Se destacó esencialmente como documentalista, pero también fue productor, docente, miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, dirigió el Museo del Cine y condujo un popular programa de radio sobre el cine nacional, titulado Manivela. Pero ante todo, David “Coco” Blaustein –fallecido este lunes a los 68 años, como consecuencia de un accidente cerebro vascular (ACV)- fue un militante de la causa nacional y popular. De hecho, casi todo su cine, desde su primera hasta su última película, está marcado por su compromiso político, que va desde Cazadores de utopías (1996) hasta Se va a acabar (2021), los dos largometrajes en los que se enmarca el cuerpo de su obra, signada por la transparencia formal y la honestidad intelectual. Blaustein siempre dejaba en claro desde qué lugar filmaba y por qué lo hacía.
Hermano mayor del novelista y ensayista Eduardo Blaustein, David nació en Buenos Aires en 1953, en el seno de una familia de raíces polacas y judías, como narró meticulosamente en su documental Hacer patria (2007), donde fue capaz de bordar su historia personal con la historia política y social del país a dónde llegaron sus ancestros. Cursó el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires y durante la dictadura cívico militar tuvo que exiliarse en México, donde entre 1978 y 1983 estudió en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, y luego en España, en el Instituto Oficial de Radio Televisión Española, del que egresó en 1993. A su regreso a la Argentina, creó la productora Zafra Difusión y empezó a concebir el que sería su primer largometraje documental, Cazadores de utopías, estrenado el 21 de marzo de 1996, en pleno menemato, y donde rescataba la experiencia de la izquierda peronista en general y de Montoneros en particular, desde adentro, reivindicando las historias de militancia, a través de 34 entrevistas y numeroso material de archivo.
“Creo que Cazadores de utopías fue una necesidad”, recordaba Blaustein a Página/12, a veinte años del estreno de su opera prima, cuando la relanzó de modo desafiante, en pleno macrismo y a cuatro décadas del golpe cívico-militar. “Responde a una necesidad personal y colectiva sobre un tema pendiente. Básicamente la teoría de los dos demonios y una sensación, la del ninguneo de la época menemista para nuestra generación. Parecía que el menemismo, con los indultos, condenaba a nuestra historia generacional a una historia de clandestinidad y cloaca. Yo creo que Cazadores de utopías fue una locura colectiva de un grupo, porque no fui yo solo sino que fueron también Ernesto Jauretche y Mercedes Depino como guionistas, Marcelo Schapces como asistente de dirección, el gordo Hermida que se hizo cargo de la compaginación, después Juan Carlos Macías... Cazadores de utopías es la consecuencia de una sensación colectiva de que había una historia de una generación que tenía que ser contada”.
Polémica como pocas, porque Cazadores de utopías se concentraba en los militantes de base y los cuadros medios de Montoneros, evitando nombrar a Firmenich, Galimberti, Perdia o Vaca Narvaja, la película se convirtió sin embargo en un documento de consulta insoslayable por razones que el propio Blaustein explicaba muy bien. “Claramente tenían que hablar los protagonistas. Esa era la palabra. Y protagonistas con ciertos perfiles y que esos perfiles pudieran notarse. Si Gonzalo Chaves había sido un militante gremial y sindical tenía que aparecer el Astillero de Río Santiago. Si Venencio era un delegado gremial de un astillero tenía que haber barcos de fondo. Si Envar El Kadri iba a contar la historia de la resistencia peronista tenía que haber atrás un perfil industrial que tratara de ser el Riachuelo. Si hablaba un docente tucumano tenía que estar con el guardapolvo blanco y con los cerros tucumanos de fondo. De alguna manera, tenía que haber una articulación entre la práctica política, la extracción social y la geografía. Eso no salió siempre, pero cuando salió fue muy fuerte”.
Preocupado siempre por los derechos humanos, Blaustein encaró luego su segundo documental, Botín de guerra (2000), sobre la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo para identificar a los niños secuestrados por las fuerzas armadas y de seguridad durante la última dictadura militar. “¿Cómo no conmoverse ante el relato minucioso –lo recuerdan cual si hubiera sucedido ayer– de la incansable búsqueda de esos hijos de los hijos arrebatados por la dictadura?”, escribió el crítico Guillermo Ravaschino. “Desgarrador si los hay, el trámite de estas señoras abarcó –y abarca– numerosas batallas: detectar la ubicación del chico, hacer efectiva la denuncia, llevar a cabo la pelea legal. Y por supuesto, procurar establecer contacto humano con esa carne de su carne: hacerles conocer la verdadera historia, cruzando los dedos para que la crean... y las quieran. Más de sesenta, entre aquellos bebés, fueron efectivamente recuperados por las abuelas. Algunos de ellos, hoy convertidos en adolescentes, desfilan por la película demostrando que felizmente, aunque no sin conflicto, pudieron reencontrar su identidad. (…) La premisa de Blaustein, por lo demás muy clara, no fue llorar muertes o tragedias como recuperar la gesta de estas ancianas vitales, admirablemente corajudas, y celebrar los encuentros que hicieron posibles”.
Luego llegó el turno de su documental más íntimo, más personal, aquel en el que Blaustein se animó a contar en primera persona del singular y a poner el cuerpo delante de cámara: Hacer patria (2006). “Surge primero como un lugar muy iniciático de contar el viaje de papá de Polonia a la Argentina, detrás de la excusa de por qué yo no tengo recuerdos de la infancia de mi viejo, por qué papá nunca me contó, por qué no tengo ningún tipo de recuerdo del viaje. Pero aparte, no solamente no tenía ningún recuerdo del viaje porque papá no me lo había contado sino también porque las tías no lo habían contado, porque la abuela no lo había contado. No había nada del viaje, no había nada del barco”, le confesaba Blaustein a Oscar Ranzani en entrevista con Página/12.
Por su parte, Horacio Bernades destacó en su crítica de la película: “Hacer patria atraviesa todos los grandes temas de la nacionalidad, desde las corrientes inmigratorias de comienzos del siglo XX hasta lo que podría llamarse el país de la posmilitancia revolucionaria. Ese trayecto echa luz directa sobre la influencia de la revolución rusa en los socialistas argentinos primigenios, la constitución de los primeros sindicatos obreros, la Semana Trágica, los pogromos de los años ’20 y el vasto recorrido de la izquierda, del anarquismo al peronismo, con paradas en el socialismo y el comunismo”.
En 2009, Blaustein concluyó su cuarto documental, Fragmentos rebelados, que tuvo una proyección especial en la edición 2010 del Bafici, pero que recién en 2018 tuvo estreno oficial en el cine Gaumont. Si en Cazadores de utopías, el director se había concentrado en la militancia de los años ’70, aquí se retrotrajo aún más en el tiempo a través de la figura de Enrique “Quique” Juárez, un activista sindical de los años ’60. Dirigente gremial de Luz y Fuerza y militante desaparecido de la Juventud Trabajadora Peronista (rama sindical de Montoneros), Enrique –como su hermano Nemesio- también fue cineasta y montajista, responsable de una de las películas más arriesgadas del cine político nacional: Ya es tiempo de violencia (1969). A través de los testimonios de su familia y de sus compañeros sindicales y cinematográficos, la película rodea la vida y obra de Juárez, alternando entre arte y política, pero sin perder jamás de vista al hombre. Porque, como lo demuestran los fragmentos de la película que no alcanzó a terminar (y que Blaustein desempolva en su film), para Juárez no existían diferencias en la lucha, que para él era la vida.
Con Porotos de soja (2009), Blaustein, en codirección con Osvaldo Daicich, reflejó los intereses económicos detrás del enfrentamiento del pool agropecuario contra el gobierno de Cristina Fernández, mientras en La cocina (2011), también junto a Daicich, Blaustein dio cuenta de la trabajosa pero épica historia de la Ley de Medios y cómo fue aprobada por el Congreso. Finalmente, en marzo de este mismo año, estrenó Se va a acabar, realizada en colaboración con Andrés Cedrón, sobrino de Juan "Tata” Cédrón, quien a su vez compuso la música para la película. El tema aquí fueron los testimonios –tanta veces silenciados- de trabajadoras y trabajadores que participaron en distintos conflictos sindicales durante la dictadura 1976-1983, que intentó desmantelar la industria y desarticular a la clase obrera organizada en la Argentina.
“El primer testimonio de Cacho Leguizamón, que era delegado de la fábrica Cattaneo, nos da el marco para entender lo difícil que era resistir ese golpe militar, ir a la fábrica, pasar a la clandestinidad siendo un militante de las bases sindicales”, contaba Blaustein a Página/12. “Si dejabas de ir a la fábrica perdías el contacto con tus compañeros, con tu base de militancia. Por eso también se explica la desarticulación que tuvo el movimiento obrero que, a medida que iban pasando los años de dictadura, se pudo ir revirtiendo. Nosotros vemos esa injusticia y el desprestigio sobre algunos casos puntuales de dirigentes que entregaron compañeros o fueron cómplices de la dictadura, pero en realidad las bases sindicales siguieron teniendo el mismo compromiso y, a medida que pudieron, lograron ir articulando hasta conseguir el 27 de abril de 1979 el primer paro nacional contra la dictadura”.
No había acto público en defensa de los derechos humanos, marcha de condena a la dictadura o convocatoria popular donde Coco Blaustein no estuviera allí, con o sin su cámara. Se lo va a extrañar.
Para leer más sobre este tema:
- El director técnico del cine político argentino, por Oscar Ranzani
- Murió David "Coco" Blaustein