Desde la crisis financiera de 2008, las crecientes fricciones entre China y Estados Unidos se han hecho evidentes. Durante la administración Obama, y más aún en la administración Trump, de manera declarada y abierta, las fricciones se han amplificado. La pandemia del COVID-19 aceleró estas tendencias.
En este contexto, China ha estado utilizando un manejo más sofisticado del llamado “poder blando”. Durante la 73° Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en mayo del 2020, propuso considerar a la vacuna contra el COVID-19 un bien público mundial. Al mismo tiempo, destinó dos mil millones de dólares en dos años a la OMS, institución boicoteada por Estados Unidos.
La administración Trump demostró una incompetencia fantástica en el manejo de la pandemia. China, por su parte, mostró una de las mejores gestiones de esta crisis excepcional, con un bajo número de muertes y un control estricto de la tasa de contagios. La decisión del expresidente norteamericano de retirar su país de la OMS contrasta con la posición más colaborativa y proactiva de China frente a la pandemia.
Creo que el COVID-19 marca un punto de inflexión en la historia de las relaciones internacionales, particularmente, en la relación conflictiva entre Estados Unidos y China.
El desarrollo de China y su inserción en el sistema internacional
China tuvo un desempeño muy impresionante desde 1978, cuando Deng Xiaoping asumió el liderazgo del Partido Comunista de China (PCCh), la Comisión Militar Central y el gobierno chino, adoptando una política de reforma y apertura. Esta es la fase de oportunidad estratégica que se extiende por más de tres décadas, que será seguida, con algunas modificaciones, por los siguientes líderes y jefes del gobierno chino, como Jiang Zemin, Hu Jintao, Wen Jiabao y ahora también, de alguna manera, expandida por Xi Jinping.
Este proceso, que se desarrolló con la primacía y el dominio del PCCh, tuvo como objetivo acelerar cuatro modernizaciones: la agricultura, la industria, el área de defensa y el área de ciencia y tecnología. De 1979 a 2013 la economía china creció a una tasa promedio del 9,8% y superó el 10% durante dos subperíodos: de 1991 a 2001 y de 2001 a 2013. El crecimiento chino prácticamente no se vio afectado ni por la crisis financiera asiática de 1997, ni por la crisis financiera global de 2008. Lo que se dio desde 2009 fue una brutal inyección de recursos y estímulos por parte del gobierno chino. En 2010, la economía china creció un 10,4%, mientras que el mundo desarrollado tuvo tasas de crecimiento muy bajas o incluso negativas.
Durante este período, el gobierno chino promovió un sector privado fuerte, inicialmente en las llamadas “Zonas Especiales de Exportación” en el sur de China y en las cercanías de Hong Kong. Este sector productivo privado se ha extendido al resto de China durante las últimas tres décadas. También construyó un sector público más dedicado a áreas consideradas estratégicas, destacándose en la producción de bienes intermedios como acero, petróleo y armamento y en la industria espacial y aeronáutica. Al mismo tiempo, promovió importantes reformas en la agricultura, principalmente al permitir la expansión de la pequeña producción de la agricultura familiar, coordinarla con las cooperativas y, simultáneamente, con las fincas estatales.
Es importante destacar que la civilización china tiene la tradición de otorgar una importancia central a la producción de conocimiento. En los últimos años, China ha enviado millones de estudiantes a graduarse en las mejores universidades del mundo. La educación, la ciencia y la tecnología del país ha estructurado, reestructurado y modernizado sus instituciones con enormes inversiones gubernamentales. China invierte mucho en investigación científica y desarrollo tecnológico. También en innovación, posicionándose para recibir grandes inversiones extranjeras, sin duda manteniendo un fuerte control sobre su destino, y sin enajenar ni enfriar su control interno sobre el sector bancario y las finanzas.
A su vez, se llevó a cabo una gran descentralización, privilegiando las provincias, que es una característica china desde el Imperio en sus diferentes dinastías. Los sucesivos gobiernos continuaron en esta dirección y han mejorado los mecanismos macroeconómicos de gestión e intervención en el mercado, instituyendo principalmente un sistema de precios combinado con un sistema de planificación indicativa.
Vale señalar que, luego del colapso y caída de la Unión Soviética en 1991, la economía china decidió profundizar una remodelación radical del Ejército Popular de Liberación. Esto, porque percibió la influencia de la tecnología y de las nuevas formas de conflicto armado que anticipó la Guerra del Golfo.
En 2010, China reemplazó a Japón como la segunda economía más grande del mundo. Según el Fondo Monetario Internacional, en 2014, la economía china, alcanzó una nueva marca al convirtirse en la mayor economía del mundo según el criterio de paridad del poder adquisitivo del PIB. De hecho, el PIB nominal de China fue de 10,4 billones de dólares, lo que lo situó en alrededor del 60% del PIB nominal estadounidense. Pero, en cualquier caso, es muy significativo haber alcanzado el 60% en términos nominales y superado la paridad en términos de poder adquisitivo. China, por cierto, mantiene su tasa de crecimiento actual y un buen desempeño relativo. Por lo tanto, se espera que supere a la economía de Estados Unidos en PIB nominal antes de 2030. Incluso antes de la pandemia del COVID-19, en 2019, el PIB chino creció el equivalente al doble del PIB estadounidense. El crecimiento puede ser aún mayor, debido a los efectos globales de la pandemia y al mal manejo que ha hecho de ella el gobierno de los Estados Unidos, durante la gestión Trump.
China también ejerce su condición de mayor exportador y se distingue por ser el mayor poseedor de reserva de moneda, siendo la única gran economía con un elevado superávit de capital y que, por tanto, no está sobrecargada de enormes deudas externas. En los últimos años, el crecimiento chino ha comenzado a desacelerarse y está alcanzando la denominada «nueva normalidad», con una tasa de entre el 6% y el 7%, lo que se atribuye al agotamiento del modelo impulsado por las exportaciones e inversiones en capital fijo, especialmente en infraestructura. Con la planificación quinquenal ya se veía que era necesario combinar este crecimiento, impulsado por las exportaciones y las inversiones, con uno logrado a partir del aumento, la expansión y el dinamismo del consumo interno. No obstante, incluso considerando niveles entre el 6% o el 7%, el crecimiento chino sigue siendo mucho mayor que el de las economías desarrolladas, que estarán en torno a un pico del 3,1%.
Xi Jinping está acelerando las estrategias chinas derivadas de los planes y decisiones quinquenales del gobierno y del PCCh. Una razón es, sin duda, afrontar la pandemia. La otra es el conflicto entre Estados Unidos y China y la amenaza de un desacople (decoupling) entre la economía china y la economía estadounidense. Por ejemplo, dentro del plan «Hecho en China 2025», el presidente Xi Jinping propone una aceleración fuerte de la producción nacional de semiconductores, lo cual es importante porque, ante la amenaza de desencaje de la economía china con la economía estadounidense, China tiene que intentar anticipar su casi autosuficiencia en la producción local a través del mencionado plan. Al mismo tiempo, el presidente Xi Jinping lanzó una propuesta denominada «circulación dual», en la que combina el crecimiento impulsado por la demanda interna desde el consumo con el comercio exterior.
La política de contención a China bajo la administración Trump se caracterizó por la guerra comercial sobre aranceles, más aún por el intento de bloquear la tecnología. Por ejemplo, Huawei en cuanto a la red 5G o con la persecución de TikTok. La estrategia principal de los Estados Unidos ha sido promover el desacople de ambas economías, para debilitar a China.
La encrucijada latinoamericana
El conflicto entre Estados Unidos y China impacta, claro, en América Latina.
China ha establecido acuerdos bilaterales con Argentina, Brasil, México y con muchos países de la región, convirtiéndose en nuestro mayor comprador comercial y nuestro principal proveedor de inversión extranjera directa.
También ha sido muy importante el apoyo de China para el fortalecimiento y el reconocimiento de la UNASUR y la CELAC. Incluso, en la última cumbre de los BRIC, durante mi gobierno, hubo una reunión de casi todos los países de América Latina con China.
En lo que respecta a Estados Unidos, que constituye la mayor economía del mundo y la mayor potencia militar, dos grandes cambios afectaron la relación con América Latina y la geopolítica mundial en las últimas décadas. Por un lado, la expansión del neoliberalismo. Por otro, el fin de la Guerra Fría con la caída del Muro de Berlín, que convirtió a Estados Unidos en un “hegemon” casi unipolar. Estas tendencias-fuerzas han actuado e influyen en el marco económico y político hasta ahora.
El neoliberalismo ha alterado la dinámica misma del sistema capitalista. Desde la financiarización de la economía, la búsqueda del Estado mínimo, la adopción de un sistema tributario regresivo y de una desregulación más radical del mercado laboral y la actividad bancaria y financiera, se produjo una gran concentración de ingresos en la cúspide de la pirámide social, reduciendo el crecimiento económico. Procesos que, además, se convirtieron en modelos para todo el orden internacional liderado por Estados Unidos. El crédito y las finanzas, que eran los motores de la economía productiva y los facilitadores del crecimiento económico, se convirtieron en un verdadero obstáculo y un viento en contra para el crecimiento: una barrera cuyo centro está en la especulación financiera desenfrenada desde la cual se succiona toda la riqueza. El peor síntoma de esta patología es la inmensa desigualdad que se introduce en Estados Unidos y también en los países occidentales, producto de una concentración fantástica de ingresos y riqueza, la imposición de un trabajo precario con salarios estancados, lo que también produjo una fragilidad económica abrumadora con sus respectivas graves consecuencias políticas como, por ejemplo, el surgimiento de una ola de extrema derecha y la creación de burbujas y crisis especulativas.
Quiero resaltar un tema que es muy serio: la forma en que Estados Unidos interfiere hoy en algunos países. No solo las guerras en Afganistán e Irak, que fueron extremadamente desastrosas para la propia economía estadounidense, sino también todos los procesos de la llamada «guerra híbrida», especialmente aquí en nuestro continente: con Zelaya, en Honduras, Lugo, en Paraguay, con mi gobierno, en Brasil. Además, el bloqueo económico contra Cuba y Venezuela, que considero un desastre. También, lo sucedido en Bolivia, con la OEA sirviendo de instrumento para esta trama similar a otras ocurridas aquí en Latinoamérica, pero con la característica, además, de una fuerte presencia policial y militar.
El desafío de la inserción latinoamericana en la economía mundial
Las presiones de Estados Unidos sobre América Latina y contra China se han extendido cada vez más a nuevos campos. Un ejemplo de esto es el grave caso del ataque a la empresa china Huawei y la presión sobre la red 5G.
El gran problema con la red 5G es que hoy no hay alternativa de otras compañías, además de Huawei, para establecer una red de estas características. Principalmente porque la red de Huawei usa tecnología 4G LTE y la actualiza, por lo que es más barata. Pero no solo es más económica: es mucho más eficiente y consistente. Hoy en día, dos requisitos son fundamentales. El primero, tener una comunicación ultra confiable y de baja latencia, necesaria para usos críticos, por ejemplo, en automóviles autónomos donde no puede haber latencia y la red no puede caer. Estos son casos concretos en los que no se pueden tolerar retrasos en la conectividad. La otra es la capacidad para lidiar con la próxima explosión de la llamada “internet de las cosas” (IoT, por sus siglas en inglés): la comunicación de máquina a máquina, con dispositivos interconectados transfiriendo océanos de datos, cada vez más intensos y profundos. Estos recursos requerirán una infraestructura sustancialmente nueva y, por lo tanto, serán ampliamente explotados en ésta y en la próxima década. Obligar a los países de América Latina a no adoptar la tecnología 5G es evitar que tengan acceso a una estructura ultramoderna imprescindible. No es que estén diciendo «no compre este, compre otro». Lo que están haciendo es, simplemente, bloqueando la tecnología 5G. En todo el mundo, existe un reconocimiento generalizado de que tanto la latencia como la capacidad de datos de esta red desarrollada por la empresa Huawei es muy grande.
La guerra de comercial, política y tecnológica de los Estados Unidos contra China nos exige responder a una serie de cuestiones cruciales para nuestra región. ¿Cuál es el rumbo de América Latina y cómo entrará en la Cuarta Revolución Industrial y Tecnológica? El umbral de la innovación no es Uber o Airbnb, que son plataformas. El umbral de ingreso a las transformaciones tecnológicas y económicas es la infraestructura, en este caso, el desarrollo de la red 5G. La clave es tener acceso a un intercambio de tecnología que permita llegar a la inteligencia artificial, a la comunicación máquina a máquina y al desarrollo de nuevas aplicaciones. Entonces, la discusión en América Latina es cómo acceder a la tecnología en este conflicto.
Hay un prejuicio que subyace en cierta mirada geopolítica hegemónica que demoniza a China. Este prejuicio se basa en dos supuestos. El primero, que China, especialmente para el establishment estadounidense, nunca sería una amenaza para el predominio económico de Estados Unidos a nivel mundial porque era un país agrario, casi feudal, con una economía muy precaria. Una opinión concebible en 1980, cuando la economía china era solo el 5% de la economía estadounidense. Pero totalmente desatinada hoy. La única explicación plausible para esta lectura es una alta miopía ideológica, la cual se basa en el segundo supuesto: que el crecimiento chino era insostenible ya que el sistema político chino no estaba definido por las ideas liberales de Estados Unidos, sino por la doctrina del PCCh, lo que sería un obstáculo insuperable para el desarrollo nacional.
Podemos constatar que existía una visión del PCCh como burocrático y decadente, al igual que la del Partido Comunista de la Unión Soviética a finales de los años 80 y 90. Al mismo tiempo, no se percibía que, a pesar de todas las contradicciones políticas y de los conflictos internos del PCCh tanto en el período pre-Mao como post-Mao —especialmente en el período de reforma y apertura—, lo que más repudio produjo en los liderazgos chinos, tanto de Deng, e incluso de Jiang Zemin y Xi Jinping, fue que los consideren como «el Kruschev chino» o el «Gorbachov chino». Esto, porque en China atribuyeron tanto a Kruschev como a Gorbachov graves errores que colaboraron en la destrucción de la Unión Soviética. Según los líderes chinos, la reforma política (Glasnost) nunca podría haberse realizado antes de una reforma económica que produjera crecimiento y prosperidad para la gente. Depende de nosotros evaluar esto a la luz de la historia. Pero, en cualquier caso, no es posible asumir que el socialismo chino, con su absoluta practicidad que interfiere con una economía de mercado, con el sistema de precios y con la planificación indicativa bajo el monopolio político del PCCh, desconozca que esto ha estado produciendo cohesión política, cultural y crecimiento económico.
Es interesante observar que el PCCh también abandonó la idea de que representaba sólo los intereses de los trabajadores, e incluyó también la representación de los capitalistas. En 2002, el sucesor de Deng Xiaoping, Jiang Zemin, propuso la teoría de las tres representaciones, según la cual el PCCh representa simultáneamente las fuerzas productivas sociales avanzadas que explican la producción, incluidos los capitalistas; la cultura avanzada que explica el desarrollo y la inmensa acumulación de la civilización china; y los intereses sociales de la mayoría de las personas que responden por el consenso político.
Tenemos que pensar cómo insertarnos en un mundo en donde estas tensiones se agudizarán.
Sabemos que Estados Unidos tiene una característica fundamental: un gran desarrollo científico básico, que no es, no puede y no será, al menos en el corto y mediano plazo, objeto de una disputa significativa porque alcanza una dimensión internacional, a través de sus universidades, los laboratorios y centros de innovación públicos y privados. Al mismo tiempo, China avanza hacia la formación y el fortalecimiento de su base educativa, científica y tecnológica. Creo que es muy importante que América Latina se dé cuenta de que tiene que salir de la comoditización y buscar una reindustrialización con otras características. Debemos tener una posición autónoma e independiente. Aquél que sea capaz de tener la relación más constructiva con América Latina, es a quien tenemos que apoyar y con quien tenemos que relacionarnos.
Quiero complementar diciendo que, por varias razones, en este momento, América Latina no debe estar de ninguna manera dominada por la subordinación ciega a Estados Unidos. No podemos condenarnos al atraso científico, tecnológico y de innovación. No podemos condenarnos a nosotros mismos a ser objeto de injerencias indebidas. Creo que el gobierno de Biden abre alguna perspectiva. Pero, hasta el día de hoy, no tenemos evidencia de cambios importantes en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina durante los gobiernos demócratas. Espero que con Biden sea diferente.
En esta correlación de fuerzas, América Latina es muy débil. Pero debemos ejercitar una no alineación altiva y activa. Cuando Brasil ingresó a los BRICS, junto con China, India, Rusia y Sudáfrica, no teníamos una alineación subordinada con nadie. Teníamos una política independiente. Lo que está ocurriendo hoy en el mundo latinoamericano es un gran debilitamiento del poder de negociación de nuestras economías. Brasil está sujeto a los designios de Bolsonaro, espero que solo hasta las próximas elecciones. Argentina atraviesa su momento más difícil, porque la deuda dejada por Macri —con la complacencia del Fondo Monetario Internacional— se sumó a la crisis del COVID-19, encontrando a la economía argentina en una situación de extrema fragilidad. Alberto Fernández está haciendo milagros. Y México… tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Entonces, no creo que podamos sostener una neutralidad. Creo que en esta relación lo que podemos tener es una mayor posición negociadora, porque somos el continente con la mayor capacidad para alimentar al mundo. Tenemos toda la riqueza mineral que se pueda imaginar, desde la costosa tierra que se usa para fabricar baterías, hasta el petróleo: no olvidemos que Argentina tiene mucho petróleo; no olvidemos que Brasil tiene el PreSal; no olvidemos que Venezuela es la reserva petrolera más grande del mundo; no olvidemos la enorme relevancia de México. Entonces, nuestra inserción puede ser autónoma y puede negociarse en igualdad de condiciones con otros países.
Ahora bien, no es posible seguir reproduciendo el complejo de inferioridad de unas élites y unas oligarquías que no han hecho otra cosa que someterse a Estados Unidos de una manera vergonzosa. Además de la no alineación, debemos tener nuestras habilidades de negociación; una fuerza común integrada como la que teníamos en UNASUR o podemos tener en la CELAC. El G20, con tres países latinoamericanos, es fantástico. Ahora, tendría que haber más países latinoamericanos. ¿Por qué no Colombia? Es un proceso en el que solo nosotros, sumando los 680 millones que somos, nos daremos la fuerza necesaria para negociar con eficacia.
China, de hecho, no es una democracia liberal. China está controlada por el PCCh. Como dijo el Primer Ministro de Singapur, hay una incomprensión con respecto al PCCh, que es un partido civilizador que se enmarca en toda la tradición civilizadora de China. Creo que China es extremadamente pragmática. Por lo tanto, no está en la mente de China interferir con la forma en que la gente elige internamente su organización social, económica, política y su cultura. Hay una diferencia de enfoque, de visión.
El propio Kissinger mostró dos cosas. Primero, que la visión estratégica de China era diferente a la occidental. El juego de estrategia occidental más complejo es el ajedrez, con el objetivo de rodear a la reina y matar al rey. El juego chino, el Go, es un juego de estrategia y asedio. No se gana con acciones directas y con conquista, con guerra: la mejor forma de ganar es no pelear. Ésta es la visión china, y tenemos que buscar entenderlo de la misma forma que debemos comprender que no tienen la misma perspectiva religiosa que nosotros. Lo que se llama realismo chino se expresa en el dicho «confuciano en la vida pública, taoísta en la vida privada y budista en la muerte».
Nuestro lugar no está con Estados Unidos. Nuestro lugar es la independencia, junto a China.
El presente texto es una adaptación de la clase que Dilma Rousseff realizó en el Curso “Estado, política y democracia en América Latina”, donde fue presentada por Marco Enriquez-Ominami. La clase completa puede encontrarse en: www.americalatina.global
El Curso Internacional “Estado, política y democracia en América Latina” es una iniciativa destinada a militantes y activistas sociales, funcionarios públicos, docentes, estudiantes universitarios/as, investigadores/as, sindicalistas, dirigentes de organizaciones políticas y no gubernamentales, trabajadores/as de prensa y toda persona interesada en los desafíos de la democracia en América Latina y el Caribe. Ha sido promovido por el Grupo de Puebla, el Observatorio Latinoamericano de la New School University, el Programa Latinoamericano de Extensión y Cultura de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro y la UMET. Fue organizado por la Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales, ELAG, y contó con el apoyo de Página12.
Coordinación general: Carol Proner, Cecilia Nicolini y Pablo Gentili