La historia es vieja, un hombre de Estado compelido a tomar decisiones difíciles porque lo demanda la hora histórica debe dar el ejemplo. Especialmente cuando una oposición canalla y ruin busca desesperadamente justificar sus operaciones de sabotaje.
Es en esta circunstancia, cuando este hombre, normalmente serio y apegado a la ley, difamado en múltiples ocasiones y de las maneras más extravagantes, comete una falta ética seria. Ofrece un mal ejemplo que contradice la ley que exige cumplir. Es inaceptable desde un punto de vista ético y sus seguidores, incluso sus adherentes más críticos, ingresan a un dilema tan terrible como apasionante.
¿Qué hacen? Lo defienden relativizando su falta ética sintiendo de ese modo que se traiciónan a sí mismos ? ¿Lo defienden por la opción política que se ha elegido previamente?
Es muy evidente que en todas las situaciones hay algo que cojea.
Y ese algo está relacionado con la imposibilidad estructural de reducir la política a la Ética. Si bien deben mantenerse en una relación estrecha, existe una autonomía de lo político que se nos presenta como irreductible. Por ejemplo, si le aplicásemos al Presidente el famoso Imperativo Categórico: obra de tal manera que tú acción valga para una legislación universal, el acto del Presidente sería un fallo ético irreductible. Pero si le aplicamos el mismo criterio a la oposición, la sistematicidad de sus faltas los convertirían en lo que Kant denomina el Mal: hacer valer siempre el propio interés en contra de la Ley que funda la comunidad.
De este modo explicito mi posición, el Presidente realizó un fallo ético que ofendió a la comunidad y siguiendo a Kant se ofendió a sí mismo atentando contra los deberes de su función. La oposición, no haré aquí el listado, se caracteriza porque su falla moral sea la norma permanente y constante. Uno le faltó un día a su propio deber, en cambio, con respecto a la comunidad, la oposición busca su descomposición.
Con los años la Ética ha tenido un peso cada vez más importante en mi vida, pero el dolor de la política comienza cuando hay que elegir, a la intemperie y sin resguardo.