Desde Río de Janeiro
Fueron dos derrotas contundentes del ultraderechista Jair Bolsonaro, una esperada y la otra sorpresiva.
El martes, la Cámara de Diputados sepultó el proyecto de ley que pretendía traer de vuelta el voto impreso, en sustitución al electrónico, implantado en 1996. Vale recordar que, al contrario de lo que miente de manera reiterada y compulsiva el ultraderechista, jamás hubo fraude en el actual sistema.
Tal derrota era esperada, pero no sirvió para serenar los ánimos de Bolsonaro: él siguió exigiendo “elecciones auditables” para aceptar el resultado de las presidenciales del año que viene, advirtiendo sobre las “graves consecuencias” en caso de que “la mayoría de nosotros” no confíe en el cómputo oficial.
Y una vez más criticó con agresividad insólita a Luis Roberto Barroso, quien además de integrar el Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de la Justicia en el país, preside el Tribunal Superior Electoral.
El viernes, sin embargo, vino el golpazo más duro: atendiendo a un pedido de la Policía Federal, otro integrante de la Corte Suprema que es blanco de la furia presidencial, Alexandre de Moraes, determinó la prisión de Roberto Jefferson (foto, izq., con Bolsonaro), presidente del partido derechista PTB y aliado furioso de Bolsonaro.
La reacción del mandatario correspondió exactamente a lo que los especialistas recomiendan esperar cuando un psicópata es contrariado: pura furia vengativa. Anunció que pedirá al Senado la destitución de Moraes y Barroso (a quien ya calificó de “idiota”, “imbécil” e “hijo de puta”, en clara muestra de lo que considera la liturgia del cargo que ocupa).
Al anunciar la iniciativa, volvió, por enésima vez, a amenazar con una ruptura institucional. Ya en las primeras líneas del texto anunciando que adoptará la medida y que fue divulgado en sus redes sociales, dice el destemplado Bolsonaro: “Todos conocen las consecuencias, internas y externas, de una ruptura institucional, que no provocamos o deseamos”.
Quien le escribe esos textos mantiene el mismo estilo: confuso, con errores gramaticales, principalmente de concordancia. Y con cataratas de manipulaciones e insinuaciones mentirosas.
El texto de ayer, aunque no mencione directamente a Roberto Jefferson, dice que la población no aceptará de manera pasiva las continuas violaciones de la libertad de expresión y las prisiones arbitrarias.
Roberto Jefferson fue encarcelado a raíz de un pedido de la Policía Federal. Tal pedido fue respaldado por una denuncia que comprobó manipulación de información en las redes sociales, sumada a amenazas de agresión física a integrantes del Poder judicial, y pedidos de cierre del Congreso seguidos por reivindicaciones de una intervención militar. También el reclamo de que alguien mate a Lula.
Además, convocó a los sicarios aliados al clan presidencial a que actúen contra “los comunistas”, o sea, los que se oponen al gobierno.
Bolsonaro considera que se trata de un derecho constitucional hacer todo eso. Al fin y al cabo, dice, se está ejerciendo la libertad de expresión.
Roberto Jefferson es un personaje conocido por representar lo peor y más abyecto que existe en la política brasileña. Manipulador barato, se alió a todos – rigurosamente todos – los gobiernos desde el regreso de la democracia.
Se hizo notorio al denunciar, en la primera presidencia de Lula, la existencia del “mensalão”, que consistiría en la compra de votos de diputados por parte del gobierno para aprobar sus proyectos en la Cámara a cambio de pagos mensuales.
Jamás se comprobó la existencia de tal mecanismo. Lo que sí se pudo probar es que varias deudas de campañas electorales de partidos aliados al gobierno de Lula fueron cubiertas de manera ilegal.
Tal campaña insidiosa tuvo inmensa repercusión en los medios hegemónicos de comunicación, y casi impidió la reelección de Lula.
Ningún medio se aventuró a avanzar en un punto fundamental: un aliado de Jefferson fue expulsado de un puesto importante al comprobarse el desvío de montañas de recursos públicos. Denunciar el “mensalão” fue su venganza.
Ahora, con Bolsonaro, superó toda la indecencia exhibida a lo largo de su vida política. Y la verdad es que ambos se merecen.