Una poética marginal de la vida difícil, así podría definirse El Palomar, primera novela del escritor y editor Francisco Magallanes, donde por medio de una prosa vertiginosa y un elaborado trabajo en el registro de habla de los personajes logra narrar, desde lo más íntimo, la realidad de un barrio en La Plata donde ser barra de El Lobo implica mucho más que un lugar de pertenencia para que graviten las pasiones, los lugares de poder y cierta idea de masculinidad donde reina el más fuerte o despiadado. Quizá sea conveniente aclarar desde un principio que El Palomar no es una novela sobre barras bravas ni mucho menos. Es apenas un elemento más, nada simbólico, perteneciente a un orden cultural con sus propios códigos. “La escritura de El Palomar surge de lo experimental porque el artista Juan Pablo Montero desplegó una obra monumental de trescientos sesenta y cinco palabras caladas en papel que tituló ´Un día una obra´ y después me otorgó las treinta y un palabras correspondientes al mes de enero para que escribiera un texto. Ahí escribí la primera versión de lo que años más tarde sería El Palomar y me di cuenta que había una voz que venía rumiando en mi cabeza y que se había materializado en la escritura. No me dije voy a escribir una novela porque esa no es mi forma de escribir. Me dejé llevar por esa escritura y después le di una forma novelesca. Esa fue la energía inicial de El Palomar y en las siguientes reescrituras y correcciones fui encontrando la historia.
Aunque no es una novela convencional, tiene una estructura que descoloca en primer término y además los capítulos están intervenidos con barras propias de la poesía, que en este caso buscan darle otra musicalidad a las voces de los personajes”, dice Francisco Magallanes, editor del sello Malisia además de Club Hem, y autor de Los impuntuales, finalista del VIII Concurso de Cuentos Haroldo Conti.
“En la primera versión El Palomar, los capítulos orbitaban en torno a la fuerza nuclear de la lengua. Pero en una segunda versión le fui dando forma a esta historia de barrio que no deja de ser una historia de amor, con sus lealtades y traiciones pero que centra su fuerza en personajes como El Arveja o La Ranita de Flequillo, que conducen la trama hasta el final.
En la contratapa se puede leer una referencia de Juan José Becerra a "la ideología del batacazo” . Los personajes de El Palomar están buscando dar el salto, salvo los personajes de la Tía y el Padre del narrador que cumplieron con los mandatos sociales pero que siguen esperando un reconocimiento, un premio que no llega.
"Creo que todas mis experiencias de vida forman parte de mi escritura pero para deformarlas, para transformarlas en otra cosa, no para replicarlas del mismo modo en que las viví. Es cierto que tuve un remís y transité por esos barrios, que soy de Gimnasia y me encanta ir a la cancha, pero en la novela todo eso es escritura, ficción y poesía. Para mí la magia no sucede cuando sólo se busca emular una forma del habla. El Palomar construye su propia versión de ese lenguaje. Porque al fin de cuentas siempre estamos escribiendo con las mismas palabras, con el mismo idioma, pero esa reversión, esa transformación evidente en el lunfardo, es permanente en la evolución de un lenguaje que se constituye por fuera de las reglas de las instituciones. Me atrajo ese juego, esa posibilidad latente de seguir creando la lengua, de que las palabras signifiquen algo diferente al sentido preestablecido. Pero ante todo hubo algo del fraseo, de la musicalidad y el ritmo de esa lengua que me fascinaba”, concluye Francisco Magallanes.
Argot, lunfardo y modismos se resignifican para construir una manera de pensar la realidad e interpelar a quienes estigmatizan a ese sector cuya clase social siempre está desposeída y postergada. “Ahora que la venganza me retuerce/ la lengua, sé que no volveré de Canadá. / Moriré en el destierro inútil/ porque la Gloriosa 22 se cobró lo que era suyo. / Espero la estocada final en la panza y me aferro a la vida. /La vida con el Flaquito, con los pibes./ El día Mundial del Hincha de Gimnasia/ el primer club del mundo en celebrarlo/ y todavía preguntan qué festejan / Ser Triperos qué otra cosa podría ser/ ese 10 de diciembre a las 22 horas, /el Fiscal me las prometió todas. /En medio de los festejos me llevó a un rincón / de la “Platea Néstor Basile” toda iluminada. / Flaco,dijo y me fijó las pupilas. / Vos tenés la cabeza quemada. / Sos más falopero que la falopa. / Escuchame, yo las pasé todas, / vos no podés comprender nada por tu cuenta. / Estás frito. Las cosas son así /no las podés cambiar. Sos un tomate podrido. Te lo digo porque me gustás. Por algo te doy el laburito a vos. / No lo eches a perder con boludeces. /Hizo una pausa y tomó un trago de vino. / Tenés que estar atento y todo tiene que salir como está planeado”.
A partir de este momento, Francisco Magallanes da un giro interesante en la trama con su personaje principal, un joven que trabaja de remisero y de algún modo se deja convencer por la chica de la que está enamorado, Ranita de Flequillo, para que acepte una propuesta delictiva por parte de un tipo enigmático y oscuro al que todo llaman el Fiscal. La posibilidad de ganar un monto de dinero importante en un par de horas sin saber nunca del todo lo que tiene que hacer, llevará al personaje a contrastar sus propios códigos de barrio, el valor de la amistad, la muerte prematura, y sobre todo la desmitificación de un relato construido en torno al trabajo y el esfuerzo para labrarse un futuro mejor que jamás llega.
“Nos hicieron creer que trabajar / era la posta y yo de chiquito / me di cuenta que es para los giles. / Y no sos el único gil Arvejita…/ Mirame a mí guardado siento/ la jaula anterior abrirse. / Suena el óxido de las bisagras / pero los candados ceden lubricados/ con precisión y yo aferrado / al catre empuño el fierro”, dirá el narrador y para entonces las metáforas serán una forma de no nombrar al miedo: Canadá. ¿Acaso no se lo había dicho una maestra cuando era niño? “Siempre era motivo de risas en la escuela cuando la maestra nombraba ese país. Ella se enojaba y repetía: van a terminar todos en Canadá”.
El Palomar es una novela arrolladora, escrita con una sensibilidad poco común en la actual narrativa.