Galardonado con el tercer premio del flamante Premio Storni de Poesía 2021, Lengua montaraz, de la escritora, docente y librera entrerriana Belén Zavallo (Paraná, 1982), pone en palabras la “demencia del paisaje” del monte, habitado por distintas especies, la humana entre ellas, y traduce líricamente rituales y experiencias.
En el primer poema se anticipa un programa estético: “tengo una lengua montaraz guardada / desenfundo la vaina cuando el grillo / empieza el canto”. Alerta y desvelada, la lengua de Zavallo crepita en un arder de chispas –imágenes y materia verbal al mismo tiempo- que se consume en secretos, violencias y alumbramientos: “Veo y las chispas y me dejo asar / con un fuego que no quema”. La primera persona es, como pasa en la escritura poética, una intérprete para que el horizonte y los caseríos, yeguas, liebres y ciervos, gitanas y madres se rebelen contra un aire de clausura.
La autora escribió Lengua montaraz después de haber terminado un libro de poemas que iba a salir antes. “Pero se precipitó la publicación un poco por el premio y otro por la posibilidad y las ganas, y ese quedó que pospuesto abrió el cauce –cuenta-. En ese momento estaba en una cabaña en un campo; el entorno era el que recuperan los poemas. Me despertaba un pájaro carpintero, quebraban el silencio teros y loros, había lechuzas mirándome de noche en los postes del camino. Escribí entonces con los sentidos en el paisaje y con un ritmo de trabajo más consciente; escribo siempre con desorden y con urgencia, escribo notas en el teléfono o en los cuadernos pero con Francisca con seis meses y amamantándola a demanda libre, había una pérdida de tiempo para la escritura que recuperé gracias al proyecto del libro”.
La lengua del monte aparece ligada a la memoria y ambas se abren paso al servicio del poema. “No le pido verdad en ese sentido, le tengo fe a lo que arrastra el verso –dice Zavallo-. Hay un trabajo y una búsqueda, como agacharme a juntar florcitas entre los yuyos con la beba para ver si se armaba un ramito y estar atenta a que durara vivo sin marchitarse. Hubo una gran entrega del cuerpo y un deseo por hacerlo”. Como se lee en “La copa derramada”, los poemas están escritos con “la fe en la mano y en la boca / la fe en la lengua” y, más ariscos que bucólicos, se distancian de la tierra del olvido.
En su tercer libro, varios poemas cuentan historias de mujeres montaraces. “Las mujeres también están desplazadas en ese terreno; las mujeres del campo no son las que usan sombrero y se sientan a hacer un picnic al borde del arroyo con los hijos –grafica la escritora-. Esa imagen de calendario de panadería es para mí lejana a la representación que tengo. Las mujeres hombrean bolsas de cereal, surcan la tierra de las huertas, entierran las rodillas, se les incrustan piedras de estar hincadas. Escribí sobre estas mujeres que se tienen que esconder en montes para que no les quiten hijos o para que no las violen porque todo lo que no se nombra se invisibiliza”.
El libro fue declarado de
interés por la Cámara de Diputados de la provincia de Entre Ríos. “Tener un
premio nacional de poesía en Entre Ríos es una ventana más que puede
conectarnos, no solo a lxs poetas, y revalorizar el valor de las obras que nos
anteceden y las que se crean en este presente, que son muchas”, dice Zavallo,
que trabaja en la difusión de literatura en su provincia como docente en talleres,
editora de las páginas del suplemento “Entre versos” de la revista Análisis (donde se publican a poetas del
litoral y de otras regiones del país) y como librera de Jacarandá, una librería
virtual. El territorio de la infancia y adolescencia de la poeta se puebla de
huellas en Lengua montaraz y, “mientras leemos las pruebas de la vida”, se
deja habitar por la escritura, que a su vez siempre encuentra una salida.