones de euros y su poder creció hasta integrar el comité ejecutivo de la UEFA (Unión Europea de Fútbol).

Según el británico Simón Chadwick, profesor de Geopolítica Económica del deporte, “los comentarios sobre Messi, la venta de camisetas y los acuerdos con patrocinadores son necesarios, ya que Qatar es un estado rentista. Sin embargo, esto refleja típicamente la noción neoclásica de lo que es el negocio del fútbol. El fútbol del siglo XXI es ahora una economía geopolítica en la que el ROI (Índice de Retorno de la Inversión) se mide en algo más que términos financieros”.

Kagame

Es tan amplio el universo de negocios y tráfico de influencias que promueve la llegada de Messi al PSG, que hasta un pequeño país africano potenció su campaña de turismo junto a los colores del equipo francés. Visite Ruanda, se lee en la espalda de la camiseta desde 2019. Qatar es uno de los inversores más fuertes en esa nación donde se cometió el último genocidio del siglo XX. Hace un tiempo, su presidente Paul Kagame, le asignó la construcción del nuevo aeropuerto de Kigali. Las visitas al Parque Nacional de los Volcanes donde hay un santuario de gorilas son el máximo atractivo del país. Neymar y otros futbolistas ya lo promocionaron antes de la llegada de Messi. “This is Rwanda”, dijeron a cámara en un inglés forzado para el spot publicitario.

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