Dicen que una imagen vale más que mil palabras, sobre todo para quienes prefieren leer la política desde una impostura moral antes que desde los modelos de país. Como sea, esa mirada siempre es más inquisidora para con los movimientos populares que para los conservadores, cuyos errores se pasan por alto subrayando la involuntariedad de los actos.

La fotografía del brindis de cumpleaños de la primera dama apareció en las redes en el momento justo: más de un año después del evento y un mes antes de las elecciones. En Twitter, donde cualquier material sugerente sirve de combustible, se activaron la indignación en mensajes irritados y el sarcasmo en memes. Una fotografía de la intimidad llega a las redes como su destino habitual, solo que esta vez no como celebración sino como pieza filtrada de comunicación de campaña. La agenda marginal de las redes se convierte en tema de portada y del prime time de los medios dominantes, como cada vez que les conviene.

Cuando las aguas turbias aún no habían bajado y la estrategia del gobierno incluyó una disculpa por parte del Presidente en un acto oficial, otra imagen fotográfica copa la atención de las redes. La crisis se convierte en oportunidad cuando en una historia de Instagram, la primera dama compartió una fotografía suya en una actividad pública. Toda imagen publicada en la era de las redes atraviesa una curaduría y, por lo tanto, una intencionalidad. En este caso los signos se suceden: sentada con mirada a cámara se toma el vientre con las dos manos -las fotografías de embarazadas en portadas de revistas codificaron esta pose como signo- y acompaña el gesto con una sonrisa perceptible aun debajo del barbijo. Nada en el epígrafe, que habla de una política pública para el turismo, se relaciona con la imagen. El guiño es evidente.

Otra vez se activan las intervenciones en Twitter. “En este país se aburre el que quiere”, se replicaba, señalando que la política argentina se asemeja a una telenovela cuyo guión apela a puntos de giro impredecibles. Los partidarios del gobierno sugieren nombres de caudillo y madrina vicepresidenta al futuro heredero, al tiempo que celebran los imprevisibles efectos de la novedad en la campaña.

La política dialoga con la cultura pop y se cuenta en redes desde hace años. Aun así es propicio advertir los mecanismos cada vez más sofisticados que emplean narrativas de las redes para intervenir en la opinión pública. Ya no se trata de interpelaciones directas hacia el electorado, como en conferencias de prensa, panfletos o manifestaciones de masas. Ya ni siquiera el spot televisivo traducido a la velocidad de la web con conciencia comunicacional del escenario, sino apelando a dinámicas subrepticias de las redes: el filtrado y el guiño.

Dos fotografías que señalan eventos sociales fotografiables desde que la fotografía existe: un cumpleaños y un embarazo, son lanzadas sobre la mesa de las redes cada una a su turno con potencia elocuente como en una jugada de truco. Primero se acude al filtrado de un contenido y su viralización gracias a la ira de usuarios encomendados y voluntarios funcionales, sobre la cual luego los líderes de la oposición declamarán su moral por los mismos medios. Luego, con la fotografía del Instagram de la primera dama, se da a entender el mensaje en forma de guiño y se activarán las comunidades de sentido elucubrando teorías. “No salgan a confirmar ni a desmentir, que así estamos bien”, escribían usuarios, disfrutando de la política pop como melodrama del sábado por la noche.

En ese marco, el juego de las fotografías en las redes intenta opacar su construcción, al tiempo que tiene sus jugadores de poder: estrategas, filtradores, trolls y verdugos voluntarios que cooperan en el marco de un año electoral, con la oposición prefiriendo discutir cualquier cosa menos ideas y el oficialismo haciendo malabares discursivos con sus propios errores.

* Doctor en comunicación. @leonardomurolo