Además de avanzar en la adquisición de vacunas producidas por laboratorios internacionales y de participar en algún eslabón de la producción (como lo hace Richmond para la Sputnik V y mAbxience en el caso de AstraZeneca), Argentina avanza en el diseño, la producción, el envasado y la distribución de una tecnología 100 por ciento local. Del abanico de opciones que existen, la vacuna “Arvac Cecilia Grierson", desarrollada por la Universidad Nacional de San Martín y el Conicet es la más avanzada. Podría ser empleada como un refuerzo anual y satisfacer la demanda regular al definir la incorporación de la vacuna contra covid-19 en el calendario obligatorio. Ante la aparición de variantes, la necesidad de inocular nuevas dosis –más allá del esquema inicial de dos vacunas– es un hecho.
Los ensayos clínicos con voluntarios podrían iniciarse en 2022, con el objetivo de probar seguridad y eficacia en humanos. Ya comprobaron su éxito en roedores: la fórmula argentina induce muy buena respuesta de anticuerpos neutralizantes y de linfocitos T. “La Anmat acordó con el equipo de investigación un camino a seguir para completar la etapa de ensayos preclínicos y para iniciar, entre diciembre de este año y enero del siguiente, los ensayos clínicos en humanos. Para ello, será necesaria la autorización por parte del comité de ética que deberá dar el visto bueno”, informó Fernando Peirano, presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i). “Ahora existe un plan aprobado por la autoridad regulatoria, se liberó el camino y ello es clave, porque nos brinda un horizonte palpable”, añadió.
La vacuna argentina contra el coronavirus fue bautizada “Arvac Cecilia Grierson”, en honor a la primera médica argentina, graduada en 1889 en la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA. El proyecto que encabeza su desarrollo es dirigido por la investigadora Juliana Cassataro –referente del equipo del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad Nacional de San Martín y el Conicet– y recibe financiamiento público. “La Agencia financia con 60 millones de pesos lo que cuesta solventar los estudios preclínicos y parte de la fase 1. En su mayoría hemos logrado que las pruebas se hagan en el país y con un protagonismo muy importante de la Universidad Nacional del Litoral”, amplió Peirano.
Luego continúa con el detalle de lo que sigue, pues, diseñar una tecnología tan compleja como una vacuna no es nada barato. “Para las fases 2 y 3, como se deberán reunir a unos tres mil o cuatro mil voluntarios, vamos a diseñar otro instrumento que posiblemente tenga el formato de un crédito contingente, es decir, que deberá ser devuelto en caso de que la producción de la vacuna llegue a buen puerto y sea aprobada. De lo contrario, se asumirá como un costo para todo el sistema de producción. Entendemos que la relación costo-beneficio que hacemos con esta inversión es extraordinariamente ventajosa para toda la sociedad argentina”, explicó el economista.
Además de ser utilizada para uso doméstico, si la Arvac llegara a atravesar de buena manera las fases correspondientes, podría ser distribuida a otros países de la región. Además, se sumará a la producción a escala de la Sputnik V que Laboratorios Richmond realizará en su nueva planta en 2022. Resta concretar, por parte del gobierno, el acuerdo para la fabricación de las Sinopharm a cargo de la farmacéutica nacional Sinergium Biotech. Argentina busca obtener independencia al momento de tomar sus decisiones sanitarias y, al mismo tiempo, ubicarse como un faro productivo en Latinoamérica.
El financiamiento necesario
La vacuna diseñada por el equipo de la Universidad Nacional de San Martín fue uno de los proyectos seleccionados por la Agencia I+D+i en el marco de la Unidad Coronavirus, que integra junto con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación y el Conicet. Como refería Peirano, en junio se aprobó un apoyo de 60 millones de pesos para concluir la etapa preclínica y comenzar las pruebas en humanos. La Arvac es una tecnología de proteínas recombinantes: se emplea un fragmento del Sars CoV-2, se lo purifica y, se lo combina con un adyuvante, esto es, un compuesto que amplifica la respuesta del organismo. Será similar a otras que ya forman parte del calendario para prevenir distintas enfermedades (como la de la Hepatitis B o la del HPV), así como también las que desarrolló Cuba contra la covid.
En las próximas dos semanas la Agencia prevé definir los apoyos para otros cuatro proyectos de vacunas. Los equipos que se presentaron para conseguir subsidios pertenecen a la UNLP (Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos y del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas, liderados por el bioquímico Guillermo Docena); al Instituto Leloir, el INTI y el INTA (al frente de esta postulación se halla la viróloga Andrea Gamarnik); al INTA junto a la empresa Biogénesis Bagó; y, por último, al Instituto Leloir, el Conicet y la biotecnológica Vaxinz (coordinado por el biólogo molecular Osvaldo Podhajcer). “Nosotros lo vemos como un camino de complementariedades que se ensancha y no como una competencia entre diferentes grupos. Los proyectos que son buenos tendrán el financiamiento que necesiten”, adelantó Peirano.
No depender de otros
Uno de los interrogantes que pueden hacerse a un año y medio del comienzo de la pandemia es: ¿por qué desarrollar una vacuna propia cuando ya hay tantas seguras y eficaces en el mundo? Peirano lo respondió de este modo: “Vale la pena desarrollar nuestra propia vacuna porque permite poner en valor saberes que se venían acumulando desde hace más de una década. Nos habilita, además, a sentar nuevas capacidades, útiles para la contingencia de la covid que tiene perspectiva de volverse endémica. Será fundamental porque todos los años tendremos que volver a inmunizar a nuestra población”.
“Son proyectos que, al ser tecnológicos, dialogan con la industria. Tener una ciencia y una tecnología de la calidad que tenemos constituye una ventaja frente estas situaciones de excepción. Fortalece nuestra capacidad de respuesta ante a sucesos críticos”, añadió. Contar con una vacuna propia, en este sentido, permite mayores cuotas de autonomía de cara al futuro, refiere el funcionario, y habilita a la instalación de capacidades frente a nuevas epidemias. La experiencia en el desarrollo tecnológico no se pierde de un año a otro, sino que se recicla y se actualiza, de manera que puede servir para resolver futuros conflictos.