Mucho se ha hablado de la sexualidad y el poder, también del poder, por un lado, y de la sexualidad, por otro. Sin embargo, no se ha hablado tanto del poder de la sexualidad. Las potencias reales y simbólicas producen sexualidad para controlar y dominar a través de normas de “eticidad”, domesticación económica y obediencia sumisa. Pero el deseo (con mayor intensidad si está culturalmente controlado) se enciende y expande por los intercisos de la retícula social. Se mete en todas partes burlando prevenciones. Valga como ejemplo la enferma en coma de Hable con ella, de Almodóvar, donde se han tomado todas las prevenciones y recursos para el bienestar de la inconsciente y ahí, en la inmovilidad de una cama institucional, es invadida (e irónicamente salvada) por la sexualidad.
Estado, claustros, medios de transporte, oficinas, talleres, iglesia, ejército, política, escuelas. Sí. Escuelas. El sexo viborea por los colegios aun cuando se elida o se prohíba hablar de él. Después de Freud, de los feminismos y los reclamos de las sexualidades no binarias no hay lugar para la ingenuidad ni siquiera en relación con la niñez, en cuyo amasijo existencial burbujean deseos, ¡ni hablar de la adolescencia! Y aunque se quiera negar, de la vejez. La impronta que la sexualidad le imprime a la vida humana es preeminente.
La ausencia de sexualidad (real o presunta) también remite a deseos que -aunque más no sea por oposición- están relacionados con esa sexualidad impotente. Que progenitores y autoridades negadoras digan “¡con los chicos no!”, no impide que la niñez y la adolescencia sientan y hagan las cosas por su cuenta o que personas sin escrúpulos se las hagan. Tal es el poder de la sexualidad. Una profesora de educación especial encontró a dos pibes con síndrome de Down manteniendo relaciones sexuales en el baño del instituto. “Chicos, ustedes ya no son menores de edad, no les puedo decir que no lo hagan, pero no acá”. Y uno de ellos (suelen vivir escolarizados de por vida y saben -con mayor o menor grado de conciencia- que el control de la sobreprotección puede llegar incluso a sus sábanas) la miró desconsolado y le preguntó: “¿Entonces?, ¿dónde?”.
Si bien la sexualidad es producida por el poder y su afán de manejar los hilos patriarcales, forma un plus en el dispositivo y se independiza. La astucia de las tecnologías de sexualidad encuentra rajaduras, escondrijos, recovecos para inmiscuirse y ¡vaya si lo logra! Veamos cómo operó en la vida de Juana Inés de la Cruz.
Se hizo monja para no soportar un marido y no perderse entre pañales y provechitos. Monasterio o matrimonio. Ella quería estudiar, investigar, pintar, escribir algo más que poemas sacramentales. “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión, de lo mismo que culpáis” // “¿Quién es más de culpar?, ¿la que peca por la paga o el que paga por pecar?”. Su fama de sabia atrajo a la virreina de Nueva España (siglo XVII, territorio mexicano). Vivieron “un amor ardiente” tal como lo define la misma Juana. Las numerosas poesías que le dedica a María Luisa dejan ver la pasión de esa relación que atravesó muros conventuales. Uno de los poemas a su amada termina así: “Nadie de mí se duela / por verme atada/ pues trocaré ser reina / por ser esclava”. En otro dice: “yo, que en las dulces cadenas / de vuestras luces sagradas, / adonde, siendo precisa, / es la prisión voluntaria”. A la misma celda de su encierro la sexualidad fue por Juana.
También en el ámbito científico mete la cola. Por ejemplo, en los orígenes del espiritismo estuvieron involucrados hombres de ciencia. Aquellos investigadores pretendían demostrar la existencia de vida personal más allá de la muerte. Y, entre tanteos para hallar argumentos que sostuvieran sus audaces hipótesis participaban en oscuras sesiones de espiritismo. Fracasaron, pero durante casi medio siglo trataron de validar que hay vida más allá de la muerte. La sexualidad frustrada los había llevado a mantener encendida la esperanza. Los motivaba la muerte de amantes entrañables. Algunos, como Henry Sidgwick, no consumaron amores homosexuales por pruritos victorianos y esperaba hacerlo en la posmuerte sin prejuicios ni condenas. Otros, como F. W. H. Myers, no soportaban la pérdida de un amor secreto. Era casado y tenía una amante que murió trágicamente, pero confiaba “científicamente” en el reencuentro tanshumano con su amor apasionado. Así lo testimonia John Gray en La comisión para la inmortalización.
La sexualidad surge desde la reproducción de los discursos y las reglamentaciones sobre el deseo. Pero tan pronto como es constituida se torna constituyente. Foucault, en el primer tomo de Historia de la sexualidad: la voluntad de saber, considera que las técnicas de poder ejercidas sobre el sexo no han obedecido a un principio de selección rigurosa sino de diseminación e implantación de sexualidades polimorfas. Y que la voluntad de saber -gran fogoneadora del deseo- no se detiene ante tabúes intocables, los incentiva. Penetra por canales insondables, se desliza a lo largo de discursos y repta por conductas tenues infiltrando el aguijón del deseo, introduciendo placer en lo cotidiano. Se producen, asimismo, efectos de rechazo, de bloqueo, de descalificación, pero también de morbo y seducción en ese halo misterioso que es el polimorfismo de la sexualidad.
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Como no podía ser de otra manera, las creencias populares se las arreglan para introducir lo interdicto en el imaginario deseante. La multiplicidad de las fantasías libidinosas, la homosexualidad, lo trans, lo queer tienen sus rituales que parodian la doctrina oficial. Ahí tenemos a la Librada, virgen crucificada y cristo-mujer. Trans, multigénero, anoréxica, patrona de mal casadas y ladronzuelos. Pluridimensión sexual a la que se le encienden velas. Las sagradas escrituras prohíben vestirse con ropas de diferentes sexos. Pero Liberada es travestismo divino. La transgresión religiosa y social de esta imagen -en sus distintas versiones- da cuenta de identidades flotantes y sexualidades polimorfas. Aparece como mujer -barbuda o no- crucificada, o como cristo tradicional o desnudo o doncella puro hueso, pero ni en los extremos de su crucifixión pierde connotaciones transgresivas sexuales. Liberada, la peluda multigénero que, como la sexualidad misma, es una santa pagana.