La vida de los demás 6 puntos
Sheytan vojud nadarad; Irán/Alemania/República Checa, 2020
Dirección y guion: Mohammad Rasoulof.
Duración: 150 minutos.
Intérpretes: Ehsan Mirhosseini, Shaghayegh Shourian, Kaveh Ahangar, Alireza Zareparast, Salar Khamseh.
Estreno disponible en Flow.
No es tarea sencilla impugnar el lugar de honor de El verdugo, tal vez la película definitiva sobre la pena de muerte como mecanismo estatal burocrático. Pero allí donde la negrísima comedia de Luis García Berlanga efectuaba una sagaz operación de circunvalación sobre los males de toda una sociedad y un gobierno, optando por un tono engañosamente ligero, La vida de los demás, ganadora del Oso de Oro en la edición 2020 del Festival de Berlín, adopta en gran medida el formato de la diatriba grave. Decisión que, a priori y más allá de preferencias personales, no debería objetarse, en particular si se tiene en cuenta el estatus de Mohammad Rasoulof (Shiraz, 1972) en su país natal. Como varios de sus colegas críticos del estado de las cosas en Irán, el director de Un hombre íntegro y Manuscripts Don't Burn ha enfrentado cargos por sus opiniones políticas y sufrido condenas a prisión (domiciliarias y de las otras), además de la prohibición total de cruzar las fronteras nacionales y de exhibir sus films en las salas de cines iraníes.
El título local La vida de los demás suena tibio y melindroso, pero el cuarteto de historias que integran la película –cuatro mediometrajes absolutamente independientes, aunque ligados por una temática en común– no deja lugar a dudas de las intenciones de Rasoulof. El primer segmento, por lejos el más potente en términos dramáticos y el narrativamente más afilado, describe un día en la vida de Heshmat, hombre de familia de mediana edad, padre de una niña y empleado ejemplar. En la mejor tradición del “plano automóvil”, llevado a su máximo grado de creatividad por Abbas Kiarostami, No hay maldad (ese es también el título original del film) acompaña a Heshmat mientras conduce a su esposa al banco o carga en el baúl una pesada bolsa de arroz. Una visita a su madre enferma y las conversaciones en un local de comida rápida recuerdan al cine del rumano Cristi Puiu, en el cual los diálogos más triviales terminan dibujando un preciso aguafuerte social. Pero es el remate conciso, en el comienzo de un nuevo día, con el protagonista regresando a su lugar de trabajo, cuando todo lo que se ha visto adquiere un nuevo y brutal sentido.
Si algo comparten con ese notable prólogo las tres historias restantes es el oficio –profesional o eventual– de los protagonistas: ejecutores de profesión o soldados forzados por el sistema militar obligatorio a accionar la palanca del cadalso. No es casual que el nombre del segundo capítulo, “Ella dijo, puedes hacerlo”, se concentre en un joven militar a punto de recibir su bautismo como verdugo. Sin poder dormir, el muchacho se pregunta quién es el condenado y qué crimen habrá cometido. De esa manera, la crítica al sistema judicial y penal en la que se embarca Rasoulof adquiere tintes diáfanos, reforzados en el siguiente relato, cuando se desliza sin anestesia la idea de que los crímenes castigados con la pena capital pueden incluir la simple disidencia política. La disquisición sobre matar o no hacerlo es seguida por un breve pero efectivo ejercicio de suspenso, rematado por el primer mensaje explícito (y atisbo sentencioso) del film: enfrentar al sistema y decir que no, más allá de las consecuencias.
“Cumpleaños” y “Bésame”, los segmentos más extensos, ambos con trasfondo rural, reflejan el costado moralizante de La vida de los demás, con deslices hacia el terreno de la simbología básica y actuaciones que no siempre están a la altura de lo que se ambiciona representar. Si la culpa se cierne sobre el joven “héroe” del primero de esos relatos, en el segundo –coprotagonizado por la debutante Baran Rasoulof, hija del realizador, como una veinteañera que regresa por primera vez a Irán desde Alemania–, un hombre moribundo relata la rebeldía del pasado que marcó su presente, y a mucha honra. Desparejo como casi todo largometraje conformado por narraciones autónomas, la de Mohammad Rasoulof es una obra que va de mayor a menor, de la construcción sutil al libelo disfrazado de parábola.