Se habló hasta el hartazgo de la foto de la reunión de cumpleaños de Fabiola Yañez. Todxs sabemos que hay cosas mucho más importantes que la realización de un cumpleaños que no correspondía.
A algunos periodistas no los vimos indignarse por el hundimiento del ARA San Juan, ni el por el endeudamiento llevado a cabo durante el gobierno de Macri. Desde que comenzó la cuarentena, esos periodistas hicieron todo lo posible para boicotear las medidas de cuidado y la vacuna Sputnik. Convocaron a marchas y no se escandalizaron con la quema de barbijos o las bolsas mortuorias colgadas en Plaza de Mayo.
La irresponsabilidad de los “informantes”, la producción de falsas noticias y la afición por desestabilizar la democracia la conocemos. Aunque esta vez no se trate de una fakenews, está claro que hay una doble vara y no es novedad afirmar que se puso en juego una operación para movilizar el repudio social al gobierno.
Es preocupante no constatar ninguna modificación conductual o aprendizaje en un vasto conjunto de individuos que se informa exclusivamente con la televisión, las redes y WhatsApp. Un sector importante de lo social continúa con la compulsión de repetición acrítica de los mensajes comunicacionales, sobreactuando los afectos promovidos por los medios corporativos, a los que obedecen como si les dieran órdenes.
Una vez más, se demuestra que los medios de comunicación corporativa ocupan para muchos el lugar del Ideal, instancia simbólica establecida por Freud, que indica y organiza las identificaciones, esto es, las fotos que se aprueban, ignoran o repudian. Las primeras se refieren a las acciones de la oposición política, que siempre son aplaudidas y elogiadas, independientemente de su significado. En el caso de tratarse de algunos de los escándalos evidentes relacionados con el propio desempeño, no se mencionan, se desconocen. Las fotos repudiadas, sean reales o trucadas, siempre se utilizan para agitar la indignación social contra el gobierno y la política.
El escándalo desatado a raíz de la foto del cumpleaños de Fabiola mostró el grado de obediencia social a los medios de comunicación. Mas allá de lo cuestionable del episodio, ante la campaña electoral se impone agitar el odio y el indignacionismo de la masa, que cumple con las órdenes impartidas por el Ideal, sin responsabilizarse en la deconstrucción del mensaje ni en los objetivos de su utilización.
Resulta de gran utilidad recordar el experimento de psicología social llevado a cabo por Stanley Milgram, en la Universidad de Yale, publicado en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology (1963) como "Estudio del comportamiento de la obediencia". El fin de la prueba era medir el nivel de obediencia a las órdenes de una autoridad, en un contexto en que estas entraran en conflicto con la conciencia personal.
Stanley Milgram, a raíz del holocausto provocado por los nazis, comenzó a preguntarse por la obediencia a la autoridad y a plantearse si cualquier sujeto sería capaz de torturar y asesinar obedeciendo órdenes. Llegó a la conclusión de que cuando el sujeto está frente a la autoridad obedece a sus dictados, el discernimiento racional deja de funcionar y se produce una abdicación de la responsabilidad.
El psicólogo americano ideó un experimento: a los voluntarios se les dijo que iban a participar en un ensayo relativo al estudio de la memoria y el aprendizaje, cuando en realidad se trataba de una investigación sobre la obediencia a la autoridad.
La prueba consistía en que el participante debía implementar supuestas descargas eléctricas dolorosas a otro sujeto, el cual era un actor que simulaba recibirlas. Había que infligir dolor a un ciudadano simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La mayoría de los participantes continuaron dando descargas a pesar de las súplicas del actor para que no lo hiciesen.
Mas allá de algunas diferencias individuales, los resultados mostraron que las personas “normales” de ambos sexos, de diferentes edades, profesiones, ideologías y clases sociales, acataban dócilmente la consigna del experimentador, siendo capaces de comportarse de forma cruel. El profesor Milgram elaboró dos conclusiones para explicar sus resultados:
1) La obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí mismo como un instrumento que realiza los deseos de otra persona, no considerándose responsable de sus actos.
2) Las personas han aprendido que cuando los expertos les dicen que algo está bien, probablemente así sea, incluso si no parece ser así. El principio de autoridad casi nunca se cuestiona. Desde el psicoanálisis podemos agregar al experimento de Milgram que la orden superyoica implica una pura obediencia a la voz.
Pascal-Quignard, en El odio a la música, sostiene que la palabra "obedecer" viene del latín y significa "saber escuchar"... oboedescere, que estaría compuesto con el elemento --scere (como en adolecer y enloquecer) sobre el verbo oboedire, compuesto con ob y audire. Dice Quignard: “lo resumo en la fórmula: las orejas no tienen párpados”.
La audición, la audientia, es una obaudientia, por tanto, una obediencia. De allí que la obediencia tenga un vínculo esencial con la voz que reclama sumisión y acatamiento.
Sabiendo que Freud advirtió que en el vínculo entre la masa y el líder opera un poderoso componente libidinal que conjuga la renuncia a toda iniciativa personal, la “sumisión humillada” y la ausencia de crítica, ¿cómo se resuelve la fascinada obediencia social con la “voz de mando” mediática y de las redes? Es una pregunta política central que atraviesa la cultura, y que incide en el destino de la democracia.
El experimento mostró que alrededor del 35 por ciento se negó a administrar las descargas más altas. No todos los individuos estaban dispuestos a obedecer ciegamente y sin límite.
Es en el no todo donde puede emerger lo que nos salva.
Nora Merlin es psicoanalista. Magister en Ciencias políticas.