En el principio fue una playa enclavada en la zona industrial, al borde de Dock Sud, de la que alguien alguna vez había hablado. Así nació Expediciones a Puerto Piojo, el grupo que, hace unos años, tomó el nombre del lugar que despertó tanta curiosidad como para animar un paseo improbable que todavía se mantiene y suma desconocidos. En 2015, con la propuesta de recuperar ese espacio perdido, realizó un proyecto que durante unos cuatro meses ocupó la sala contemporánea de Proa. “La idea era entrar a territorio desde Proa, porque desde ahí ves el río pero no estás en el río. En la sala hicimos una conexión de mangueras: llevábamos agua del Riachuelo y la hacía circular por allí, con un motor, para que el río ingresara realmente en la sala”, recuerda Andreetti (a quien la experiencia del río la había llevado, en 2011, a hacer “Derrotero entre canales”: una videoperformance para la cual navegó, a remo, los canales de Puerto Madero y el que sale de la Villa Rodrigo Bueno –el video todavía puede encontrarse online–). Otra parte de la financiación que consiguió el proyecto sirvió para alquilar combis, a bordo de las cuales llevar a quienes habían sido invitados para la aventura. “Pero hubo un entredicho entre Prefectura y la vigilancia de YPF, porque ahí en Puerto Piojo está YPF, y nunca pudimos llegar a la playa. Es parte de los problemas que pueden aparecer. Otras veces eso no pasó”, recuerda la artista.
Puerto Piojo era “la última playa de río de Buenos Aires, que fue visitada como lugar de paseo por vecinos de la zona de La Boca, Dock Sud y la Isla Maciel hasta su cierre en 1976 , y formaba parte del frente costero del Río de la Plata, que se extiende desde el Riachuelo hasta la Bahía de San Borombón. La playa se ubicaba en donde actualmente funciona el Polo Petroquímico de Dock Sud, en la desembocadura del Riachuelo”, reconstruyó el colectivo en su web (<https://expedicionesapuertopiojo.wordpress.com>.).
¿Quiénes se suman a las expediciones?
Viene gente a la que le llama la atención la situación de ir a esos lugares, también gente que hace urbanismo y gente que interesada por cosas ambientales, o por el río. Con Puerto Piojo nos dimos cuenta de que no había pasado tanto tiempo real como para que olvidáramos que el Riachuelo era un lugar por el que se remó. Nos encontramos con tipos que tienen 70 y pico de años y que nos cuentan cosas como que se enamoraron en Puerto Piojo. En las fotos son pibes divinos, con espaldas deportivas, comiendo asado, jugando al voley. Vos decís “yo podría estar ahí también, ¿por qué no?” Hay algo de eso que te empieza a pasar… Puerto Piojo es un lugar muy extraño y al mismo tiempo es fascinante. La última vez que fuimos, en diciembre, hacía calor, 37 grados, eran las 12 del mediodía. Una cosa demente. Fuimos. Llegamos, éramos como 20 personas, distinta gente, los remeros del club de regatas, gente que vamos convocando, también artistas que se te acercan y terminamos todos metidos en el río.
¡Pero está contaminado!
Sí, ponele. Pero fue como un imán.
¿A dónde va este proyecto?
Por un lado vamos guardando material histórico que conseguimos, y también sumamos el que vamos produciendo nosotros cada vez que salimos. Estamos armando un canal de YouTube, y siempre pedimos a las personas que vienen que nos compartan sus fotos, sus videos. Ahora hay un montón de data de ese lugar, queremos hacer una especie de museo.
Caracuel recuerda que “en las primeras expediciones que abrimos a quien quisiera venir, los que venían eran básicamente personas que habían conocido Puerto Piojo y volvían por la nostalgia. Pero en las últimas vino gente que nunca había estado en esa playa”.Es parte del crecimiento del proyecto, explican: abrir a desconocidos, a otras miradas, a otras experiencias lo enriquece.
Uno solo no se mandaría a hacer la expedición. Hay una fuerza en hacer algo grupal que lo permite, es algo que puede generar una propuesta colectiva y abierta para acceder otros territorios –postula Neuburger.
Muchas veces, no se puede acceder a un lugar por el desconocimiento o el prejuicio –dice Caracuel.
Siempre nos motiva pensar que se trata de espacios públicos e inaccesibles. El terreno de la ex Ciudad Deportiva de Boca IRSA lo tiene hace quince años, y puede esperar otros quince más para hacer algo, el privado tiene tiempo –subraya Andreetti.
En la medida en que queda como inaccesible, la gente no va, no lo conoce y los negocios se hacen más rápido –acota Neuburger.
¿Qué vas a imaginar si no sabés qué es lo que hay? ¿Cómo se qué voy a perder? Si ni siquiera sé que eso está ahí. Hay algo de eso que no tiene que ver con el arte en esto que estamos haciendo. ¡ni sabemos qué es! –dice Andreetti, y todos ríen.