Empeñoso editor, como lo atestiguan las cuidadas publicaciones de su editorial de nombre joyceano Nora Barnacle, Alberto Cisnero viene desarrollando una muy singular obra poética que cuenta ya con varios poemarios cuya diversidad de títulos condice con su propuesta escrituraria, así por ejemplo: Adiós y hasta pronto, El movimiento obrero granizado, Tagsales, Forma de mi guerra, Akata Mikuy, Ajab y el reciente Media hora con el autor.
Este último consta de treinta y tres poemas numerados, de largos versos y cuya extensión no excede la página. Cada uno de ellos semeja un terreno agreste, pedregoso, de manera que la lectura es el intento de desbrozarlo, sin que se alteren ni las rugosidades ni las superficies menos áridas como llanos donde anidan esperanzas y sentires en contrapunto con la aridez que surge en otros espacios: “alguna vez a tu sueño/ responderá mi sueño. mi humilde demanda/ es: sueñe mi corazón, sueñe con vos”. Como se ve en esta cita el uso de la puntuación reafirma la negativa -afianzada en los últimos libros- a usar la mayúscula pero mantiene otros signos ortográficos. Es un desconcierto este camino a medias entre la llamada corrección gramatical y la incorrección, armónica desarmonía, podría decirse, también provocada por las mezclas léxicas que realiza.
No faltan arcaísmos (“folgar y yantar”, “ora”, “aquestas”), frases hechas (“señas particulares: ninguna”, “eventos de esta época,/ la pobreza y la agitación social”, “para ejercicio y deleite del tacto”), coloquialismos (“volarnos la tapa de los sesos”, “hasta las manos”, “estando medio picado”), cultismos (“trémulo”, oh, bullicioso, silente, óbolo), vocablos de procedencia diversa: “lises”, “mistol”, “totoras”, “estridular”, “hiperinflación”, “galo”, “cuita”, jobi (por hobby) y algún neologismo: “pedaceados”, “enrigecerse”. Asimismo expresiones que logran torcer la palabra esperada, habitual: “realismo solipsista”, “la naturaleza hace su trabajo, damnifica”. A lo que se suman enumeraciones de elementos diferentes: “ya habrá tiempo para platicar/ sobre los valores aceptados en materia de arte,/ costumbres sexuales y decoración de interiores”.
Esta heterogeneidad se combina en los poemas y se sostiene en una rítmica que los vincula y potencia.
En poema 10 surge un planteo ético y estético: "no nos indisponemos a último momento, se puede/ ser medroso sin practicar la huida o la atención pueril/ y narcisista. Con la misma facilidad con que limpiamos/ aquestas narices escribimos poemas cuando no/ podemos escribir otra cosa. Tengan paciencia,/ proponemos una alegoría, una llamada a los piquetes”. La mención a la alegoría en este contexto no deja de recordar las reflexiones de Walter Benjamin cuando la define por su carácter temporal, capaz de captar el instante en que se ve la ruina, los escombros de una historia en movimiento fijada en la fugacidad y en los fragmentos. Tales son los que Cisnero va enhebrando en cada poema, evidenciando en la materia verbal la experiencia de la vida.
En su recuento se evidencia el habitar a conciencia un lugar y un tiempo precisos en los que inicidir: “el plan siempre fue incendiar todo, nunca fueron buenos tiempos para la lírica. clase setenta/ y cinco, entre Ezeiza y el golpe, oh mi generación,/ hiperinflaciones, trueque y año uno del siglo. Toda merca/ sin cortar… y ahora de vuelta al país de los bolsones/ de comida y de los disparos por la espalda".
Hay una dimensión política que evoca la vieja pregunta de Hölderlin “para qué poetas en tiempos de penuria” y también aquella afirmación de Sartre de que “ante un niño que muere de hambre, La náusea no tiene sentido”. El poema 11 responde: “nuestro trabajo/ es intentarlo. Como quien regresa de muy lejos./ abocarnos a una melodía tosca en la que vamos/ a equivocar las notas, y ninguna palabra podrá/ remplazar el corazón de nadie. que estás/ escribiendo ahora, bajo el impacto azulino/ de la constelación. Copio una línea, otra vez.” Además de un “nosotros” como grupo que comparte valores, aparece muchas veces un desdoblamiento entre una primera y una segunda personas, como si se dialogara consigo, se objetivara quien escribe e incrustara la letra en el cuerpo, sin ilusiones, en un mundo desencantado, porque “desconocemos si en los poemas existen el día/ y la noche”, inicia el poema 2 que finaliza: esto no es un libro, es un tipo de sangre”, como eco del anterior “esto no es teoría literaria./ es donde vivimos”.
Y es en esa intemperie y violencia de las cosas, de la existencia misma, de los afectos ganados y perdidos, donde se actúa, y entre los actos de la vida está el escribir por y contra toda esperanza: “escribimos en un tiempo común. es la única/ respetuosa complicidad”.
Entre las cosas están los libros, su existencia como objetos concretos. Quizá por eso encontremos una serie de inusuales intervenciones sobre la hoja como papel, ya desde el inicio, en una especie de advertencia al lector: los pliegos cosidos -el volumen que sostenemos- “hoy se hallan sueltos”, o debajo del poema 18: “folio deteriorado por la acción de la tinta y manchas de vino; cortada la mitad inferior, afecta al último verso del poema”, o incorporados a los versos “tachado ilegible”, “en castellano en el original”.
La materia está siempre involucrada, los errores y lo no dicho están, el papel manda, la edición permite aditamentos, al punto de incluir una especie de mini manifiesto en la nota al pie del poema 11 al resumir muchas de las marcas que caracterizan la escritura de Cisnero: “oscurecer procedimientos, añadirle otros y desecharlos; peritos, oráculos y líricos del tu (tú): constataciones y principios veraces”. La edición, la fabricación del libro son parte de la forja de los poemas, cuyo destino puede ser dispersarse o acceder a el pedido de que “tengan a bien quemar/ el folio luego de su lectura, sabiendo que quedará un resto (destello o chirrido).
Si los unimos a los crujidos, a tierras yermas y solares, no queda otra cosa que elegir: “leer, eludir o afrontar”. Todo aquí parece indicar que este autor con el que pasamos media hora, con su “severa acritud” sobre cierto transfondo de ironía y de escondido humor sigue intentando encontrar la “sendita”, porque al fin y al cabo hace falta. También para que lo que falta esté, que el recuerdo no lo sea, que el padre siga junto al hijo para hablar juntos, o soñar a que la vida es sueño sabiendo cuánto de carnalidad se junta en la letra y por eso mismo no se puede “vadear”.