Otra ronda 6 puntos
Druk/Another Round, Dinamarca, 2020.
Dirección: Thomas Vinterberg.
Guion: T. Vinterberg y Tobias Lindholm.
Duración: 117 minutos.
Intérpretes: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Marcus Millang, Lars Ranthe.
Estreno en Netflix.
El planteo puede parecer simplista: cuatro profesores cincuentones, hastiados de la vida que llevan, encuentran en el consumo de alcohol algo más que una válvula de escape. Hallan una lisa y llana razón para vivir. Se empoderan. Forman algo parecido a una secta no oficial, en la que el culto etílico adquiere carácter de ritual. Hasta tienen un gurú a la distancia, un filósofo que sostiene la tesis o excusa de que el ser humano nace con un bajo porcentaje de alcohol en sangre, que se hace necesario compensar con un buen par de copitas extra. Claro que, como en el pacto de Fausto con Satán, a ese paraíso líquido se accede a cambio de una temporada en el infierno. ¿Un relato moralista, entonces, que predica la vuelta al redil? Tampoco, por dos razones. Por un lado, el redil llamado Dinamarca está mostrado como lo que es: un corral para contener al ganado. Por otro, Thomas Vinterberg, realizador de la recordada La celebración, se cuida de no condenar a nadie, con lo cual la cosa se vuelve más dilemática de lo que parece.
Nominada a dos Oscars en la última entrega (Mejor Film Internacional, Mejor Dirección) y ganadora del primero de ellos, es extraño el modo en que Netflix lanza Otra ronda en Latinoamérica. De sopetón, sin previo aviso, como si más que ganar un Oscar hubiera perdido todos. Profesor de Historia en un colegio secundario, Martin (Mads Mikkelsen, que supo ser villano Bond y Hannibal el caníbal y para Vinterberg fue antes el protagonista de La cacería) lleva la depresión en el rostro y la confusión en el cerebro. El siglo XIX se le mezcla con el XX, y alguno de sus alumnos, por más ausentes que éstos parezcan, debe recordarle que la Revolución Industrial viene primero y la Primera Guerra Mundial después. De allí a una reunión con los padres no hay más que un paso, y la rectora empieza a preocuparse. Durante una cena con tres colegas pasan de la cerveza (único trago que Martin parece permitirse) al champán francés y el vodka Smirnoff, y uno de ellos trae a colación aquella teoría. Le sigue un camino de ida, ya que al grupo de amigos el límite de alcohol diario aconsejado por su gurú empieza a parecerles un poco poco.
Vinterberg hace al espectador cómplice de la creciente exultación de Martin y amigos, que incluye la recuperación del deseo sexual, aunque como se sabe el alcohol tiene un efecto depresor sobre la corteza cerebral. Pero el relato abre grietas por las que se cuela el mundo de todos los días, con sus renunciamientos y lealtades requeridas. Demasiadas petacas aparecen en los vestuarios de profesores, Martin se pone violento una noche con su esposa e hijo y, en uno de los desafíos al verosímil de una película que no los ahorra, uno de los celebrantes le ofrece a un alumno un traguito de vodka, cuestión de superar sus inhibiciones ante un examen. Hasta que, claro, el hiperconsumo de los cuatro caballeros se vuelve escándalo público.
El realizador danés, que por supuesto sabe filmar, nunca se caracterizó por su sutileza. Cuestión de empujar las cosas, genera situaciones improbables, como el mencionado convite al alumno o los enrevesamientos históricos de Martin, en momentos en que su cerebro no se halla todavía enturbiado por el alcohol. Es de agradecer que a diferencia de su film más famoso, Otra ronda no acumule abyecciones y abominaciones. Aunque algún pecado se paga, sí, con la muerte. Lo que está bien planteado es esa encerrona vital que se produce entre la sociedad danesa contemporánea, con su altísimo nivel de vida y sus himnos patrióticos, y el paso del placer al derrape por parte de los protagonistas. Así como la condición adolescente del deseo que los mueve. También acierta Vinterberg en la confrontación entre el punto de vista de los libadores y el de sus esposas. Estas últimas aparecen poco, pero cuando lo hacen es desde la sensatez. Por otra parte queda claro (y dicho, incluso) que el de Martin y sus amigos funciona como club de hombres, y en él no está previsto habilitar el carnet femenino.