"Siempre estoy llegando", dice el Aníbal Troilo tardío, el de la voz cascada y chiquita, el de “Nocturno a mi barrio”. A la vuelta del tiempo, la frase retumba como una especie de manifiesto sobre la presencia, esa cuestión que para el bondadoso hijo de la noche no estaba tanto en no irse, sino en no dejar de volver. Como un salvoconducto, Javier Cohen y Fernando Vicente toman la máxima troileana para dar nombre a la biografía del bandoneonista, director y compositor que acaba de publicar Libros del Zorzal. Siempre estoy llegando. El legado de Aníbal Troilo, es el trabajo en el que Cohen y Vicente escuchan y cuentan la trama vital del bandoneón mayor de Buenos Aires.
Se trata de un trabajo que pone el énfasis en la obra del bandoneonista, sin renunciar a un lenguaje llano y “apto para todo público”, enfatizan los autores. En el trajín de no cubrir el espíritu con la materia, articulan una cronología que se complementa con una abundante serie de entrevistas y testimonios en torno al creador que entre ciencia e intuición supo forjar uno de los estilos más perdurables del tango. “En cuestión de estilos, en la actualidad no hay muchas dudas. Si en el segundo y el cuarto tiempo del compás se escucha un manotazo en el piano, es Pugliese. Si marca 3-3-2, es Piazzolla. El resto, tiene que ver con Pichuco. Pero uno no dice ‘esto es Troilo’, directamente dice: ‘esto es tango’”, ubica Vicente al comenzar la charla con Página/12.
Vicente es cantante egresado del Conservatorio Manuel de Falla, fue productor del proyecto TangoCity y participó en el Archivo Digital del Tango, además de curar la colección Aníbal Troilo 100 años, publicada en 2014. Cohen es guitarrista, docente y somelier de vinos. Durante muchos años se desempeñó como coordinador del Área Tango de la Escuela de Música Popular de Avellaneda y su discografía se hamaca entre el tango y el jazz. “El libro es el producto de más de siete años de búsquedas, charlas, avances, retrocesos, ideas y toma de decisiones para abordar a un personaje complejo y entrañable como Pichuco”, interviene Cohen.
Antes de ser el objeto de una biografía, Troilo fue el motivo de la amistad entre Cohen y Vicente. “La chispa que encendió todo fue una búsqueda de Juan Carlos Cuacci para una reposición de El patio de la morocha. Él sabía que la orquestación había sido de Troilo y consultó con Pancho (Francisco) Torné –nieto de Zita, esposa de Troilo– que le mostró algunas partituras. Cuando Cuacci me lo contó, yo era coordinador del Área Tango en la EMPA, y enseguida hablamos con Pancho para que nos permita acceder a ese material y así empezamos a digitalizar ese material”, cuenta Cohen. “En esa época, en 2014, yo estaba colaborando con los nietos de Zita para una edición que conmemoraba los cien años del nacimiento de Troilo. Ahí nos cruzamos con Javier y desde entonces no paramos de conversar”, agrega Vicente.
“La alegría rítmica”, “La articulación distintiva”, “La reflexión armónica” y “La tristeza melódica” son los capítulos del libro que articulan las distintas etapas de la orquesta de Troilo, entre 1937 y 1971. Un viaje que desde el gesto individual y la energía bailable se orienta hacia la personalidad del arreglo para contener lo que terminará siendo expresividad austera e intensa. “Como sucedía en muchas orquestas de fines de los ‘30, en el sonido dependía de la impronta personal de cada músico. Aquella primera orquesta de Troilo tenía la marca del estilo de Orlando Goñi en el piano o de David Díaz en los violines. Desde ahí Troilo armaba el colectivo”, señala Cohen.
“A partir del ‘42, Héctor Artola, bandoneonista, que empezó a orquestar. De ahí salió la versión de ‘Malena’, que marcó un cambio notable y casi repentino”, interviene Vicente. “En el ‘43, Astor Piazzolla arregló dos obras. La primera es ‘Azabache’, que se estrenó y no se grabó, y la otra es ‘Inspiración’, que nosotros tomamos como punto de inflexión, donde empezaron a tomar presencia el arreglo y las modificaciones que hacía Troilo de los arreglos”, agrega el cantante.
“Tengo la suerte de que lo que me gusta a mí le gusta a la gente”, sabía decir Troilo, dándole brillo a su inalterable chapa de popular. La leyenda cuenta que desde esa altura, el director sacaba su goma de borrar con la que purgaba eventuales excesos de sus arregladores. “En las partituras se ve que Pichuco no borraba sino que hacía unos ligeros tachones con lápiz, por lo que hoy se puede ver lo que estaba abajo, y al lado anotaba lo que quería”, cuenta Vicente. “Es interesante ver que el famoso arreglo de ‘Para lucirse’ que hizo Piazzolla está lleno de esos tachones. En una de las tantas ‘correcciones Troilo’, con la economía del sabio, salvó una melodía hermosa del piano que quedaba tapada por las variaciones de los bandoneones. El tema es en Fa sostenido menor, pero los solos no. El solo de piano está en modo dórico, decididamente. Hay una atmósfera modal que el jazz tendría más tarde y que en el tango era inédita”, agrega Cohen.
Buena parte de la información del libro se codifica a través de entrevistas y testimonios, que van desde “Toto” Rodríguez, bandoneonista de la primera orquesta hasta Raúl Garello, bandoneonista y arreglador de la última, pasando por Ernesto Baffa, José Colángelo, Alcides Rossi Mauricio Marcelli y Nelly Vázquez. “La idea fue buscar a la palabra directa de los que habían tocado con Troilo. La entrevista con Garello es uno de los grandes momentos del libro. Pudimos conversar mucho con él y llevarlo a lugares precisos, a cierto estreno, cierta grabación. Eso resultó revelador”, asegura Cohen. Hay además testimonios históricos de Leopoldo Federico, Edmundo Rivero, Alberto Marino y otros más. “También incluimos una entrevista con Troilo que en su momento se había publicado parcialmente”, agrega Vicente.
Parte fundamental del espíritu musical de Trolio fueron los cantores. Con gran instinto el director los formaba a imagen y semejanza de su orquesta. “Hasta el final de los ‘30 los estribillistas eran un instrumento más de la orquesta. Con Troilo eso empezó a cambiar; no tanto con Fiorentino, que fue el primero, pero ya con Floreal y Marino se notaba un fraseo más suelto que tendría él, y el summun en Goyeneche, que fue el último gran cantor que formó Troilo”, explica Vicente.
“Cuando entró Rivero, hubo como una ruptura en este sentido y nos quedamos con la sensación de que no terminaron de engancharse bien. Eran como dos machos alfa, dos tipos importantes que no terminaban de complementarse”, agrega Cohen. “Más allá de ese episodio, sin dudas había una forma de cantar que venía de Troilo. Nelly Vázquez decía que era como el papá de sus cantores, les explicaba cuidadosamente cada cosa que quería. Troilo cantaba a través de sus cantores”, concluye Vicente.