Desde Barcelona

UNO Feliz año, Rodríguez. No nuevo, pero sí otro. Y este otro es un año importante, porque es su año número diez. Empezó ayer mismo. Efímero adicto a efemérides por una vez conmemorado: una década de/con el más mandado que mandante Rodríguez (mismo tiempo que dediqué a mis últimos tres libros que en verdad son un solo libro, y en los que tampoco soy yo el protagonista). Rodríguez dando vueltas y tropezando y cayendo y levantándose por esta última página de diario en la que yo ya vení afirmando, semanalmente, desde 1991. Parece (mentira, no lo parece en absoluto) que fue ayer; pero en verdad era el martes 16 de agosto de 2011. Enter Rodríguez. Entonces, en su estreno, Rodríguez como "Homo Crisis". Y empezaba así la novela de su vida a contrapelo y contratapa: "Rodríguez 'está de rodríguez'. Es decir: está solo. En la ciudad. En vacaciones, sin vacaciones. La familia partió. No muy lejos y apenas por una semana. Adiós a los tiempos de destinos largos y lejanos y exóticos. Ahora, retorno a pueblo de abuesuegros. No da para más. Rodríguez se quedó trabajando o, mejor dicho, intentando no quedarse sin trabajo. ¿Qué hacer? Está claro que volverá a no leer a Proust, pero Rodríguez se propone algo mucho más ambicioso: averiguar quiénes son los culpables de la presente crisis económica".

Ja.

DOS Ahora, en su DNI y ADN, varios de los parámetros de entonces se mantienen (en lo privado, la gran diferencia es que Rodríguez está separado) y la crisis ya no es apenas económica sino total. Y hace (mucho) más calor y hay más incendios forestales e inundaciones ciudadanas y la electricidad es (muchísimo) más cara. Y USA cancela su serie Made in Afganistán luego de dos décadas en el aire (y a ver si se dejan olvidado a algún Kurtz). Y hay personas (muchas) que, al enterarse de que alguien murió, lo primero que preguntan es, con ambas polaridades, "¿Se había vacunado?". Y sí: en plena decadancia pero afirmacionistaRodríguez está aún más lejos de averiguar quiénes son los culpables. Porque la culpa es como un virus: se contagia, se expande, muta para permanecer. Un virus, como Rodríguez, solo intenta sobrevivir. Dicho lo anterior, aclarar que Rodríguez no está aquí hoy (como no lo estuvo el 16 de agosto de 2011) por decisión propia sino por mandamiento mío. Aunque él no lo tenga del todo claro, pero sí más de un martes lo sospeche. Y me intuya como a Mago de Oz tras cortina y subido a esta columna moviendo palancas y activando los más o menos especiales afectos y efectos de los que yo dispongo.

TRES La cosa fue y es así: a principios de 1999 llegué a Barcelona como corresponsal extranjero. Pero --se sabe-- la mirada del outsider profesional se gasta, empeora. De ahí que periodistas y diplomáticos sean trasladados y trasplantados cada cuatro o cinco años, para así renovar la frescura de credenciales y visión y protocolos. No fue mi caso: aquí sigo, mi hijo nació aquí (lo que hace a esta ciudad más importante en mi biografía que aquella en la que nací yo), he escrito más libros en Barcelona que en Buenos Aires, y me acostumbré a que los autos cedan el paso al doblar esquina para cruzar calle (costumbre más que peligrosa cada vez que retorno por unos días a mi lugar de origen). Así fue como un día decidí que mi percepción de las cosas locales ya no era la de un visitante. Y por lo tanto, extremista, decidí abducir a un nativo: Rodríguez, parecido al difunto actor Philip Seymour Hoffman, escritor frustrado y publicista más o menos logrado (a las órdenes de los mellizos porteños Fagliacce-Stein), padre de dos, ex pareja de una, y por siempre enamorado de Mirta Rodríguez: bonaerense prima muerta pero para él más viva que nunca (Rodríguez, como tantos padres de su generación, se ha hecho fan de los films de la Marvel por cercanía de hijo pequeño aunque, en verdad, para él tienen el valor/deseo añadido de que todo eso del multiverso sea posible y que en uno de esos mundos alternativos Mirta y él estén juntos y se amen y sean felices y él le haya dedicado primera novela y todas las que vinieron después, muy premiadas todas y súper-ventas y admiradas por la crítica, por supuesto).

Así, Rodríguez es mis ojos y yo anido en su mente desde hace ya una década y (tal vez por eso, porque algo intuye; sobre todo luego de un accidente en una estación de metro que lo dejó en coma varias semanas y que ahora, de tanto en tanto, le permite escuchar algo así como la música secreta del cosmos, que no es otra cosa que un réquiem) yo no le caigo muy bien. Y de ahí que no deje de manifestar su irritación cada vez que se cruza conmigo por la Ciudad Condal. A Rodríguez no le gusta lo que hago (lo que escribo). Tampoco le gusta Bob Dylan. Y, sí bien en lo relativo a muchos temas de la "realidad" (palabra que según Nabokov debe escribirse siempre entre comillas) estamos bastante de acuerdo y pensamos más o menos lo mismo, lo cierto es que él sufre más y peor. ¿Que hay de nuevo en todo esto, viejo? Nada nuevo. Ya no hay nada que inventar; sólo queda el inventarse el que se ha inventado algo. Y nunca creerse que todo esto es como todo eso de lo para-meta-auto-yo-ficcional. Lo mío (lo nuestro) es, apenas, como una de esas fotos graciosa y casi infantilmente trucadas de espiritistas del siglo XIX que, de tan falsas, acaban siendo encantadoramente auténticas. Rodríguez y yo somos mutuo ectoplasma y doble exposición positivo-negativa con la atendible diferencia de que yo lo encuadro y firmo y él, apenas, afirma y dispara. Y allá va y aquí viene: dueño de su propia conspiranoia que yo le corté y cosí a medida y que, para Rodríguez, acaba siendo una forma de consuelo. El consuelo de creer en que --como en las más duraderas religiones-- alguien tiene plan maestro que, divinamente, nunca acabará funcionando del todo bien. Porque a no olvidarlo jamás: se está hecho a imagen y a semejanza del inmortal y--por lo tanto, inevitablemente, para asentar así la insuperable y definitiva diferencia-- la cara de los mortales a menudo acaba saliendo y marcada por una cruz en la que ser crucificado.

Ahora, en términos globales y colectivos, Rodríguez (siguiendo a Sherlock Holmes en cuanto a que la solución para todo enigma es siempre la más sencilla) tiene cada vez más claro el porque del por qué. Yo, en cambio, no creo que lo difícil de solucionar sea tan fácil de entender. Mucho menos si se lo dice con voz "emotiva" y argentina de locutor recordando (como a Messi) el que vayas dónde vayas jamás podrás escapar de que te siga y persiga tu tierra y de que se te meta en los ojos jurando con gloria morir en lugar de vivir.

CUATRO De igual manera, desde hace una década, Rodríguez acaso se haya convertido en un desperfecto que funciona más o menos bien. Desde Barcelona y alrededores, cercanos o distantes, invitando a su fiestita. Rodríguez como una misma canción (con múltiples versiones y des/arreglos) que yo sintonizo desde hace unas 521 semanas, vaya a saber uno por cuánto tiempo más que --sí se sabe-- es cada vez menos. Una de esas canciones cuyo título/estribillo se tiene en punta de lengua, más apegado que pegadizo. Hay martes cuando creo recordar parte de la letra y pongo sus letras por escrito y suenan más o menos así.

 

Por respeto --por aprecio y con agradecimiento-- a Rodríguez, juro que no es una canción de Bob Dylan.