La combinación entre las actividades productivas y reproductivas en un mismo lugar esboza numerosos desafíos para el planeamiento, tanto de la vivienda, como de la producción y el empleo. Esto comenzó a visibilizarse con la pandemia, exponiendo la necesidad de un cambio de paradigma en la vivienda a partir de sus usos productivos, orientando los esfuerzos en su mejoramiento para adecuarla a los nuevos fines. Si consideramos que, a lo largo de la historia de nuestras ciudades, convivieron la vivienda con la producción a pequeña escala y en entornos amables de vecindad, “tenemos que recuperar lo que hemos destruido”, como expresa la socióloga Saskia Sassen.
En los asentamientos humanos ubicados en el Gran Catamarca, todavía se observan minifundios con actividad agrícola-ganadera que, a pesar de los tiempos que vivimos, habita y produce la gente del lugar, como sucedió siempre en su memoria. Los habitantes de las chacras, como se los llama en la ciudad capital de la provincia, manifiestan una vocación por preservar esas costumbres. El historiador Marcelo Gershani Oviedo dice que “la historia nos indica que, actualmente, hay gente que vive en la ciudad y vuelve a las chacras y pienso si esto no es como volver a ese pasado que inconscientemente lo tenemos incorporado y que es la tendencia a recuperar ese lugar”.
En el caso de los pobladores del territorio del Gran Catamarca, que se asentaron en el siglo XXVII en la ciudad capital, no abandonaron sus posesiones en Las Chacras. Se produjo, según manifiesta Gershani Oviedo, un fenómeno de ruralización, que se materializó en la radicación de los vecinos en el campo para atender sus actividades agrícolas-ganaderas, aunque residían temporalmente en la ciudad, donde habían monopolizado los cargos y empleos públicos.
La relación entre la antigua población y la nueva ciudad fue fluida desde entonces hasta nuestros días. Como vemos, los habitantes del Valle tenían un terreno en la ciudad “fundada”, pero “vivían” en Las Chacras. Se establecieron en la ciudad, siguiendo con su modo de vida introspectivo en los corazones de manzana, por donde circulaba el agua de la acequia. Allí, podían encontrarse con sus quintas, árboles frutales y animales domésticos, que ayudaban al sustento alimenticio familiar. Donde era posible la vida privada, compartiendo un espíritu de comunidad con sus vecinos, como en la antigua población, de manera sustentable y sostenible.
El arquitecto Francisco Liernur al interrogarse sobre cuál es la relación entre los problemas habitacionales de las ciudades y su sistema de producción de alimentos, señala que “desde su nacimiento la ciudad fue posible porque la producción de alimentos se hizo de forma tal que permitió a la gente producir provisiones para dedicarse a constituir la civilización”. En el contexto de los tiempos que nos toca vivir, se mencionan los problemas que aquejan al cambio climático y la calidad ambiental, como el sobregiro de la tierra, la necesidad de reducir la huella de carbono y la hídrica, por citar algunos; el territorio que conforma el gran aglomerado urbano, tiene las condiciones para tomar resilientemente aquel concepto.
Pero volvamos al problema de la vivienda mas la producción o la vivienda cercana a la producción. Para que resulte autosuficiente y productiva, tenemos que considerar la escala de producción. Aquí se encuentran las viviendas destinadas a un oficio o las que deben guardar una relación entre el exterior e interior por la venta de los bienes y/o servicios que se producen en el lugar en el que se vive. En el caso de la vecindad de San Antonio, en el Valle de Fray Mamerto Esquiú, para afrontar el problema tendríamos que interrogarnos, como señala la arquitecta e historiadora Rebeca Medina ¿quién habita?, ¿quién produce?, ¿qué produce? y ¿para quién produce?
En función de los tiempos que vivimos, es muy probable que, cuando avancemos en las soluciones de propuestas de diseño de la vivienda productiva, lo colectivo pesará más en la balanza que lo particular. A modo de ejemplo podemos mencionar a la pequeña huerta individual, versus la comunitaria. En la primera, con el esfuerzo personal, cuesta mucho sacrificio conseguir que crezca una sola planta de lechuga. En la segunda, con la voluntad colectiva de los vecinos en su mantenimiento, la producción puede ser en cantidad, calidad, constante, variada, permitiendo inclusive el trueque.
La vivienda productiva no es un objeto aislado en el espacio, forma parte de la realidad en la que está inserta. Por lo tanto, podemos seguir imaginando la utopía de la producción de alimentos en la mirada integral del vecindario, como volver a los naranjos y los árboles frutales en las veredas, con la regulación del Estado municipal. Lo mismo puede pasar con los gallineros y la cría de otros animales para consumo humano; como así también con espacios destinados al comercio vecinal y barrial, como los mercados sociales.
También, el paradigma de la cuestión de género, debe estar presente en la propuesta de la vivienda productiva. En la publicación “La vivienda productiva, una alternativa de solución habitacional a las prácticas económicas domiciliarias de subsistencia”, María Puntel plantea que las mujeres desarrollan tareas productivas en las viviendas, asociadas a la generación de ingresos, y reproductivas, referentes al cuidado del hogar en el ámbito doméstico. Una realidad que nos atraviesa como sociedad y que no debemos dejar de visibilizar en Catamarca.
Arquitecto*